1. Situación
La viuda, en otras épocas más que ahora, simbolizaba el desamparo. Por eso, la ley de Israel y los profetas se preocupaban de ellas. Hoy el desamparo tiene formas más variadas: el parado, el anciano/a que vive solo, los transeúntes, el refugiado extranjero…
En nuestras sociedades en que el Estado se preocupa de organizar la asistencia a los desamparados, siempre quedan bolsas de marginación.
Hay casos flagrantes. Hay casos anónimos. En cualquier bloque de pisos, se encuentra un vecino/a que pasa apuros económicos y soledad, y que, por otra parte, siente vergüenza de pedir ayuda.
En la propia familia, sin ir más lejos, alguien queda siempre al margen, indefenso, que, si alguien no le sale al paso, se morirá en la miseria o en la soledad.
2. Contemplación
Jesús ha tenido especial sensibilidad para acercarse a los desamparados. En el relato del Evangelio de hoy hay matices especiales. Jesús no pide fe, ni intenta realizar ningún signo explícito que confirme su misión. «Al verla, le dio lástima», dice Lucas. ¿Es que el amor verdadero necesita otras razones para sentir, acercarse y ayudar?
Es la gente la que percibe en la resurrección del joven difunto la visita de Dios a su pueblo mediante la acción del profeta. La preocupación de Jesús parece centrada en la viuda.
En las tradiciones de Elías y Eliseo encontramos relatos del mismo signo. El celo de la gloria de Dios, la grandeza de la personalidad de Elías, no le impiden la ternura y la solicitud para otra vida (primera lectura).
Nos enternece ver a Jesús emocionado ante el dolor de la viuda. ¡Cuánto nos dice el corazón de Dios y de su inclinación por los que lloran!
En las lágrimas de la viuda reconocemos a la humanidad doliente. Y en el horizonte, la figura de María, la Dolorosa, llorando la muerte de Jesús a los pies de la cruz.
Por eso, sabemos que nada está perdido, ni el sufrimiento de los pobres ni la muerte de la vida joven, recién estrenada.
3. Reflexión
A veces discutimos entre nosotros qué es lo más conveniente ÿ eficaz en orden al Reino: si el compromiso por el cambio de las estructuras o el compartir la vida de los desfavorecidos.
La cuestión está mal planteada. Hace falta las dos cosas, y ambas buscan la justicia y la misericordia. Pero no cabe duda que responden a dinámicas distintas. El cambio de estructuras exige un compromiso público y pasa por la política, si quiere ser eficaz y estable. El problema aparecerá en el uso de los medios. La violencia y la eficacia inmediata en el cambio de las estructuras suelen ser peligrosamente afines. Hacer el juego democrática y éticamente limpio en política exige tiempo. El compartir la vida con los desfavorecidos exige conversión personal, pobreza voluntaria y abandonar el mesianismo fácil. Los pobres, vistos en el roce de cada día, son egoístas, como cada uno de nosotros.
Es la persona que tiene hambre y sed de justicia, comprometida en una línea u otra, la que debe hacer la síntesis entre compasión del corazón y eficacia. En ambos casos tendrá que saber que la lógica del Reino no responde exactamente ni a la revolución política planeada por los estrategas, ni a las expectativas de los pobres. Su sensibilidad cristiana le da instinto y criterios, los de Jesús; pero las soluciones prácticas dependen de su propia cabeza. Le mueve el Evangelio; pero obra con medios humanos.
4. Praxis
Irse a compartir una vida distinta a la propia, con los desfavorecidos, supone discernimiento y llamada. Comprometerse políticamente en la justicia social, también; pero no cabe separar la propia vida de la tarea pública, aunque las vocaciones personales sean diversas.
En toda circunstancia, cualquier creyente ha de estar animado por un corazón compasivo. Para ello no necesita más que ojos para ver el sufrimiento que le rodea y preocupación para la humanidad doliente. La televisión y la prensa nos ponen al día de los desamparados. No faltan organizaciones nacionales e internacionales. Habría que hacer un esfuerzo continuado, no puntual.
Javier Garrido
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