22 marzo 2017

IV Domingo Cuaresma: Homilías 2


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1.- VER LAS COSAS DEL MUNDO A LA LUZ DE DIOS

Por Gabriel González del Estal

1.- Mientras estoy en el mundo, soy la luz del mundo. Para el evangelista san Juan Dios es, sobre todo, luz y amor. Dios es la Luz, Dios es el Amor. Este Dios Luz, este Dios Amor se manifestó plenamente, en lo humano, en el hombre Jesús de Nazaret. Por eso, para nosotros, Cristo es la Luz y el Amor. En el evangelio de este domingo, en concreto, el ciego de nacimiento, cuando se encontró con Cristo, recibió, además de la luz física para sus ojos, la luz espiritual para su alma. Cristo fue para él la Luz que iluminó sus ojos físicos e iluminó su alma para ver en Cristo la Luz de Dios y para ver todas las cosas del mundo bajo la luz de Cristo. Jamás se oyó decir, dice el ciego de nacimiento, que nadie le abriera los ojos a un ciego de nacimiento; si este no viniera de Dios no tendría ningún poder. Pues bien, tratando de aplicar este evangelio del ciego de nacimiento a nuestro tiempo actual, podemos afirmar, sin temor a equivocarnos, que hay más ciegos espirituales que ciegos materiales. Nuestra sociedad es, en gran parte, agnóstica e increyente, incapaz de ver las cosas de este mundo bajo la luz de Dios, bajo la luz de Cristo.
Los cristianos tenemos aquí el gran reto de mostrar, con nuestros hechos y con nuestras palabras, a los muchos ciegos espirituales de hoy a ver las cosas de mundo bajo la luz de Dios, bajo la luz de Cristo. Para los ciegos espirituales todas las cosas de este mundo empiezan y terminan en este mundo. Lo único importante para ellos es tener buena salud física, triunfar en los negocios, gozar de los bienes materiales del sexo, de la vanagloria, del poder, etc. En cambio, para los que queremos ver las cosas de este mundo bajo la luz de Cristo, los bienes reales de la salud, del dinero, del poder, del goce material de los sentidos, sólo son totalmente valiosos si están subordinados a los bienes espirituales de la salud espiritual y, en definitiva, al amor de Dios y al amor al prójimo. Que Dios nos libre de la ceguera material y nos dé su Luz para ver todas las cosas bajo la Luz de Dios.

2.- La mirada de Dios no es como la mirada del hombre, pues el hombre mira las apariencias, pero Dios mira el corazón. El profeta Samuel se disponía a juzgar a los hijos de Jesé por las apariencias, pero Dios, mirando el corazón, eligió a David para que fuera el futuro rey de Israel. Todos juzgamos muchas veces a los demás por las apariencias, por los prejuicios, por las siglas que les identifican, o por lo que hemos oído decir de ellos. Es posible que muchas veces acertemos, pero es muy probable que algunas veces nos equivoquemos totalmente. Las apariencias engañan muchas veces, porque, en nuestras relaciones con los demás, a todos nos interesa aparentar no exactamente lo que somos, sino lo que queremos que los demás vean y piensen de nosotros. Nosotros no siempre podemos ver el corazón de las personas, por eso es preferible que nos abstengamos de hacer juicios precipitados cuando juzgamos a los demás. Dejemos que sea Dios el que nos juzgue a todos.

3.- Hermanos: en otro tiempo erais tinieblas, ahora sois luz en el Señor. Caminad como hijos de la luz, (toda bondad, justicia y verdad son fruto de la luz). Estas palabras que dice san Pablo a los cristianos de Éfeso debemos aplicarlas cada uno de nosotros a nosotros mismos. Cristo es para nosotros la única luz segura y verdadera; la luz de Cristo debe ser la principal luz que nos guíe en nuestros pensamientos, palabras y obras. Y, puesto que toda bondad, justicia y verdad son fruto de la luz de Cristo, tratemos de actuar siempre nosotros con bondad, justicia y verdad. Esto es algo muy difícil de conseguir para tenemos la obligación cristiana de intentar conseguirlo siempre. Esta debe ser una característica que nos identifique como verdaderos cristianos.

4.- El Señor es mi pastor, nada me falta. Como este salmo 22 lo rezamos muchas veces en nuestras eucaristías y otras celebraciones litúrgicas, es bueno que lo meditemos y lo recemos de corazón siempre. Sobre todo, en nuestras dificultades y en los momentos en los que no nos vayan las cosas como nosotros quisiéramos, confiemos en el Señor, intentemos conocer su voluntad y sepamos que el Señor siempre va a estar junto a nosotros, guiándonos por el sendero justo. Seamos dóciles a la voz del Señor, porque su bondad y su misericordia nos acompañan todos los días de nuestra vida.

2.- "CRER PARA VER"

Por José María Martín OSA

1.- El Señor no se fija en las apariencias. Samuel es enviado a ungir al que debe ser el nuevo rey. Pero el Señor no ha escogido a un hombre "de buena estatura", como Saúl, sino al más joven de todos, que estaba cuidando el rebaño de su padre. El Señor, como tantas veces repetirá la Escritura, no se fija en las apariencias, sino en el fondo del corazón. David no es elegido por ser el más fuerte, sino por puro amor. La imagen del pastor para designar la misión del rey de Israel y la del Señor mismo entrará en la tradición de Israel y llegará al Nuevo Testamento. El Salmo 22 proclama: “El Señor es mi pastor, nada me falta”. Debemos seguir a Jesús, el auténtico guía de nuestra vida. El nos muestra el camino, pero nosotros debemos caminar como hijos de la luz, tal como nos recuerda Pablo en la Carta a los Efesios

2.- Jesucristo ilumina con su luz nuestro corazón. Las lecturas de los domingos de Cuaresma del Ciclo A tienen un marcado carácter bautismal. Se trata de una catequesis sobre el Bautismo y la necesidad de la fe para seguir a Jesús. Igual que en los sacramentos, en el relato de la curación del ciego aparecen símbolos y mediaciones como la saliva, el barro, la piscina, la ayuda de los demás. El barro es el reconocimiento de nuestra falta, la saliva la fuerza curativa, la piscina la Iglesia, sacramento universal de salvación, la ayuda que recibe es la Palabra de Jesús. Quien devuelve la vista al ciego no es el agua, es su fe en Jesús. Como ocurrió el domingo pasado con la samaritana, el ciego de nacimiento nos representa a todos. ¿Quién de nosotros no está ciego? Somos ciegos cuando andamos perdidos en las tinieblas del pecado, cuando nos cerramos a los demás, cuando nos fijamos en las apariencias sin darnos cuenta, como afirma el Principito, que sólo se ve bien con el corazón. Así lo expresa también San Agustín:

“¿Cuándo lavó este ciego el rostro de su corazón? Cuando, echado de la sinagoga por los judíos, el Señor le abrió los ojos del alma; pues, habiéndole encontrado, le dijo, según hemos oído: ¿Crees tú en el Hijo de Dios? ¿Quién es, Señor, respondió, para que crea en él? (Jn 9,35-36). Ya le veía con los ojos, pero aún no con el corazón. Esperad; ahora le verá. Jesús le respondió: Soy yo, el que habla contigo (Jn 9,37). ¿Acaso lo dudó? Inmediatamente lavó su rostro. En efecto, estaba hablando con aquel Siloé que significa enviado. Luego él era Siloé. El ciego de corazón se le acercó, lo escuchó, lo creyó, lo adoró; lavó su rostro y vio” (San Agustín, Sermón 136).

3.- La ceguera del mundo. En este fragmento del evangelio podemos apreciar la dimensión colectiva del pecado. En el mundo hay muchos ciegos que, viendo con los ojos, no ven con el corazón. Sean los padres, los fariseos, los vecinos… Ciegos que se niegan a la aceptación de una cosa tan sencilla como que Dios quiera que aquel ciego se cure y vea. Esa resistencia, que podemos llamar el pecado del mundo, va más allá del pecado personal. Es esa especie de ceguera que hace que nadie entienda realmente nada en ciertas situaciones. Esa especie de ignorancia existencial que sistemáticamente borra a Dios de nuestro mundo, de nuestra sociedad. Lo dice con claridad San Agustín:

“Quienes lo arrojaron de la sinagoga continuaron en su ceguera, como se vio en el reproche que dirigieron al Señor de haber violado el sábado por hacer lodo con su saliva y untar los ojos al ciego. Digo en su ceguera, porque reprocharle al Señor las curaciones obradas con su sola palabra no era ceguera, sino calumnia manifiesta. ¿Hacía en efecto algo en sábado, cuando curaba con la palabra? Calumnia manifiesta, porque se le acusaba de mandar, se le acusaba de hablar, como si ellos no hablaran el sábado. Sin embargo, bien puedo decir que no hablaban ni en sábado ni en ningún otro día, porque habían dejado de alabar al verdadero Dios”. (San Agustín, Sermón 136).

4.- Jesús, luz del mundo. Sólo podemos salir de la oscuridad si reconocemos nuestra ceguera y acudimos a Cristo, "luz del mundo". Jesús viene a iluminar nuestra ceguera espiritual. Este es el mensaje del evangelio del ciego de nacimiento. El autor sagrado parte del principio de que nuestra vida es un camino. Para caminar necesitamos en primer lugar ver por dónde queremos ir. Solo Jesús puede iluminar nuestro camino y quitar la ceguera de nuestro corazón. Para ver de verdad, hay que creer en EL. Por eso, hay que estar abiertos a la luz de la verdad, que es Cristo, y no cegarnos en nuestra soberbia. Debemos aceptar a Jesucristo, aceptar su amistad y su amor, aceptar la verdad de sus palabras y creer en sus promesas; reconocer que su enseñanza nos conducirá a la felicidad y, finalmente, a la vida eterna.

3.- NUESTRA CONDICIÓN DE POBRECITOS CIEGOS

Por Antonio García-Moreno

1.- LAS APARIENCIAS.- Samuel es el profeta de Israel, el intermediario entre Dios y su pueblo. Él presenta a Dios las peticiones de los hijos de Jacob y transmite a éstos los deseos de Yahvé. Samuel designó como rey a Saúl y, por voluntad de Dios, nombró luego al sucesor de ese rey. En este pasaje lo vemos caminar hacia la casa de Jesé, en Belén, donde está el futuro rey. Será uno de los hijos de Jesé.

Van presentándose ante el profeta aquellos hombres fuertes y jóvenes, avezados a la lucha y al trabajo. Cuando se presenta Eliab, Samuel, viéndolo tan alto y aguerrido, piensa para sí que éste es el elegido. Pero el Señor corta sus pensamientos: "No mires su apariencia ni su estatura, pues yo lo he descartado. La mirada de Dios no es como la mirada del hombre, pues el hombre mira sólo las apariencias, pero el Señor mira el corazón".

Efectivamente, para Dios no valen nada las apariencias. Lo único realmente valioso es lo que el hombre lleva dentro, lo que piensa, lo que intenta, lo que realmente es. Lo demás no sirve para nada. A lo más valdrá para engañar a los hombres, pero de ninguna manera para engañar a Dios.

Siete muchachos llenos de ilusión y de juventud, de valor y de empuje. Pero ninguno era el elegido. Samuel -dice el texto-, pregunta a Jesé: "¿No quedan ya más muchachos?". Él respondió: "Todavía falta el más pequeño, que está guardando el ganado". Dijo entonces Samuel a Jesé: "Manda que lo traigan... Era rubio, de bellos ojos y hermosa presencia".

Se llamaba David y se dedicaba a guardar el ganado. Un zagal que cantaba y componía versos, un muchacho más a propósito para paje que para rey. Pero Dios se había fijado en él. Y cuando llegue el momento se despertará el fiero guerrero que duerme en sus dulces ojos. Y confiando en el poder de Dios, él, un zagalillo, lanzará con rabia su onda contra el temible Goliat, aquel gigante filisteo que tenía amedrentados a los guerreros de Israel.

Y David, persuadido de la ayuda divina, le clavará un redondo guijarro entre ceja y ceja, haciendo rodar por tierra al poderoso enemigo, vencido, muerto... Dios es así. De un pastorcillo olvidado de todos hace el más grande rey de la historia de Israel. Y es que su mirada es diferente de la nuestra, totalmente distinta. Él no se fija en lo que externamente aparece. Dios ve y valora lo que hay dentro del hombre.

2.- CIEGOS INCURABLES.- Un hombre ciego de nacimiento. Nunca había contemplado el prodigio de la luz de cada día que, después de la oscuridad de la noche, da forma y color a todo lo que nos rodea. San Juan recordaba aquel hecho y nos lo narró para enseñarnos que, frente a la tenebrosa oscuridad del pecado, está la claridad esplendente que es Cristo, Luz del mundo. Con ello nos anima a huir del pecado, a salir de la noche y venir al día, a romper con el príncipe de las tinieblas y vivir como hijos de la luz, limpios de pecado, encendidos con el fuego que la Iglesia ha puesto en nuestras manos el día de nuestro Bautismo.

En la escena aparecen otros personajes, los fariseos. Ellos no podían creer que Cristo hubiera dado luz a los ojos ciegos del mendigo. Y, sin embargo, la evidencia era manifiesta, ya que aquel hombre era un pordiosero conocido de todos por su ceguera. Pero ellos indagan, preguntan a unos y a otros, acuden a los padres del ciego... Cuando uno se empeña en cerrar los ojos a la luz, ésta no podrá romper el muro de nuestra obstinación y orgullo. Es un fenómeno que se repite hoy también. Algunos de los que dicen no tener fe, en el fondo no son otra cosa que unos pobres soberbios, ciegos incurables que nunca gozarán de la suave claridad de la luz. Sólo el que es humilde y limpio de corazón puede ver a Dios.

Jesús expone la tremenda paradoja que se da entre los hombres. Los que dicen ver están en realidad ciegos, mientras que los que reconocen su ceguera alcanzan a ver la luz. Reconozcamos, por tanto, nuestra condición de pobrecitos ciegos que no acaban de vislumbrar la luz, acerquémonos con humildad a Cristo y roguémosle que nos abra los ojos a la luz, que desgarre el tupido velo que forma nuestro orgullo y nuestra sensualidad, que nos ilumine con su poder y consigamos contemplar gozosos el esplendor de su gloria, la claridad de su amable mirar.

4.- LUZ Y MÁS LUZ

Por Javier Leoz

Agua, luz y vida son tres nos llevan hacia el Domingo de Ramos. El domingo, la Samaritana comenzó a caminar en su interior en espíritu y verdad y, hoy, con el ciego de nacimiento vemos que a pesar de la oscuridad se encontraba externamente, una luz imponente y poderosa brotaba desde lo más hondo de su humanidad. Supo reconocer al que era Luz sobre toda luz y… su vida cambió de color y mudó de la tiniebla a la claridad. ¡Creo, Señor! Supo ver, aún sin ver, en dónde estaba el remedio a su mal físico y también postrarse reconociendo el señorío de Dios. Por el contrario, muchos de los que asistían a aquel prodigio, veían con nitidez los acontecimientos pero por dentro seguían sin ver nada en absoluto. Sus corazones permanecían obstinados.

1.- En este domingo, las lecturas, nos invitan a tomar posiciones. ¿Estamos del lado de la tiniebla o de la luz? ¿Al lado de Jesús o en su contra? Como a los dos ladrones que serán clavados a la izquierda y a la derecha de Jesús, en medio de la ceguera física de un hombre, el Señor ofrece lo que tiene. Unos, los más pobres, lo descubrieron pronto. Otros, los más sabios, intentaron por todos los medios silenciarlo.

Al ciego, el Señor, le hace renacer en doble sentido: física y espiritualmente. Responderá, y no por egoísmo sino por convencimiento, con un límpido: ¡CREO, SEÑOR!

También a nosotros nos puede hacer falta ese último toque, esa última respuesta con la que descubrió sus entrañas el que hasta entonces no veía. ¿Creemos con todas las consecuencias que Jesús es el Señor? ¿Lo ponemos en el lugar que le corresponde? ¿No corremos muchas veces el riesgo de catalogarlo como un personaje histórico pero sin trascendencia en nuestro crecimiento y descubrimiento espiritual?

Qué bien ilustra, en este sentido, una anécdota ocurrida a un sacerdote. Se presentaron unos padres en su despacho con la intencionalidad de bautizar a su hijo recién nacido. El sacerdote les preguntaba: ¿Y sabéis lo qué significa estar bautizado? ¿Por qué pedís el bautismo para el niño? La respuesta, aún rápida, era sincera: bueno a nosotros nos importa muy poco la vida cristiana, pero queremos seguir la tradición familiar. Gran reto el que tenemos actualmente: que las nuevas generaciones descubran al Señor cara a cara. Que lo experimenten a flor de piel.

2.- Siglos después, ese mismo Cristo, sigue pasando a nuestro lado. Nos ve ciegos con muchas cosas. Tanto que, a veces, confundimos lo divino con lo humano, el ver con el tocar, el placer con el amor, el tener con la felicidad, el sensacionalismo con la verdad.

Necesitamos, siglos después, que Jesús nos toque por dentro. Que despierte nuestro apetito por El y por las cosas de su reino.

Hoy muchos de nuestros contemporáneos, muchos niños que nacen a este mundo, vienen “ciegos de nacimiento” para la fe. Nacen en un mundo donde los valores eternos son puestos en jaque; en unas familias donde rezar, bendecir la mesa o llevar una vida medianamente cristiana es lo excepcional. ¿Y eso no produce ceguera espiritual? ¿Cómo van a ver si nadie les enseña? ¿Cómo van a descubrir si nadie les abre a otras realidades invisibles pero reales?

4.- Que el Señor, en esta Santa Cuaresma, nos ayude a recuperar la vista espiritual. Que nos empuje a reflexionar sobre esa penumbra que se abre como un inmenso paraguas sobre tantas almas (a veces sobre la nuestra). Que no deje de pasar por nuestro lado, para que cuando lo escuchemos, sepamos reconocerle y recuperar la luz por el don de la fe en Cristo: es la LUZ sobre toda luz.

Pidamos al Señor que la percepción de todo lo que acontece a nuestro alrededor no sea causa de nuestro abandono y de nuestra ceguera espiritual, de tiniebla en nuestra vida interior.

5.- QUIERO VER, SEÑOR, PERO CONTIGO

Tócame,  Señor, porque sabes que soy débil barro

y, con tu  mano, en un poco más de barro

pon sobre  mis ojos algo que despierte mi ceguera.

¡Son tantas  cosas las que no veo con claridad!

Confundo, la  verdad, con mis propias verdades

tu voluntad  con mis oportunos caprichos.

Quiero ver,  Señor, pero con tus ojos.

Que no me  conforme con lo puramente externo

con aquello  que, siendo bueno, 

me dice que  Tú no puedes darme la luz que necesito

con aquello  que, siendo luminoso,

no llega a  clarificar mi conciencia ni mi destino.

¿Me  ayudarás, Señor, a ver como Tú y contigo?

Que  contemple las maravillas del mundo

pero que lo haga  con ojos agradecidos hacia el cielo

Porque, en  cuántos momentos,

llego a  pensar que todo lo que me rodea y siento

es obra  exclusiva de la invención del hombre

¿Me  ayudarás, Señor, a superar la ceguera espiritual?

¿Me curarás  cuando mis ojos ya no lloren por los demás?

¿Limpiarás  mis miradas cuando sean egoístas y vacías?

¿Enseñarás a  mis ojos el resplandor de tu rostro, Señor?



QUIERO VER, SEÑOR, PERO CONTIGO

Que, en el  horizonte, sepa descubrirte como lo más importante

Que no me  falle, hoy ni nunca, el telescopio de la fe

Ese  telescopio que sabe llegar donde el ojo humano no alcanza

Esa fe que  es lente perfecta para sentirte y vivirte

y para  reconocerte como lo que eres: ¡El Señor!

Ayúdame,  Señor, a creer en Ti, a esperar en Ti

sin  condiciones, pruebas ni exigencias.

Ayúdame,  Señor, a verte por encima de toda apariencia

más allá de  aquello que, mi ceguera espiritual,

me invita a  engañarme diciéndome que no existes.

Amén.

5.- ALEGRÍA EN LA CUARESMA

Por Ángel Gómez Escorial

1.- Hoy es el domingo de la alegría. El domingo “laetare”. Se nos ha pedido al principio de la Eucaristía que nos alegremos. Y eso parece chocar un poco con el carácter austero de la cuaresma. Esta petición de alegría viene de la monición de entrada de la misa, de la primera oración que el sacerdote ha pronunciado desde el altar. Os la repito porque es muy bella. Dice así: “Festejad a Jerusalén, gozad con ella todos los que la amáis, alegraos de su alegría, los que por ella llevasteis luto; mamaréis a sus pechos y os saciaréis de sus consuelos”. Y esta bella y sencilla antífona es patrimonio de la Iglesia desde hace muchos, pero que muchos años. La frase “alegraos de su alegría, los que por ella llevasteis luto” tiene mucho sentido con nuestra cuaresma. Realmente, la cuaresma no puede ser triste. El esfuerzo de conversión que estamos haciendo, incluso nuestras penitencias, no deben llevar impregnada tristeza alguna. Nos estamos preparando para asistir al misterio más grande de nuestra fe: la Redención. Pensar, además, que la Pasión y Muerte del Señor Jesús no es un final. Es sólo un paso hacia la Resurrección que trajo algo muy grande para nosotros, que pudieron ver nuestros hermanos y “colegas” de raza y condición humana, los apóstoles. Comprendieron ya sin duda alguna que el Señor Jesús era el Hijo de Dios, que Él mismo era Dios y que mostraba un mundo en el que jamás se morirá. Entiendo que tanto se han repetido estas cuestiones que podemos asumirlas en parte, como un reflejo histórico, sin duda entrañable, pero que no se corresponde con nuestras vivencias. Y, sin embargo, en nuestro corazón arde el rescoldo de que todo puede ser así y que la fe –que es luz— quiere crecer dentro de nosotros. En fin, que es para alegarse saber –porque nos lo ha dicho el Resucitado— que no moriremos definitivamente.

2.- El relato de Juan Evangelista en torno al episodio del ciego de nacimiento es, sin duda, una narración fuerte, plena, cargada de tensión escénica, que diría un aficionado al teatro. Es obvio que nosotros esperamos aprender de tal narración. Las lecturas de cada misa dominical –y, por supuesto de toda Eucaristía— son una catequesis completa a la que se puede llegar incluso en solitario, si nos aplicamos a su estudio y contemplación. Y nos va a hacer mucho bien, si llegados a casa, en un momento tranquilo, releemos este evangelio de hoy que es sencillamente magistral. Veámoslo ahora aquí. En primer lugar los discípulos preguntan a Jesús por el origen del mal físico del ciego de nacimiento. ¿Había pecado él o lo habían hecho sus padres? Jesús rompe de una vez con la injusta creencia judía del pecado como causante de desgracias y, además, con un componente hereditario. Obsérvese que si el pecado traía desgracias y enfermedades, la riqueza era un don de Dios, según ellos. Y así, entonces, el especulador era un hijo predilecto de la divinidad. Jesús de Nazaret nos mostró la verdadera imagen de Dios Padre, el Dios Amor, que no pretende vengarse de ninguna criatura. Y que la riqueza es, muchas veces, camino de perdición y no de salvación. “No podéis servir a Dios y al dinero”, dijo en otra ocasión.

3.- El ciego de nacimiento recupera la vista y como es lógico el hecho llena de admiración a todo el entorno cercano al templo de Jerusalén, porque el mendigo ciego era muy conocido. Él mismo, cuando alguien señala que puede ser otro que se le parece, dice tajantemente que se trata de él, del ciego de siempre. Y a partir de ahí se inicia un ir y venir, un preguntar y responder, que termina teniendo a los fariseos como protagonistas muy activos. Incrédulos por un lado, pero también preocupados porque no se haya cumplido el precepto del sábado… La investigación de los fariseos es exhaustiva, policial, llegan a preguntar a los padres del ciego. Y, finalmente, el antiguo ciego termina enfrentándose con quienes le agobian a preguntas sin importarles la importancia de la curación, que un ciego vea. Sin solidarizarse con él ante el enorme don recibido.

5.- A mi juicio la primera enseñanza que podemos obtener del relato es precisamente esa: los fariseos bloqueados por el obligatorio cumplimiento de sus normas no ven la bendición inherente en que un ciego de nacimiento recupere la vista. Y llevados de esa locura pretenden que una cosa así sea obra del diablo, cuando éste no trae bendición alguna, sino mentira y mal por doquier. La radicalización de los fariseos es tanta que llegan a expulsar de la sinagoga al ciego. Y esa expulsión era como la muerte civil del implicado, algo así como la pérdida de la nacionalidad y, por tanto, de todos los derechos. Siguen sin ver la importancia positiva de un milagro. Lo lógico, dentro aún de su severidad, es que se hubiesen alegrado con la recuperación de la vista del ciego de nacimiento y luego hubieran seguido su investigación. Pero no es así. Están irritados, iracundos… tal vez, los milagros de Jesús son para ellos como lluvia en tierra embarrada. La importancia del Maestro de Nazaret va creciendo y ellos siguen quedando en evidencia.

6.- El ciego, evidentemente, no sabe quién le ha curado, pero intuye que quien lo ha hecho tiene que venir de Dios. Un bien tan grande no puede venir de otro lado. Y por eso manifiesta que es profeta –enviado de Dios— quien lo ha hecho. Y ese reconocimiento, que responde a una lógica sencilla, produce al ciego, por la maldad y cerrazón de los fariseos, que sea objeto de un mal grande: su expulsión de la sociedad. Ello, incluso, le impediría hasta pedir limosna si lo necesitase. Tendría incluso que huir a otros lugares. Jesús no es ajeno a toda esa presión y busca ayudar al antiguo mendigo ciego. Se le presenta como lo que es, como el Mesías. Y ante ello, con la vista limpia y recién estrenada por la generosidad de Jesús alcanza a ver más de lo puramente humano. Y, sin duda, el portento de recuperar la luz, de ver todo con extraordinaria limpieza queda presente ante la tiniebla y ceguera de los fariseos que asisten a la conversión del ciego. Jesús les llamará ciegos porque persisten en su pecado. No es Dios quien les nubla la vista. Es su cerrazón y su falta de amor. El pecado ensombrece, ciega y, de persistir, rompe cualquier posibilidad de vuelta hacia el bien. La luz desaparece y se abre una vida de caminar a tientas y sin saber dónde se va.

Pues que ojalá al término de esta cuaresma, en la noche sagrada de la luz, cuando la resurrección de Cristo encienda el cirio pascual, miremos aquello con la mirada limpia de quien acaba de abrir los ojos por primera vez, sin el empecinamiento por las cosas viejas o de cuestiones que, como a los fariseos del relato de hoy, ciegan los ojos de la cara y del corazón.

LA HOMILÍA MÁS JOVEN

NO QUEDA TÍTERE CON CABEZA

Por Pedrojosé Ynaraja

1.- Aun ahora cuando ocurre alguna cosa adversa, de inmediato muchos la refieren a Dios. Unos, ante una desgracia, reaccionan afirmando que Dios no existe, o que no es bueno, pues, de lo contrario no ocurriría lo que está ocurriendo, otros se revelan dándole de todo la culpa a Dios. Con frecuencia, los otros más, los buenos, seguramente muchos de nosotros, piensan de inmediato, que algo malo se ha hecho y Dios lo ha castigado. Tales actitudes vienen de antiguo. Era habitual en la época de Jesús.

2.- Os voy a explicar ahora, como es habitual, mis queridos jóvenes lectores, algunos detalles respecto al escenario, o los escenarios, donde ocurren los hechos narrados en el evangelio de la misa de este domingo. Las calles de Jerusalén, en aquel tiempo y en el presente, estaban y están muy concurridas. En los tumultos uno ve y no ve, lo que está ocurriendo. Uno se encuentra y establece diálogo, mientras entenderse entre viandantes es casi imposible. No se nos dice en qué punto de la ciudad ocurre el encuentro, en cualquier lugar, dentro de la amurallada ciudad, pudo ocurrir.

3.- La que el texto llama piscina de Siloé, es en nuestro lenguaje, un simple depósito de agua, de uso común. Los principales clientes eran, con seguridad, los servidores del Templo, que estaba cerca. En el extramuros de Jerusalén, hacia Oriente, manaba un caudaloso manantial llamado Guijón. Era importante por su caudal y por los buenos recuerdos que de él se tenía. En él había sido ungido rey Salomón, el hijo de David. Situado a los pies de la falda sobre la que se edificó el Templo, era y todavía es, asequible con facilidad. Ahora bien, una tal situación, en tiempos de guerra, resultaba prácticamente inútil para los vecinos. El enemigo, lo primero que hacía al establecer un cerco, era impedir la salida de la muralla para proveerse de agua. Y ya se sabe que esta es indispensable para la vida humana. En tiempo del rey Ezequías, se había tomado una decisión audaz. Se trataba de perforar la roca y practicar un túnel que llevara las aguas a intramuros y se mantuviese almacenada en una gran balsa. Todavía hoy subsiste el túnel y los atrevidos lo recorren, convirtiendo el recorrido en hazaña personal.

4.- Desemboca hoy en día la corriente, ya en el exterior, en un estanque que el peregrino admira con fervor y en el que mojan sus ojos algunos, implorando conservar su vista siempre. Se de algún caso que, a punto de perderla, mejoró su visión totalmente. La pequeñez de la tal charca, hacía pensar que, o no era auténtica, o todo el relato era pura imaginación del hagiógrafo. No hace muchos años, en el 2005, se descubrieron los restos de la que fue la auténtica piscina de Siloé. El error era mínimo, la que observábamos, la que yo y demás peregrinos, hemos visto, en diferentes ocasiones, fue la que construyó la emperatriz Eudosia, junto a una iglesia, en honor del milagro que ahora os comento. La proximidad al núcleo ciudadano, facilitaba allegarse a ella. No es exactamente la de Siloé a la que envió Jesús al ciego, es un remanso de la corriente, un poco más arriba y anterior a la que envió el Señor al ciego. (Os confieso que, si tengo oportunidad y Dios lo quiere, deseo visitar los vestigios que quedan y que ahora solo conozco por fotografías).

5.- Quedamos, pues, que se trataba de un depósito insigne por su capacidad, utilidad y significado, que el evangelista nos lo recuerda: su nombre es el enviado. Advierto que aunque hoy parezca que la tal piscina esta fuera de las murallas, límite y frontera, en aquel tiempo era otro el trazado de estas y nuestro singular gran charco, estaba situado dentro del recinto ciudadano.

6.- Vuelta al núcleo fundamental de la acción: un anónimo ciego de nacimiento entra en escena. Los discípulos se interrogan ¿Quién tiene la culpa, él o sus padres? El juicio de Dios se realiza en el ámbito eterno, pero a veces se desarrolla también en la realidad historia. Si el veredicto parte de que no hay culpable, la sentencia atribuye la situación a un querer de Dios, para que se manifieste de inmediato su poder y bondad. Los discípulos discutían de quien era la culpa, el mendigo solo lamentaba su desgracia, deseando como fuera que fuese, su curación. No se entretenía en disquisiciones, era un hombre simple.

7.- El Señor sabe que la comunicación humana es compleja. Es sensorial. (Dos enamorados no desearían nunca, por prodigiosa que fuera la medida, comunicarse y compartir su amor, por telepatía. Juntos y abrazado estrechamente, con palabras, caricias y besos se lo dirían y repetirían. Una notificación por wapshap, si no existiera otra, resultaría completamente insuficiente. El amor necesita gestos sensibles y repetitivos). El Maestro con su saliva y polvo del suelo, amasa y fabrica un singular y paradójico ungüento, que aplica sobre su ceguera. Pero no se acaba todo aquí, le indica que vaya y se lave en Siloé, allí donde los levitas sacan agua para los servicios del Templo, las mujeres lavan la ropa y los animales beben. Piscina de máxima utilidad, pues. Ahora tendrá otra finalidad.

8.- Vuelve el afortunado y es objeto de comentarios. Es, o no es, el que conocían. ¿Es sincero o impostor?, se pregunta la gente. El ciego es un buen hombre, se conoce un poco y reconoce su ignorancia. No sabe dar razones ni establecer teorías, habla de lo único que es capaz de hablar, de su curación. Su Fe, lo descubrimos pronto, no es fruto de discusiones ni saberes, su Fe es consecuencia de haber experimentado y reconocido el Amor. Por ello está dispuesto a todo.

9.- La gente importante, la autoridad, los notables, acuden desconfiados. La susceptibilidad impera sobre lo evidente. Se empeñan en la suya, sin sentirse capaces de cambiar. Los padres del desgraciado-afortunado hijo, temen. No son capaces de dar testimonio. Se escurren. Insisten los altos cargos. De ninguna manera quieren quedar mal ante la gente. Vuelven a interrogar. Un buen método de pesquisa es repetir preguntas para observar si hay contradicción en las respuestas. El buen hombre, tal vez temeroso, quizá ingenuo, acude a la ironía. ¿Os queréis hacer discípulos suyos? Ni en broma. Su orgullo se ve ahora humillado y acuden al desdén.

10.- Acude de nuevo a la experiencia de su curación. No le sirve el criterio de autoridad. Es despreciado e insultado. Se encuentra a solas Jesús con el buen hombre, le propone la Fe y el honestamente la acepta, es un buen hombre, en el buen sentido de la palabra, que diría Machado. Ante este desfile de modelos ¿a quién o quienes, os parecéis vosotros, mis queridos jóvenes lectores?

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