1.- ¿Qué es lo que Dios espera de mí? ¿Qué hombre conoce el designio de Dios? Los sabios de todos los tiempos han buscado la verdad y el sentido de la vida. Los astrólogos han buscado en los astros el destino de los hombres. Hoy se ha puesto de moda de nuevo el ansia de descubrir el propio futuro acudiendo al horóscopo o al adivino de turno que descifra la carta astral. Sabemos que son estafadores que se aprovechan de la ingenuidad y de la falta de seguridad que sufren muchos hombres y mujeres de nuestro tiempo. También en el siglo I un judío de Alejandría se pregunta ¿quién rastreará las cosas del cielo? El sabio, que utiliza el seudónimo de Salomón, llega a la conclusión de que nuestros razonamientos son falibles, que apenas conocemos las cosas terrenas. Dios es el que nos concede la auténtica sabiduría, iluminando nuestra oscuridad. Cuando descubrimos la verdad aprendemos lo que Dios quiere de nosotros y alcanzamos la felicidad (la salvación). Fue el gran anhelo de San Agustín “Señor, que yo te conozca a Ti que me conoces. Que yo te conozca como soy conocido por Ti”. Encontró, después de una larga búsqueda, la verdad y, con la verdad, encontró la felicidad: “La búsqueda de Dios es la búsqueda de la felicidad. El encuentro con Dios es la felicidad misma”.
2.- Fraternidad, no servidumbre. Pablo en su epístola pone en práctica las exigencias del evangelio de Jesús. Por la aceptación del evangelio y merced al bautismo, el esclavo tampoco es ya simplemente esclavo, ya no es un objeto sin derechos perteneciente a su propietario, de modo que éste pueda hacer lo que le plazca, sino que es un liberto del Señor, un hermano en Cristo. La relación de amo respecto a su esclavo ha quedado modificada. La llamada de Cristo acarrea una transformación radical de las relaciones: el esclavo se convierte en un liberto de Cristo y el libre se hace esclavo de Cristo. Onésimo quiere decir “útil”. No habrá ya entre los hombres una relación de “utilidad” sino de “fraternidad. Esta libertad gracias a Cristo es la solución dada por el cristianismo primitivo al problema de la esclavitud. Pablo no plantea exigencia de tipo revolucionario social con carácter de obligatoriedad general cuya consecuencia sea una transformación radical y súbita de las situaciones económicas, sino que merced al evangelio se produce una nueva relación del hombre para con Dios, y ella crea a su vez una nueva relación respecto a los demás hombres, cuyo determinante es el amor.
3.- Jesús invita a la renuncia total y al seguimiento para poder ser discípulo suyo. La primera condición es: “Si uno quiere venirse conmigo y no me prefiere a su padre y a su madre… y hasta a sí mismo, no puede ser discípulo mío”. Se trata de hacer una opción radical por la persona de Jesús y por la nueva escala de valores que El propone. La antigua, personificada por las relaciones familiares a la que es necesario renunciar, es común a toda sociedad humana. Los valores del Reino deben estar por encima de todo. Quien no hace opción por la Vida que El personifica, tendrá que contentarse con una vida raquítica y no conseguirá superar jamás los problemas que plantean las relaciones humanas. La segunda condición es consecuencia de la anterior: “Quien no carga con su cruz y se viene detrás de mí, no puede ser discípulo mío”. A imitación de Jesús, el discípulo tiene que estar preparado para afrontar el rechazo de la sociedad que tan segura se muestra de sí misma. Quien no esté dispuesto a aceptar el fracaso a los ojos de los hombres, que no se apunte. Uno debe ir por el mundo sin seguridades de ninguna clase, llevando a cuestas como Jesús la suerte de los marginados y asociales. La tercera condición es: “Todo aquel de vosotros que no renuncia a todo lo que tiene, no puede ser discípulo mío”. Nos insta a liberarnos de todo lo que nos esclaviza para ser libres para el seguimiento. Necesitamos los bienes materiales para vivir, pero nunca debemos ser esclavos de ellos.
4.- Jesús advierte de la absoluta necesidad de discernir antes de tomar una decisión tan importante: “¿Quién de vosotros, en efecto, si quiere construir una torre, no se sienta primero a calcular los gastos…? Y ¿qué rey, si quiere presentar batalla a otro rey, no se sienta primero a deliberar si le bastarán diez mil hombres para hacer frente…?” Los dos ejemplos propuestos sirven para demostrar que la decisión no puede hacerse a la ligera. Los medios humanos con que se puede contar son del todo insuficientes para acometer la construcción del reino de Dios y para afrontar las dificultades humanamente insuperables que se derivan de ello. La única escapatoria inteligente de este callejón sin salida es sopesar la gravedad de la situación, renunciando a contar exclusivamente con los propios medios. Solamente así se podrá hacer la experiencia del Espíritu, la fuerza de que Dios dispone para la construcción del Reino.
Por José María Martín OSA
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