23 noviembre 2016

Comentario al Evangelio de hoy, 23 noviembre


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Queridos hermanos:
El sueño de que aparezca una humanidad perfecta y pura ha habitado siempre en el corazón de cada hombre; pero en algunas épocas, a causa de las circunstancias adversas, se ha agudizado. Ello ha dado lugar a las grandes utopías formuladas por los filósofos, desde Platón (con su República ideal) hasta grandes pensadores renacentistas (como el dominico italiano T. Campanella con su “ciudad del sol”), e incluso hasta teorías filosófico-políticas de los siglos XIX-XX que en realidad condujeron a grandes tragedias.
El AT, de forma retrospectiva e idealizada, contempla como aparición de un mundo nuevo la experiencia del Éxodo: fue la superación de la esclavitud en un país pagano y el paso a un desierto en el que Dios mismo alimentaba al pueblo con agua milagrosa y pan celestial. Naturalmente idealizaron el panorama, olvidando las penalidades inherentes al caminar por un desierto poblado de serpientes y escorpiones. El regreso del exilio de Babilonia (año 538) será contemplado como un nuevo éxodo.

En la misma línea, el Apocalipsis del NT imagina la liberación definitiva de la humanidad como un éxodo aún más glorioso: es liderado no ya por Moisés, sino por el Cordero vencedor, y no se atraviesa el salitroso mar rojo ni el árido desierto, sino un indescriptible mar de vidrio incandescente, en una procesión festiva de los redimidos, al son de cítaras: se ensamblan en uno solo el cántico de Moisés y el del Cordero.
La contrapartida es la destrucción de los poderes enemigos: los tatuados con el nombre y la cifra de la bestia infernal perecen junto con ella. Y esto nos permite conectar con el discurso apocalíptico del evangelio de Lucas: los elegidos sufren persecución, procesos judiciales injustos, rechazo incluso por parte de los parientes y allegados… Pero Dios no tiene olvidado ni uno de sus cabellos, sólo se les pide perseverancia… Es la actitud con que dice Pablo de Tarso: “Todo lo puedo en Aquel que me conforta” (Filip 4,13), o “sé de Quién me he fiado” (2Tim 1,12).
La comunidad para la que se escribe el tercer evangelio tiene mucho en común con la nuestra. Como aquellos creyentes, también nosotros tenemos nuestra historia de sufrimiento, padecemos infortunios y rechazos, a veces contratiempos incomprensibles. Por ello a veces nos acecha la duda o tentación respecto de la fidelidad de Dios, de si vale la pena seguir creyendo y practicando. Más aún, en la época de la velocidad y las prisas en que vivimos, quisiéramos una respuesta inmediata. Pero las obras de filigrana requieren tiempo y calma, maduración. La consigna que da Lucas a su comunidad debe ser válida también para nosotros: conservar el buen ánimo, la entereza, la paciencia, y no perder de vista el horizonte final: “salvaréis vuestras almas”. El salmista lo había escrito siglos antes: “aunque el justo sufra muchos males, de todos le libra el Señor” (Sal 34,20).
Vuestro hermano
Severiano Blanco cmf

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