26 noviembre 2016

Domingo I de Adviento


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1. Situación
El Adviento nos sacude con las palabras de Pablo:
Daos cuenta del momento que vivís. Ya es hora de espabilarse. Ahora nuestra salvación está más cerca que cuando empezamos a creer.
En la vida humana hay siempre «momentos» especiales, cargados de consecuencias, en los que percibimos, quizá oscuramente, que nos jugamos lo mejor de nosotros mismos.
A veces son acontecimientos imprevisibles que nos golpean con fuerza. A veces son señales muy simples, guiños de la vida que nos llaman la atención.
¿Hay algo en este momento que te urge a vivir más conscientemente, a no pasar «por encima»?
Una persona es auténtica según la capacidad que tiene para «caer en la cuenta» de lo que lleva en sus manos (ser persona, vivir una vez, haber conocido a Dios, amar a estas personas concretas…).

2. Contemplación
Paradoja de la Palabra de Dios: por una parte, al ser un texto del pasado, más o menos conocido, se presta a constituirse en un mundo aparte y rutinario (literatura piadosa celebrada en use n acto oficial de la comunidad cristiana); por otra, en cuanto uno colo- ca en actitud de fe ante ella, todo comienza a removerse dentro de nosotros.
La esperanza de un mundo distinto, fraterno, reconciliado, lleno de la luz de Dios (Is 2 y Sal 121).
Pablo nos apremia a tomar conciencia de lo que somos, cristianos, que han recibido el don de la vida nueva en Jesucristo.
Jesús nos dice que la vida no consiste en comer, beber, casarse, tener hijos, trabajar… porque este mundo en que nos movemos, nuestra finitud natural, está habitada por la presencia de Dios vivo y en ella se desarrolla el Reino de Dios y camina hacia un futuro insospechado.
Es la fe la que nos da ojos para ver más hondo y más lejos.
3. Reflexión
«Caer en la cuenta», aquí comienza el Adviento.
No basta darle al coco simplemente porque uno es más observador que otro. Se trata de estar en vela, porque uno sabe que la rutina de la vida no es tal, aunque parezca; porque vive abierto a lo imprevisible, a la venida del Señor, deseada y apenas creída.
Hay varios modos de caer en la cuenta:
– El talante humano de quien ha aprendido a vivir a fondo. Quisiéramos que la vida fuese distinta, y no nos damos cuenta de que es distinta para quien vive en vela.
– La oración, ámbito en que se desarrollan nuevos órganos interiores para leer acontecimientos en clave de esperanza cristiana o para gozar del don increíble que es vivir en comunión con Dios.
– La Palabra, con su fuerza única, siempre que no la tengamos domesticada como algo sabido o en función de nuestras necesidades infantiles de sentirnos buenos.
4. Praxis
Comencemos por darnos cuenta de los mecanismos de defensa que usamos para preferir lo rutinario, lo conocido, en vez de abrirnos a lo que no controlamos:
– El miedo a tomar en serio la vida, tal vez.
– Incluso la fidelidad con que procuramos cumplir con nuestros deberes, no dejando a Dios que nos llame al riesgo.
– La esclavitud de nuestros pequeños placeres, esquemas de vida, metas, con los que nos hemos montado nuestra fortaleza tranquila.
Aprendemos, sobre todo, a caer en la cuenta de la densidad y riqueza de lo ordinario. ¿Qué hay «detrás» de todo? Por ejemplo:
– ¿Qué hay detrás de esa persona con la que tropiezas todos los días en el autobús? Sus preocupaciones, sus esperanzas…
– ¿Qué hay detrás de la noticia de primera hora, que habla de un nuevo conflicto bélico?
– ¿Qué hay detrás del sufrimiento de la hija adolescente que no se siente integrada en la cuadrilla?
Vivir en vela, no rebuscando análisis, sino abriendo los ojos del corazón y de la verdad al misterio de la existencia, y en ella, a Dios.
Javier Garrido

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