20 diciembre 2016

Pórtico de Navidad

La Navidad nos sirve de excusa y motivo de encuentro, para que no sigan sumando los desencuentros. Y a lo mejor se enciende alguna lucecita de esperanza, de vida, en estos tiempos recios, sombríos y duros, pero también apasionantes.
No podemos vivir sin esperanza, pero la esperanza está amenazada, destruida por muchas formas de sufrimiento, angustia, violencia, muerte; por ejemplo en los prófugos.
Necesitamos de BUENAS NOTICIAS: “Os ha nacido el Salvador”. Y precisamente, Jesús, nacido en Belén, es la Bienaventuranza, porque convierte el despojo en Gracia, a los despojados les hace agraciados, porque ya tienen padre, ya tienen familia, ya tienen mesa, ya tienen camino y sentido en la vida.
Agraciados en el Hijo, nos sobrepasa el derroche de su Gracia (Ef. 1, 3-6). Y en consecuencia, podemos ser dichosos, felices, bienaventurados. Y si no lo somos, algo no funciona en nosotros, en el entorno, en la sociedad, en la Iglesia.
Parece que no conseguimos, en “la aldea global”, un mundo integral, interdependiente, intercultural, interreligioso, con visiones nuevas, plurales, complementarias en el marco institucional democrático de las libertades y derechos fundamentales.
La Bienaventuranza es la misericordia de Jesús que nace en Belén, y pasa a mis manos. Acojo esa ternura y la paso a los hermanos, mientras Jesús sostiene mis manos.

El nacimiento de Jesús, la Buena Nueva del Reino, se realiza en condiciones de pobreza, y ahí empieza el proyecto de solidaridad con los pobres y olvidados de la tierra.
¿Qué celebramos en Navidad? Ni más ni menos que la llegada del Reino que anunció Jesús a todos sin excluir a nadie, pero especialmente a los pobres. Lo cual nos pide trabajar por devolver la dignidad a los empobrecidos, humanizar el mundo, aliviar el dolor de los enfermos y aceptar un proyecto ético: superar desigualdades, discriminaciones, hacer felices a los demás. Y precisamente ahí está y se encuentra Dios, el Dios de la Vida, de la Ternura, Compasión y Misericordia y, por supuesto, desde que se humanizó en Jesús, le encontramos en todas las personas, pero especialmente en los pobres y personas más vulnerables.
Desde el nacimiento de Jesús en Belén, estamos vinculados con lo pequeño, lo su ciente, lo último, lo marginal, que nos exige hacer presencia en las periferias existenciales y geográ cas, metidos en Dios y con olor a oveja.
La entrada de Jesús en este mundo, marca la diferencia a la hora de hacer nuestras preferencias en la vida. Lo cual quiere decir que creemos y tomamos en serio a Jesús porque hacemos lo que Jesús dijo e hizo desde su nacimiento.
Entonces la Navidad es otra cosa distinta de la que se celebra hoy en la sociedad de consumo. Jesús marca en Belén el comienzo de un proyecto de vida humano, ético, justo, solidario, que busca ayudar a hacer felices a los demás. Pero, al llegar aquí, se levantan dos preguntas: ¿Por qué existe tanto miedo o se vive asustados en un mundo que tenemos denominación de origen, el sello del Espíritu Santo, la alborada de nuevos signos de los tiempos y el impulso creador de las nuevas tecnologías? ¿Por qué nos puede la esta aburrida, vacía, del consumo y no brilla la luz, la vida y la esperanza del RECIÉN NACIDO EN BELÉN?
El imaginario navideño, con sus símbolos, mitos, ritos religiosos, costumbres populares, solidarias, entrañables, sin caer en el consumo, nos lleva a otro imaginario social de las culturas más originarias: “EL VIVIR BIEN EN LA TIERRA SIN MALES”.
La “Tierra sin males” pertenece a la mística guaraní, es una especie de éxodo hacia esa tierra posible, una historia humana de igualdades comunitarias, de alegría compartida en esta, de esperanzas ciertas, de un cielo nuevo y una tierra nueva, que el PADRE ha comprometido dar a sus hijos.
Podemos hacer realidad ese imaginario sociocultural de “Vivir Bien en la Tierra sin Males, concretado en acciones solidarias”.
Entonces concluimos, siempre es posible vivir en NAVIDAD.
Nicolás Castellanos Franco osa
obispo emérito de Palencia

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