12 marzo 2017

II Domingo Cuaresma

El domingo pasado reflexionábamos sobre el doloroso experimento de haber construido entre todos una sociedad dominada por la soberbia, -en la que todos tendemos a creemos dioses- y agresiva, -en la que los otros son demasiadas veces considerados como obstáculos a eliminar, si es necesario-. 
Recordábamos las palabras del papa animándonos a reconstruir la historia de la humanidad, conforme al grandioso proyecto de la creación en el que Dios sería amado y respetado como Padre y nosotros, sintiéndonos sus hijos, viviéramos fraternalmente formando una gran familia que habitara y cuidara el mundo como la gran casa de todos. 
Hay programa para ello: la Revelación… solo se precisa voluntarios para hacerlo realidad. Todo es cuestión de decidirnos a cambiar nuestra actitud. 

Ya en otra ocasión vimos la necesidad de cambiar nuestro modo de pensar, nuestra lógica, por la de Dios. La nuestra, basada en el poder, el dinero, la violencia, la injusticia, la soberbia ha demostrado que no es la lógica capaz de aportar buenas piedras para edificar un mundo habitable para todos en igualdad de condiciones. Por eso, Jesús nos invitaba a sustituir esos valores mundanos por las bienaventuranzas; por una lógica que forjara un mundo en el que se valorara a los pacíficos, a los que trabajan por la justicia y la paz, a los misericordiosos, a los limpios de corazón, a los austeros, a los honrados, a los que viven para hacer el bien. 
La primera lectura nos presenta a Abrahán, un hombre valiente que, con una profunda fe en los planes de Dios, cambió los suyos por los de Él (Gen. 12, 1-4) y creyendo y esperando contra toda esperanza vio realizada su misión, la que Dios le había señalado. 
San Pablo en su carta a Timoteo (2ª Tim. 1, 8b-10) le anima, nos anima, a esa misma fe sin fisuras, sin miedos porque: “el Señor no nos ha dado espíritu de temor, sino de fortaleza, de amor y de prudencia” 
Anima a Timoteo, y nos anima a todos nosotros, a no avergonzarnos de presentarnos como cristianos, a comprometernos a vivir una vida consagrada a Él y a sentirnos contentos y esperanzados con la posibilidad de un mundo mejor, amén de prometernos, si luchamos por ello, el gozo de una feliz inmortalidad. 
Un anticipo de lo que será esa eterna inmortalidad nos la ofrece Jesús en el episodio del Tabor cuando se transfiguró ante los Apóstoles Pedro, Juan y Santiago. (Mt. 17,1-9)
Es importante recordar que la Transfiguración tiene lugar pocos días después de que Jesús les hubiera anunciado por primera vez su pasión y muerte a manos de los judíos. 
Los apóstoles se quedaron tan perplejos que el impulsivo Pedro se puso a reprenderle con protestas como: ¡eso no te ocurrirá! Tuvo Jesús que llamarle seriamente la atención para que dejara de tratar de disuadirle de que cumpliera su misión. 
Siempre se ha entendido que Jesús en el Tabor quiso levantar la moral de los apóstoles desconcertados por su trágico fin y ante la advertencia de que también ellos habrían de cargar con la cruz para seguirle. Con este episodio Jesús quiso mostrarles a ellos y a todos, que La Transfiguración es el término feliz de haber pasado por la cruz; que tras la tempestad vendría la calma; que tras el padecimiento la gloriosa Transfiguración. 
Es esta una idea muy a tener en cuenta por todos nosotros que también experimentamos las mismas luchas y riesgos, y en consecuencia los mismos miedos que los apóstoles, al intentar seguir a Jesús. Es fácil que no terminemos crucificados como Él pero sí es normal que en muchas ocasiones tengamos que sacrificar gustos, placeres, descansos por ser fieles a la llamada de Jesús, amén de muchas burlas y desprecios de los que no entienden una palabra del mensaje de Jesús. Tremendo el espectáculo de la charanga carnavalesca canaria. ¡Pobre Jesús! Escarnecido hace dos mil años, ofreciendo sus brazos abiertos a todos, incluso a sus verdugos, y tan incomprendido como entonces. Él les perdonó y nosotros no seremos los que les condenemos pero ¡qué tremenda vulneración de los derechos humanos señalados en diciembre del 48! No son los timoratos católicos los que se escandalizan de ese bochornoso espectáculo, NO, son, deben serlo. todos cuantos defiendan los derechos humanos que jamás fundamentan la posibilidad de escarnecer a nadie. Fueron dados para convivir, no para maltratarnos unos a otros. La libertad de expresión nada tiene que ver con el permiso a molestar a los demás. 
Es en estas situaciones y momentos cuando hemos de recordar dónde estamos y qué estamos haciendo, para no desfallecer en nuestro propósito de seguir adelante. 
La reflexión sobre las grandes verdades es la apoyatura firme para que“las cosas del mundo” no nos roben las ganas y la ilusión de ser fieles al Evangelio. 
Aquellas solemnes palabras oídas en el Tabor “Este es mi hijo amado, escuchadle” siguen sonando a lo largo de la historia y de los tiempos y llegan hasta nosotros: No las desoigamos, no miremos a otra parte. Jesús nos las dirige a todos los que estamos aquí, en la espera de poder contar con nosotros en su gran intento por traer a la humanidad a los caminos de la sensatez, de la prudencia, de la paz, de la gran familia universal.
Jesús necesita apóstoles que siembren el bien en un mundo tan carente de él; que compensen las malas siembras que otros hacen. Sintámonos convocados a la tarea de hacer UN MUNDO VERDADERAMENTE HUMANO. 
El Papa en su discurso a los miembros de la Curia les dijo: “Lo que a mi me da más miedo son los que ante la gran tarea que hay por hacer se sienten tranquilos y felices y miran para otra parte como si no fuera con ellos la cosa. 
No seamos nosotros de esos “pasotas”. Oigamos esa voz, que es también la voz de Cristo, y convirtámosla en el compromiso de nuestra vida. AMÉN.
Pedro Sáez

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