20 diciembre 2016

Misa de Gallo: Homilía

¿Qué solemos valorar en una persona, en su comportamiento? ¿Inteligencia, delidad, honestidad, fe, compromiso…? Seguramente cada uno de nosotros hará su propia elección, pero creo que somos cada vez más los que apreciamos el valor “cercanía”. Ahí está, por ejemplo, el deseo de que las personas con relieve público (políticos, líderes, deportistas, intelectuales…) sean accesibles, empáticos, sencillos; y ahí está el desagrado que despiertan las personas que se muestran altivas, distantes, autosuficientes, creídas. Ahí está, también, la admiración que suscitan las personas que -aún con gran pobreza de medios materiales- simplemente se acercan a distintos lugares del Mediterráneo para hacer más humana su llegada a los refugiados de Oriente Medio y África.
Pues bien, nosotros estamos precisamente celebrando esta tarde/noche la “cercanía” de nuestro Dios: su sorprendente proximidad a todos los seres humanos. Así es: el mismo Dios que sostiene la creación, el Dios que acompaña el camino de la liberación de la injusticia y que nos convoca a una alianza de amor y servicio, se nos acerca de un modo inaudito, haciéndose humano, uno de nosotros. Un niño nos ha nacido, un hijo se nos ha dado, anuncia Isaías. Se trata de la cercanía de un Dios que descubrimos como máxima en Jesús, porque él no es otro “enviado”, sino su propio Hijo, su Palabra, su Salvación.

No más embajadores ni representantes, no más delegados ni procuradores, porque en Belén, en el hijo de María, es Dios mismo quien se acerca, quien se nos hace vecino y compañero. ¡Regalémonos un tiempo para contemplar esta maravilla!
La voluntad de Dios es la vida de la humanidad, y en Jesús nos regala lo mejor que tiene para que tengamos vida. Jesús es el don más grande y más de nitivo. Dios, no pudiendo hacerse conocer, tuvo que hacerse nacer (Paul Claudel). Nos viene muy bien asomarnos a Belén con la mirada que percibe al fondo de todo y de todos el amor apasionado de la Trinidad por nuestra humanidad. Un amor que se entrega encarnado en Jesús.
Jesús nace y se nos ofrece en la pobreza, la vulnerabilidad y la periferia. Su nacimiento  es como será su vida y como será su nal: cerca de los pobres, pobre él mismo, con la causa de los pobres y contra la pobreza. Jesús nace excluido, en las afueras; porque no había sitio en la posada, explica Lucas. ¿Os suena? Los pobres, los descartables, los necesitados que va creando esta economía, pueden acercarse a él sin protocolo, en la precariedad, porque así se acerca él a ellos. Y yo, que no soy pobre, puedo, con ellos, acercarme también para compartir su Reino.
Sigue siempre presente en cada uno de nosotros la imagen de un Dios todopoderoso, majestuoso, imponente. Es ese Dios que imaginan y envidian Adán y Eva. Es el Dios con el que simpatizan los poderosos de este mundo. Pero el Evangelio sigue también tozudo proponiéndonos el Dios auténtico y paradójico: hecho humano, encarnado en un niño pobre, interesado por la compasión y olvidado de la culpa, profeta de un Reino que es don a la vez que compromiso. ¿Podemos acogerlo esta Nochebuena? ¿Podremos andar su camino cada día del año?
Los pobres, los descartables, los necesitados que va creando esta economía, pueden acercarse a Dios sin protocolo.
Y yo, que no soy pobre, puedo, con ellos, acercarme también para compartir su Reino.
Una gran noticia, una alegría, ese es el regalo inesperado e inesperable que reciben los pastores, los pobres, pero que lo es para “todo” el pueblo. ¿Estoy yo en ese “pueblo”, en ese pequeño “resto” que se alegra con el amor de Dios manifestado de nitivamente en Jesús? ¿Me acerco con generosidad a la cueva de Belén? ¿Necesito avivar mi con anza en Dios? ¿Quiero ir liberándome de los ídolos que me encierran en mis intereses y atrancan mis puertas?
Cantad al Señor, bendecid su nombre, reza el salmo. Algo así se escuchó aquella noche en Belén por el nacimiento de un niño pobre. Algo así puedo, podemos, cantar hoy al acercarnos a Jesús que es cercanía de Dios, proximidad que nos hace vecinos y compañeros, buena noticia del amor de Dios que sigue viniendo a salvar. ¡Acerquémonos!
Javier Oñate Landa

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