Situación
Año viejo, con su fiesta delirante, representa el modo pagano de vivir la Navidad: olvidar la condición humana para suspender los conflictos de la vida durante un tiempo de ilusión feliz. Está claro que los humanos necesitamos evadirnos de la realidad de cuando en cuando. Lo malo es cuando nos planteamos la vida como evasión. En vez de descubrir la felicidad oculta en el corazón de nuestra existencia finita, nos dedicamos a olvidar la dureza del trabajo para soñar con el fin de semana; el peso de la convivencia del cada día, para soñar con el mes de vacaciones…
Jesús, el niño que no tuvo una casa para nacer, que tuvo que huir a Egipto; María y José, con su desamparo, nos recuerdan la actitud cristiana ante el Año Nuevo que comienza. ¿Es que somos unos aguafiestas?
Contemplación
Contemplación
También los cristianos nos deseamos y deseamos para todos los hombres un «feliz y próspero Año Nuevo», e iniciamos la andadura de este año nada menos que con la bendición de Dios (primera lectura). Imagínate al Padre Dios poniendo sus manos sobre tu cabeza y diciéndote: «Me fijo en ti; te concedo mi paz». No es un deseo iluso: hemos sido bendecidos nada menos que con su Hijo Jesús, y con El, en la fe, sabemos que este nuevo año también será historia de Salvación.
Pero el camino para entrar en esta historia de la Salvación tiene por referencia a María. Hoy celebramos su fiesta más grande, la de su maternidad divina.
Por Ella ha llegado al mundo el Mesías y se ha iniciado la Era Nueva, los tiempos del Cumplimiento.
Ella representa el realismo de un Dios encarnado, es decir, sometido a la condición humana, a nuestra debilidad, al poder esclavizador de la ley (segunda lectura).
Pero su aportación no fue pasiva, ni meramente biológica, sino activa y creyente, confiada y arriesgada. Dijo sí a la aventura de la humanidad de Dios (Lc 1,38) y continuó toda su vida «guardando la Palabra y meditándola en su corazón», pues los caminos de Dios iban a ser distintos a los previstos (lectura evangélica).
Reflexión
La mirada cristiana se detiene en María en las etapas cruciales de la historia de Jesús: en la infancia y en la Pascua, cuando hay que comprender «desde dentro» lo esencial, que siempre está en relación con los orígenes y con el final.
¿Qué es lo esencial de la Navidad? El Hijo se hizo hombre para que nosotros fuésemos hijos de Dios y, por lo tanto, también hermanos. María es la Madre.
Pero Dios hizo todo esto escogiendo a una chica humilde de Nazaret, símbolo de lo humano humillado, de lo débil y pobre. Anticipa así su mesianismo de solidaridad. María es la mujer oprimida.
Lo hizo discretamente, sin ruido, en el seno de una familia sencilla de trabajadores y en un rincón desconocido de Galilea, siendo José un descendiente lejano y venido a menos del linaje de David. María es la compañera.
Lo hizo afirmando, rescatando la fuerza del amor en la vida ordinaria, pues el peso de la historia lo soportan los que ponen amor en el cada-día y el futuro de la humanidad depende del calor humano de nuestras relaciones, del cuidado de los valores esenciales (la gratuidad, la fidelidad, el aguante ante el sufrimiento, la tenacidad no violenta en la lucha…). María es la sabiduría de lo esencial.
Termina la reflexión leyendo y meditando Lc 1,39-56.
Praxis
Praxis
No está mal comenzar el Año Nuevo teniendo como trasfondo la figura de María. No se trata de idealizar a la mujer para, luego, relegarla a un segundo plano en la vida normal.
Si eres mujer, reivindica tu dignidad e igualdad; pero no caigas en la trampa de perder la sabiduría de lo esencial.
Si eres varón, descubre en ti esa misma sabiduría. No estamos tan lejos como la sociedad y la cultura intentan hacernos creer. Todos hemos nacido de mujer, como Jesús.
¿Algún propósito para este año? Que nazca de esa sabiduría de lo esencial, realista, para tu vida ordinaria. Que tengas la sensación de que ese propósito te acerca al misterio de la humanidad de Dios.
Si estás casado/a, ¿por qué no lo haces con tu esposa/o?
Javier Garrido
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