La revelación no hemos de entenderla como una clase teórica en la que Dios se dirige a nosotros como a alumnos a quienes hay que informar sobre alguna determinada materia y a los que luego se abandona a su suerte.
Por supuesto que incluye una información pero es mucho más: la Revelación es la manifestación del amor que Dios tiene a la humanidad como a hijos queridos a quienes desea enseñarles los grandes principios orientadores de la vida así como los recursos con los que pueden contar para ello. Son manifestaciones cariñosas al modo como los padres enseñan a vivir a sus hijos.
El primer texto es una una clara manifestación de esa actitud amorosa: “Aunque una madre se olvidara del hijo de sus entrañas yo no me olvidaría de ti”
Sorprende esta afirmación por su frontal contraste con el lamentable espectáculo que ofrece gran parte de la humanidad que sufre hambre, enfermedad, ignorancia, violencia y que, a todas luces, parece abandona de la mano de Dios, como se dice. El Papa Francisco en su Exhortación Evangelii Gaudium recordaba esa tragedia: “No podemos olvidar que la mayoría de los hombres y mujeres de nuestro tiempo vive precariamente el día a día, con consecuencias funestas….el miedo y la desesperación se apoderan del corazón de numerosas personas, incluso en los países llamados ricos” (nº 52)
Dios no se olvida de nosotros, nos quiere y es omnipotente, entonces ¿Cómo es que hay tanto sufrimiento en el mundo? ¿Cómo es eso?
Es evidente que cuando Dios nos ha dicho que nos ama y que no se olvida de nosotros no quería engañarnos -iría contra su bondad y veracidad- sin sacar Él ningún provecho de nosotros – no lo necesita –
¿Cómo hemos de entender esa actitud de Dios de ayuda con la visión que nos ofrece el mundo?
Nos resulta muy difícil explicar la coexistencia del mal en el mundo con la sabiduría y amor de Dios hacia la humanidad. El problema del mal ha consumido miles de libros, disputas y controversias entre los filósofos y teólogos. Se han ofrecido respuestas para todos los gustos y tendencias pero la pregunta sigue ahí con toda su agresividad ¿Por qué? ¿Por qué?
Quizás una forma de acercarnos de una manera muy elemental a un principio de entendimiento del problema sea tratar de contemplar toda la Revelación en conjunto y no partes de ella por separado. La Revelación no puede trocearse y luego utilizar los trozos desconectados del espíritu total y central de ella.
En el proceso general de la Evolución la aparición de la especie humana supuso también la aparición de la razón y la libertad. Así figuraba en el plan creador de Dios. Pero el hombre no supo actuar razonablemente y comenzó una tremenda historia de desatinos y sufrimientos. Dios, que no abandona nunca a sus hijos, se manifestó primero en el Sinaí con las tablas de la Ley, luego en la persona de Jesús de Nazaret con su perfeccionamiento de la Ley ofreciéndonos el camino de la cordura: el del amor. Ni aun así, con el ejemplo de Jesús hemos aprendido a portarnos racionalmente los unos con los otros.
El problema no viene por la deficiencia de la providencia de Dios sobre nosotros. Dios promovió un mundo con suficientes recursos para todos. Las tragedias de la humanidad son la consecuencia de nuestros egoísmos que hacen imposible el ejercicio de esa providencia.
En el último folleto editado por “Manos Unidas” se decía: “El mundo no necesita más comida. Necesita más gente comprometida”.
Efectivamente: lo que necesita el mundo es que haya menos acaparadores que negocien criminalmente con las necesidades de los demás.
“No existe nada tan lucrativo como el negocio de esclavos, si exceptuamos el negocio de la guerra”. Era la conversación de “un hombre a quien los demás le traían sin cuidado, que solo era capaz de vivir entre la soberbia y las bajas inclinaciones”. Esto que se vive hoy en cualquier garito de esos en los que se negocia con el sufrimiento humano lo dice Ergino, protagonista en una novela (El Camino de los Dioses, pág. 496) que describe el comercio en Egipto en el siglo I antes de J.C. Son estas ideas y actitudes presentes en el mundo desde los primeros tiempos de la existencia del ser humano las que provocan su sufrimiento. Son comportamientos que denuncian la carencia de toda conciencia.
Eso es lo que vino a denunciar Dios en el A.T. y luego Jesús en el Nuevo: la pérdida de conciencia, la falta de sensibilidad ante el dolor de los demás, el dominio del egoísmo que cierra toda posibilidad de compasión, el culto al nuevo becerro de oro a quien se adora y al que se le sacrifica las vidas de los demás y la propia conciencias.
Dios no es el encargado de “resolvernos” los problemas técnicos de abastecimiento sino el que llama a las conciencias para que todos actuemos conforme a la sana razón de ser justos y caritativos con los demás.
En ese terreno Dios nunca abandona a quien esforzándose por oírle despierta su conciencia en favor de los demás; (1ª Lectura) nadie que se haya ofrecido a Él, quedará defraudado; todos quedarán recompensados conforme a sus personales méritos. Lo hemos escuchado en la segunda lectura tomada de San Pablo: “Entonces cada uno recibirá de Dios la alabanza que merezca”.
La solución a nuestros problemas viene dada por la fidelidad al proyecto de Dios. Si buscamos el Reino de Dios y su justicia (Evangelio) todo quedará resuelto en favor de todos.
Decía el Papa en la “Laudato Sí”: “Nunca hemos maltratado y lastimado nuestra casa común como en los dos últimos siglos. Pero estamos llamados a ser los instrumentos del Padre para que nuestro planeta sea lo que él soñó al crearlo y responda a su proyecto de paz, belleza y plenitud” (nº 53).
Reflexionemos sobre todo esto y comprometámonos a construir entre todos un mundo que sea una confortable casa común para todos los seres humanos, un hogar donde todos podamos vivir fraternalmente. AMÉN.
Pedro Sáez
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