17 noviembre 2016

Comentario al Evangelio de hoy, 17 noviembre


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José Luis Latorre, cmf
Queridos amigos
Jesús llora y se lamenta por Jerusalén, esta ciudad que le abrió sus puertas en la entrada triunfal, pero le cerró su corazón; esta ciudad que se convirtió en el símbolo de la obstinación y el rechazo a todo lo que tuviera que ver con la voluntad de Dios; esta ciudad que no quiso reconocer los signos del amor de Dios manifestado en Jesús. Esta ciudad es un símbolo para nosotros.
Hoy Dios se sigue manifestando en cada momento, situación y circunstancia de nuestra vida y nuestra historia; Dios sigue hablando y nos manifiesta su amor infinito y misericordioso. Dios es un Dios vivo y quiere la vida para todos, y por eso sigue actuando en el mundo y la historia. Pero muchas veces nos cuesta distinguir esa presencia de Dios y su caminar a nuestro lado, pues los intereses personales, las comodidades, los prejuicios, las ambiciones personales impiden ver el paso de Dios. Cuesta ver a Dios cuando el corazón no está limpio y se deja seducir por otras voces e intereses, o cuando la voz de Dios desenmascara esos “ídolos” a quienes rendimos culto: el dinero, el poder, la ambición desmedida, el placer. Y en nosotros se entabla esa lucha interior: o escuchar a Dios o ignorarle y rechazarle. Es la lucha de Jesús en el desierto; es la lucha del joven rico; es la lucha de algunos discípulos de Jesús cuando Jesús les habló sobre el pan de vida: “es duro este lenguaje, ¿quién podrá escucharlo?” Hay que estar en guardia –vigilancia- para reconocer el paso de Dios por nuestra vida y nuestra historia.
Santa Isabel de Hungría, cuya fiesta celebramos hoy, supo ver en la muerte de su esposo, el Rey de Hungría, una llamada que Dios le hacía a entregarse a vivir la caridad de una forma extraordinaria sobre todo con los pobres y los enfermos y fundó para ellos en Marburgo un hospital para atenderlos mejor, y allí pasó el resto de su vida cuidando de ellos; murió a los 24 años.
Última semana del Jubileo de la Misericordia: cada uno de nosotros tenemos “ese momento especial” –“día”, dice el Evangelio-, en que Jesús se nos manifiesta de una forma especial y sorprendente y nos invita a seguirle más plenamente. Seguro que has vivido alguna experiencia así en tu vida. ¿Cuál fue tu respuesta? Si todavía no has tenido esa visita de Jesús, quizás hoy podría ser un buen momento como final de este Jubileo de la Misericordia. Estate atento.

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