Estás ante la fiesta más antigua, incluso antes que la misma Navidad.
El inicio de su celebración data del siglo III en el Oriente y en el Occidente se adoptó en el siglo IV.
En este día tiene lugar la celebración de tres hechos memorables en la historia de la salvación: adoración de los Reyes Magos, el Bautismo de Jesús y el primer milagro de Jesucristo en la bodas de Caná, gracias al cual los discípulos creyeron en el Maestro.
Los Occidentales aceptaron la fiesta el año 400. Aunque habla de los Magos, el rey principal es el Niño Jesús. Lo dice el inicio de la Misa:” Ya viene el Señor del universo, en sus manos está la realeza, el poder y el imperio. El verdadero rey al que debemos contemplar es al pequeño Jesús”.
El misterio de la Epifanía lo subraya Mateo diciendo que los Magos vinieron para destacar las profecías que hablaban de su nacimiento, y el ofrecimiento de oro, incienso y mirra es el reconocimiento implícito de su realeza mesiánica.
Los Magos para los orientales son gente docta; en lengua persa, mago significa “sacerdote”. Pero la Biblia, en general, llama a estos Magos Reyes extranjeros.
Es la fiesta de la santa Epifanía de nuestro Señor, Dios y Salvador Jesucristo lo que, de una forma sencilla y admirable, se le da a conocer a los Magos llegados de Oriente. Su adoración es la clave de este día.
Desea la Iglesia que la luz de hoy, sea el tema central del creyente. Están bien los regalos que se hacen a niños y mayores.
Pero lo fundamental no debe dejarse aparcado para dar paso a lo más festivo, alegre y superficial.
¡Felicidades a los Reyes Magos y a los que lleven los nombres de Melchor, Gaspar y Baltasar!
“El placer de los banquetes no hay que medirlo por la cantidad de las viandas sino la reunión de amigos y la conversación” (Cicerón).
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