11 agosto 2016

La constancia en la fe

1.- Perseguido por ser consecuente. La vida de Jeremías es toda una tragedia: ama apasionadamente a su pueblo y desea para todos lo mejor, pero tiene que anunciarles lo peor. Sin embargo, Jeremías cumple su misión y anuncia a todos la amarga verdad que le ha sido revelada. Esto le acarrea la persecución de sus paisanos. Sedecías, puesto en el trono por Nabucodonosor, es un rey débil e incapaz de hacerse respetar, entregado a la voluntad de los caciques, y mal aconsejado. El profeta padece en silencio, sin rechistar. Pero con su fidelidad hasta la muerte a la palabra de Dios y la aceptación de su destino, da una lección a todo el pueblo. Israel debería someterse a la voluntad de Dios y aceptar la rendición y hasta el exilio para evitar males mayores. Pero no es eso lo que hace, sino que busca aliados a cualquier precio para alzarse contra Babilonia. Jeremías propone una política que juzga más realista en aquellas circunstancias: confiar en Dios y no en los aliados, aceptar lo inevitable y mantener viva la esperanza hasta que vengan tiempos mejores.

2.- Mantener la fe en las dificultades. La constancia en el combate o en la prueba es una de las cualidades del atleta, imagen frecuente en el Nuevo Testamento. El proceso en el que el creyente está implicado tiene su raíz y su cumplimiento en el mismo Jesús. No es una lucha en solitario, sino motivada y concluida por el espíritu del primero que se lanzó a esta dura batalla. Con Jesús se lanza el creyente al más formidable proceso de liberación que haya existido: llevar a todos y a todo hasta la plenitud. El cristiano sigue los pasos marcados por Jesús y sabe que el hombre es el mejor y único camino para llegar a Dios. Tal vez hay aquí una alusión a lo que puede suponer el martirio en el camino de la fe. Sabemos que la comunidad primitiva amasó su fe con la sangre de los mártires. El autor anima a sus lectores a mantener en la fe en un ambiente de oposición que, por lo demás, ya el mismo Jesús experimentó desde el comienzo de su vida. La prueba acompaña siempre al verdadero creyente, como vemos también en la primera lectura. Hoy muchos cristianos son perseguidos y derraman su sangre por Cristo. En otros lugares nuestra fe es objeto de burla. Hoy más que nunca tenemos que ser constantes en el seguimiento de Cristo.
3.- Fuego de amor. El Señor manifiesta a sus discípulos el celo apostólico que le consume: “He venido a traer fuego a la tierra, y ¿qué quiero sino que yo arda?” San Agustín, comentando este pasaje del Evangelio, enseña: “los hombres que creyeron en Él comenzaron a arder, recibieron la llama de la caridad. Inflamados por el fuego del Espíritu Santo, comenzaron a ir por el mundo y a inflamar a su vez…” Somos nosotros quienes hemos de ir ahora por el mundo con ese fuego de amor y de paz que encienda a otros en el amor a Dios y purifique sus corazones. Hoy es un buen día para considerar en nuestra oración si nosotros propagamos a nuestro alrededor el fuego del amor de Dios. El testimonio del evangelio en medio del mundo se propaga como un incendio. Cada cristiano que viva su fe se convierte en un punto de ignición en medio de los suyos, en el lugar de trabajo, entre sus amigos y conocidos…El evangelio no nos debe dejar indiferentes, transforma nuestra vida. Es esta la violencia interior de la que habla el evangelio de hoy, porque altera nuestra vida acomodada. Puede que seamos incomprendidos y rechazados. Pero el amor a Dios ha de llenar nuestro corazón: entonces nos compadeceremos de todos aquellos que andan alejados del Señor y procuraremos ponernos a su lado para que conozcan al Maestro. Cada encuentro con el Señor lleva esa alegría y a la necesidad de comunicar a los demás ese tesoro. Así propagaremos un incendio de paz y de amor que nadie podrá detener.
Por José María Martín OSA

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