05 febrero 2017

Domingo V de Tiempo Ordinario

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Los textos de la liturgia del día de hoy insisten en las ideas centrales sobre las que hemos venido reflexionando últimamente: la virtualidad de la Iglesia y los cristianos para ser una luz (Evangelio) que origine una aurora para la humanidad (1ª lect) fundamentada en Cristo (2ª lec) 
Veíamos que la Iglesia que quiere Jesús no es del tipo de “agrupación de pensantes en lo mismo” o de simples “amigos de Jesús” sino un organismo vivo que crece informando de Evangelio la historia de la humanidad y sus logros. Vimos también el importantísimo papel que jugáis los seglares en la sacralización del mundo. 
Todo ello nos lleva a unas nuevas reflexiones
1.- Los cristianos hemos de ofrecer a los demás un estilo de vida atractivo que sepa unir la alegría de vivir los tiempos felices de la vida con la responsabilidad de llevar adelante sus compromisos sin fallos ni claudicaciones oportunistas. Personalidades recias capaces de gozar de la vida pero, también, sabiendo luchar y sacrificarse por todo aquello que merezca la pena. 

2.- Hemos de presentar un programa suficientemente rico como para ser capaz de transformar el mundo en lo que todos aspiramos que debería ser. Un programa que invite a la acción, al compromiso personal. Tenemos que ofrecer el cristianismo como una fuerza capaz de transformar el mundo. Una Iglesia cuyo programa se centre en cultos en los que fundamentalmente se pide a Dios que realice los cambios que necesita el mundo y que todo parece dejarlo en manos de la divina actividad, es una Iglesia que además de tener poco o nada que ver con la ola expansiva que provocó Jesús allá en Palestina hace 2000 años y que debía empapar una nueva historia de la humanidad, da pie suficiente para que se la considere como una “alienación” en terminología marxista. Algo que nos “expatria” de nuestro propio mundo y sus tareas para “escabullirnos” en el “otro mundo”. La Iglesia de Jesús no es una Iglesia que abandona este mundo “esperando” con los brazos cruzados que “aparezca” el “otro mundo”. Para Jesús el mundo es un mundo a construir por todos los hombres y mujeres de buena voluntad. 
El Papa en la entrevista que concedió al periódico “El País” y que apareció el domingo 22 (enero 17) manifestó que “Él a quien tiene más miedo es a los anestesiados” a los que eluden los compromisos porque no tienen contacto con las gente”
3.- La impregnación evangélica del mundo nos exige a los cristianos estar a la altura de las circunstancias mediante un serio conocimiento de la realidad en la que nos movemos y se mueve el mundo. Lo decía el Papa Francisco: La Iglesia, nosotros los cristianos, debemos tener en cuenta los cambios amplios y profundos de la sociedad actual… hemos de “Saber leer y escuchar los signos de los tiempos” (A la curia romana) “La Iglesia debe manifestarse conforme a los signos de nuestro tiempo y de todo lo bueno que el ser humano ha logrado para responder mejor a las necesidades de los hombres y mujeres que está llamada a servir” 
4.- Igualmente debemos estar al día en las modernas orientaciones de la Iglesia sobre la comprensión de su propio contenido y misión. Esta actitud no hemos de confundirla con una sucesiva adaptación del mensaje evangélico según los gustos y caprichos de cada época sino como un constante descubrimiento de la virtualidad de la Palabra de Dios capaz de ir dando respuesta a los nuevos problemas planteados por la sociedad a lo largo de su historia. Jesús ha venido para ser la luz que ilumine a los hombres y mujeres de todos los tiempos y de todas las regiones. Irse “redescubriendo” a partir de esas nuevas problemáticas es precisamente un signo de la vitalidad de esa Revelación.
5.- San Pablo, con su mentalidad judeo-romana ha visto claro la reconciliación de la humanidad con Dios por medio de la muerte de Jesús. La figura de Cristo salvador-mediador la tiene muy clara. La expresión que nos recordaba hoy su texto a los cristianos de Corinto es especialmente significativo a este respecto: “No quise saber nada, fuera de Jesucristo, y Jesucristo crucificado”.
Está bien esta visión de Cristo como una persona capaz de llegar a dar la vida por realizar su misión, pero los cristianos debemos despertar en nosotros fundamentalmente la idea de CRISTO RESUCITADO, de Cristo vivo enviándonos a evangelizar, (E.G. 19) a transformar el mundo, a pegarle fuego para que arda todo cuanto de malo hay en él y brille todo lo que hay de bueno. 
Jesús nos convoca a una revolución total. Lo vimos el pasado domingo a cuenta del cambio de lógica humana por la divina. Es un mundo nuevo el que ha de formarse a partir de la savia del Evangelio. No son parches, no son remiendos. Lo dijo Jesús: “no se echa un remiendo de paño nuevo en un traje viejo” (Mt. 9,16) ni vino nuevo en odres viejos (Mc. 2,22) porque en ambos casos no se resuelve nada y se estropea todo.
Es necesario cambiar radicalmente los criterios vigentes por otros que iluminen de verdad la vida de los hombres y mujeres.
El momento actual nos exige a los cristianos: un estilo de vida atractivo, un programa suficientemente rico como para ser capaz de transformar el mundo, un serio conocimiento de la realidad, una actualización del contenido de la revelación y el sentimiento de estar convocados por Jesús a una revolución total. 
Los dos próximos domingos concretará Jesús esas nuevas interpretaciones de su mensaje en orden a iluminar el mundo desde otras luces: las del evangelio, entendido y practicado como lo hizo Él. Las estudiaremos Dios mediante. 
Tengamos presente todo esto a la hora de vivir nuestra condición de cristianos para a ser artífices de un mundo nuevo. AMÉN
Pedro Sáez

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