01 marzo 2017

Homilía para el I Domingo de Cuaresma

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Los sonidos del espíritu a la intemperie del desierto
La Cuaresma es un tiempo terapéutico con el color morado de la interioridad. No es un tiempo triste, sino profundo, silencioso, de “ponerse a régimen” para vivir
más sano. Y el desierto es un lugar para el encuentro, el silencio, la interioridad, silencio para ser y vivir sin máscaras. El desierto sanador.
1. Un viaje a la intemperie del desierto
El desierto, en la tradición bíblica, es un lugar ambivalente: por un lado, es el escenario de las mayores dificultades, donde el ser humano se siente sometido a las pruebas más duras; por otro, sin embargo, aparece como el espacio en el que se goza de una especial intimidad con Dios: “La llevaré al desierto y le hablaré al corazón”. No es un desierto físico. Es un lugar donde solo se oye el ruido de nuestros pasos, los gritos de nuestros dolores, el lugar desnudo de nuestro ser donde se puede oír el susurro de Dios y el misterio de la vida.

2. Un cuento para abrir y conectar.
Repasamos el cuento “el rey sabio”
“Había una vez un rey que respondía con sabiduría a todas las preguntas que le hacían. Todos y cada uno de los súbditos que se presentaban ante él salían con la respuesta justa a su pregunta. Cierto día, un joven celoso de su sabiduría, se propuso tenderle una trampa. Iría donde el rey y con un pequeño pájaro en su mano le preguntaría si estaba vivo o muerto. Si el rey decía que estaba vivo, apretaría el pájaro en sus manos y al abrirla el animal habría muerto. El rey se habría equivocado. Sin embargo, si el rey contestaba que estaba muerto, dejaría volar el pajarillo. Y el rey se habría equivocado. Estaba orgulloso de su plan y convencido de que no podía fallar. Fue así como llegó ante el rey y expuso la pregunta: “dime si este pájaro que tengo en mis manos está vivo o está muerto”. El rey, después de mirarle a los ojos, le respondió: “que- rido amigo, ¿por qué me preguntas eso a mí si la respuesta está en tus manos?”
3.- Letra y música de la Cuaresma:
Experimentamos las tentaciones seductoras que nos arruinan la vida: el poder, el triunfar y el poseer. Yo me veo muy valioso, único, tengo necesidad de tener la razón, de ser el centro, de poseer para sentirme seguro, necesito a veces sentirme en el centro y el mejor para saberme fuerte y seguro, importante, el centro de los demás, en la cresta de la ola, el generador de las energías ajenas. Experimentamos el deseo de poseer, de saber, de llevar la razón. Tentaciones de sacar lo peor de nosotros para tapar lo limitado de nosotros. Las tentaciones de Jesús son paradigma de las nuestras personales, sociales y religiosas. Nos reconocemos en ellas de una manera u otra. Estiran lo peor de nosotros.
Todos llevamos un desierto dentro de nosotros y a veces la vida nos lleva a él: una enfermedad larga, la soledad, una depresión, una ruptura dolorosa, la sensación de ser poca cosa y no tener éxito, la fragilidad de nuestras capacidades, cuando hay más preguntas que respuestas, cuando la vida no transcurre como yo la imagino y la deseo.
Sonidos del espíritu que invitan a desarrollar la libertad y el don. Sonidos del espíritu del susurro del regalo, de la invitación al don, a aceptar y regalar, sumar, acoger, desprenderse de la necesidad de la razón y el éxito. Desarrollar y ensanchar lo mejor sembrado en nosotros. Y en el desierto conectamos con el misterio de Dios, con su susurro, su melodía para ser y vivir, sus propuestas saludables, su aliento y luz. En el desierto experimentamos la fragilidad propia y la que contiene la existencia y nos depura y nos vuelve exibles, aprendices, necesitados y sabios para detectar las tentaciones que nos arruinan.
Ricardo Fernández Ibáñez

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