23 noviembre 2016

Apresura tu venida

La Iglesia, en su pedagogía maternal, condensa la espera larga de la humanidad en el más breve de los tiempos litúrgicos, el Adviento, cuyas cuatro semanas pasan aprisa y vuelan en un ritmo crecientemente acelerado.
¡Apresura tu venida! La certeza y la cercanía de la venida del Señor nos hace estar despiertos y vigilantes. A la media noche -nos dice el evangelio- se oyó una voz: «¡Que llega el esposo. Salid a recibirlo!».
Estar vigilantes es estar comprometidos seriamente con la vida cristiana, abiertos a los demás, activos y entregados al quehacer evangélico. Quien duerme ni ve ni oye.
¡Apresura tu venida! es la oración con ada pero un tanto impaciente del que aguarda desde su noche interminable la aurora luminosa y liberadora. El canto crea un clima de oración y de interiorización. El contra canto del coro a los solistas: «Apresura tu venida» viene a expresar simbólicamente el movimiento de la vida misma que nos lleva a no dormir y a vivir vigilantes y despiertos, porque el Señor apresura su venida, pues la fe no está del todo perdida.

¡Apresura tu venida! Estamos como el centi- nela que aguarda la aurora. La Iglesia en el Adviento nos pone en vigilante espera. ¡Qué larga es la noche!, pero ¡qué bella si voy de tu mano, Señor! Y, aunque estoy ciego, descubriendo estrellas, apresura tu venida que tus promesas están a punto de cumplirse. Es hora de despertar del sueño porque nuestra liberación está más cerca de lo que podemos pensar con cálculos humanos.
En la espera vigilante y atenta nos acompañan las nubes queriendo derramar la victoria, el cielo rojo con su sol blanco amaneciendo, que se levanta sobre el horizonte de nuestras monótonas vidas y de nuestra tierra árida y reseca, hasta ponerse dorado al llegar a su zenit.
¡Ojalá rasgases los cielos y bajases! es el grito del profeta y el grito de la Iglesia de hoy y de la Iglesia de todos los tiempos, porque cada año la Iglesia, en la celebración litúrgica, nos promete y nos da un nuevo Adviento del Señor. No es la vuelta rutinaria y circular del eterno retorno, es la espiral ascendente e interiorizada de la gracia la que hace, con nuestro grito y nuestra respuesta: ¡Apresura tu venida!, ¡Ven Señor, Jesús!, ¡Marana tha! Que vivamos lo que celebramos.
En este Adviento nuestro, te cantamos «Apresura tu venida, que la fe no está perdida», librándonos de todos los males, concediéndonos la paz en nuestros días, en estos tiempos tan turbulentos que nos ha tocado vivir «mientras esperamos la gloriosa venida de nuestro Salvador Jesucristo»
¡Apresura tu venida! La forma de letrilla clásica del canto, la repetición del núcleo «nue- va vida» ayuda a sostener la llama de la esperanza y de la lucidez para reconocer a Cristo en el hermano que está al lado.
La idea dominante del texto del canto, que provocará la nueva vida, es «¡Apresura tu venida!». Esta expresión tan poética para el tiempo de Adviento está tomada del poeta español del Renacimiento Juan del Encina (¿1469?- (1529) de su poema No te tardes. He aquí el poema:
¡No te tardes que me muero carcelero,
no te tardes que me muero!
Apresura tu venida
porque no pierda la vida
que la fe no está perdida: carcelero

¡no te tardes que me muero!
Bien sabes que la tardança
trae gran desconfiança:

ven y cumple mi esperança, carcelero,¡no te tardes que me muero!
Son versos de ocho sílabas, con un verso de cuatro en el estribillo, y una rima perfec- ta con el esquema aaa bbbaa, ceca a, etc. En la 2ª estrofa -«y vendrás para juzgarnos tan sólo sobre el amor»- nos trae el recuerdo de San Juan de la Cruz: «En el ocaso de nuestras vidas, seremos juzgados en el amor»
También del mismo autor tenemos el poema «Quién podrá tanto alabarte» (Pues que Tú, Reina del cielo tanto vales, da remedio a nuestros males) seleccionado en el himnario como himno de Laudes I del Común de Santa María Virgen. Son estrofas de siete versos: seis octosílabos y un tetrasílabo. ¡Qué bien nos hace acudir a la Virgen en este Año de la Misericordia! y pedirle que vuelva a «nosotros esos tus ojos misericordiosos». En el poema, Juan del Encina la invoca como «¡Oh concierto de concordia!» :
«Oh Madre de Dios y hombre!
¡Oh concierto de concordia!
Tú que tienes por renombre
Madre de misericordia;
pues para quitar discordia tanto vales,
da remedio a nuestros males».
Antonio Alcalde Fernández

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