06 agosto 2016

Homilía Domingo XIX de Tiempo Ordinario

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1. Palabra
– La primera lectura habla de la Providencia de Dios guiando a su Pueblo en las circunstancias difíciles de su historia. En el libro de la Sabiduría hay páginas preciosas sobre este tema, tan entrañable a un corazón creyente. Ocurra lo que ocurra, sabe que está en buenas manos.
– Pero nadie como Jesús ha hablado de la Providencia de Dios (Evangelio).
El tono de Jesús es de ternura. Si habla del Padre, se le nota la inmediatez y el calor de su intimidad con Dios. Si les habla a los discípulos de la confianza que deben tener en Dios, les transmite su propia experiencia de hombre indefenso ante los poderes del mal y seguro, a pesar de todo, en cuanto abandonado en el Padre.
No nace de aquí una actitud de despreocupación, sino de vigilancia y responsabilidad. El que confía no se reserva.

2. Vida
Esta confianza en la Providencia ha protegido siempre el corazón de los creyentes del peligro del desánimo y de la crispación ante la existencia. Les ha ayudado a vivir el momento presente, poniendo en ello todo su empeño, pero liberados de la ansiedad perfeccionista de la responsabilidad.
En ciertos círculos cristianos no es bien visto este sentido providencialista de la vida. Con frecuencia ha sido utilizado para no asumir las circunstancias de la propia libertad. Pero perderlo es más grave, porque condena a la libertad a tener la última palabra, y no hay fuente de angustia como la responsabilidad cerrada sobre sí misma, abandonada a la soledad de su finitud.
Jesús nos enseña a vivir prácticamente esta Providencia:
– Actitud básica: abandono en Dios.
– Servicio vigilante y activo, seriedad con la vida que el Señor nos ha encomendado, pues no es nuestra.
– Certeza de que, a través de nuestro servicio fiel y responsable, Dios va haciendo su reino.
– Y un día (maravillosa, sorprendente imagen de Jesús) Dios mismo, el Señor, nos servirá en el Cielo.
¿No merece la pena una vida así?
Javier Garrido

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