1.- ANTE TODO… FE
Por Javier Leoz
Segundo domingo de Pascua y, el Señor, se aparece. Unos creen porque han visto el sepulcro vacío, porque reconociendo su voz recuerdan aquellas palabras “volveré” y otros, aun con dificultades, porque tienen una inmensa fe en Aquel que vino en el nombre del Señor. Creer, no es tarea fácil.
1.- ¿Cómo están las puertas de nuestras entrañas? ¿Abiertas o reacias a la fe? ¿Dispuestas abrirse a Cristo Resucitado o chirriando porque, hace tiempo, dejaron de ser bañadas por la oración, la esperanza, la fe o la caridad?
Estamos en Pascua. ¡Resucitó el Señor y nos llama a la vida! ¡Señor qué vea! ¡Señor, que viva! ¡Señor, que crea en ti! Deben ser exclamaciones que broten desde lo más hondo de nuestras ganas de celebrar, sentir y vivir a Jesús.
Hoy, más que nunca, como los apóstoles tenemos que decir: “hemos visto al Señor”. Y, aunque algunos –con intereses mezquinos y destructivos- intenten callar o desautorizar la voz de la Iglesia, hemos de responder con la fuerza de nuestra fe, con el entusiasmo activo y efectivo de nuestro testimonio cristiano. No podemos dejarnos llevar por murmuraciones que entre otras cosas debilitan, pero no consiguen su propósito: herir y a conciencia. Minar lo que, por cierto, es algo inquebrantable y sólido: CRISTO NOS ACOMPAÑA EN NUESTRA PASION Y MUERTE, PARA LLEVARNOS A UN MAÑANA FELIZ. También, a nuestra Iglesia, le espera.
2.- Hoy, como a Santo Tomás, nos puede ocurrir lo mismo: que nos cueste ver al Señor en el contexto que nos toca vivir. Pero, mira por donde, es en la realidad sufriente, en el costado por donde sangra la Iglesia, donde hemos de incrustar nuestros dedos para comprobar que, Cristo, sigue vive dentro de ella. Que la razón de su ser, el de la Iglesia, es precisamente anunciar –con santidad pero a veces con alguna debilidad- la gran noticia del evangelio: ¡Ha resucitado! ¡Vive entre nosotros!
3.- En este Año de la Fe, con Santo Tomás, hacemos un acto de confianza: “Señor mío y Dios mío”. Creo en tu Iglesia, amo y rezo por la santidad y entrega de sus sacerdotes y, sobre todo, sigo creyendo porque sé que, el paso del Señor por el mundo, no ha sido inútil. Tuvo un objetivo: sacarnos del pecado, curarnos las enfermedades del alma y atraernos, como si de un imán se tratara, al abrazo amoroso de Dios. Y, eso, nadie nos lo puede eclipsar o eliminar.
Qué sugerente la primera lectura de este día. Los primeros cristianos tenían un pensamiento común (Cristo), un ideario de comunión (el de Cristo), compartían de una forma llamativa (como les enseñó Cristo) pero, sobre todo, daban testimonio de la Resurrección de Cristo. Que también nosotros, con esa Iglesia que nació de Cristo, seamos capaces de ir al fondo de nuestra vida cristiana: no nos podemos intoxicar o perder en el humo. Hay que irradiar al mundo el fuego del Espíritu, la alegría de la fe y la presencia de Jesús Resucitado. Tal vez, por ello mismo, a muchos…..les encantaría una Iglesia temerosa, débil o acomplejada.
En nosotros, amigos, está la respuesta. Respondamos con lo que a nosotros nos toca: la fe. ¡FELIZ PASCUA EN EL AÑO DE LA FE!
4.- ¡CON MI IGLESIA, CREO EN TI, SEÑOR!
Abriré las puertas, cuando me llamen a tiempos y a deshoras
y, aun con incertidumbres o dudas,
proclamaré que estás vivo y operante
Que, en mis miedos y temores,
me das la valentía de un león
para hacer frente a mis adversarios.
¡CON MI IGLESIA, CREO EN TI, SEÑOR!
Ven, Señor, y como a Tomás muéstrame tu costado
no para que crea más o menos
sino para sentir un poco el calor de tu regazo.
Ven, Señor, y como a Tomás, enséñame tus pies
no porque desee verlos taladrados
sino porque, al contemplarlos,
conoceré el precio que se paga
a los que desean andar por tus caminos
Ven, Señor, y como a Tomás, dame tus manos
no para advertir los agujeros que los clavos dejaron
sino para, juntando las mías sobre las tuyas,
comprender que he de ayudar al que está abatido
animar al que se encuentra desconsolado
o servir con generosidad,
a todo hombre que ande necesitado
¡CON MI IGLESIA, CREO EN TI, SEÑOR!
Porque, sé que, los Apóstoles
débiles y santos, con virtudes y defectos,
nos han dejado esta Iglesia que es Madre y sierva
Santa y pecadora, grande y pequeña,
Rica y pobre, pero esplendorosa
por la alegría de tu Pascua Resucitadora
¡ALELUYA, CREO CON TU IGLESIA, EN TI SEÑOR!
2. - “BIENAVENTURADOS LOS QUE SIN VER HAN CREÍDO”
Por José María Maruri, SJ
1. - Hay mucho “listillo” por este mundo, que por haber leído mucho, y, seguramente por una gran indigestión de lectura, se consideran en posesión de la verdad y nos desprecian a los que creemos en Dios y en sus misterios. De estos tales, ya dijo Jesús que ha sido su Padre del cielo el que ante su soberbia les ha cegado los ojos para que no vean.
2. - Santo Tomás se mostró un poco “listillo”, pero no era de los “listillos” agnósticos. Lo que Santo Tomás tenía era un berrinche. Sus palabras: “no creeré si no veo en sus manos la señal de los clavos” constituyen la muestra de una verdadera pataleta infantil.
Que todos hayan visto al Señor y él –que cuando Jesús dijo que iba a casa de Lázaro con peligro de vida, dijo: “vayamos y muramos con Él”—no lo haya visto, eso no lo aguantó. Tomás se cegaba por el miedo de que fuese verdad lo que tanto deseaba, ver de nuevo vivo el Señor.
Tomás creía que no creía, pero creía. Y en cuanto sus manos tocaron a Jesús se dio cuenta de que ese contacto corporal no añadía nada a lo que la intuición del amor y la fe le habían dado. Y por eso, debió mirar sus inútiles manos y dice una leyenda medieval que se las vio manchadas de sangre. Como si hubiera cometido un atentado, no contra el Señor sino, contra su propio corazón y su fe.
3. - Y Tomás cae en tierra y nos cuenta esas palabras maravillosas: “Señor mío y Dios mío”. Mío, no nuestro, no de todos. Es personal e intransferible. Ese Señor se ha hecho experiencia íntima, se ha agarrado al corazón para no salir jamás de allí. Tomás sin el Señor, sin su Dios, ya no tiene sentido. Quitadle al Señor y Tomás dejará de ser mío, muy mío, porque es yo mismo. No vivo sino que Cristo vive en mí.
La fe de Tomás ha pasado de la cabeza al corazón. Si con una especie de racionalismo religioso queremos fortalecer nuestra fe, con meras razones humanas, temamos si no nos hemos empezado a parecer a los “listillos” a los que Dios no se revela.
Fe es adhesión a la persona de Jesús con una fuerza tal que Jesús pasa a ser mío. De un Tú y un Nosotros, pasa a un Tú y un Yo, que al fin se resume en un Tú, por la identificación del cristiano con Cristo.
4. - “Bienaventurados los que sin ver han creído”. Es nuestra bienaventuranza:
--Porque muchos le vieron y oyeron en su vida mortal y no le creyeron.
--Porque la fe de los Apóstoles no es mayor que la muestra de que palparon a Jesús, sino porque le amaron más y su entrega fue mayor.
--Porque la fe depende de Dios que se revela no a los “listillos” sino a los sencillos.
--Porque la fe es la creación de un nuevo corazón dentro de nosotros.
Jesús sopló sobre los Apóstoles como Dios creador sopló sobre el primer hombre para darle vida. El soplo de Jesús resucitado viene a avivar el rescoldo de nuestra fe que aún humea vacilante bajo las cenizas de los convencionalismos religiosos:
--De nuestros cumplidos y costumbres religiosas.
--De esa letra muerta y de nuestras leyes.
Ese soplo da vida a nuestra fe. Reaviva nuestro corazón y lo pega al Señor de forma que podamos decir: “Aquel Señor mío y Dios mío”.
3.- FE Y MISERICORDIA
Por José María Martín OSA
1.- “Se hacían lenguas de ellos”. Después de exponer las notas que distinguen a la primera comunidad de Jerusalén, el autor del Libro de los Hechos subraya cómo se va congregando un grupo cada vez más numeroso de hombres y mujeres que se adhieren al Señor. Los rasgos más característicos de esta comunidad son: el poder de la palabra y los signos que acompañan la predicación apostólica, el favor que el pueblo les dispensa y la fraternidad entre todos los creyentes –comunidad de vida y comunidad de bienes-. La iglesia nace y crece como respuesta al evangelio, es fundación de Dios en Cristo y en sus enviados. Por eso confesamos su origen apostólico. Muchos acudían a los apóstoles, ellos eran un ejemplo atractivo, pues “la gente se hacían lenguas de ellos”. ¿Ocurre lo mismo respecto a la Iglesia actual, continuadora de los apóstoles? El Papa Francisco ha hecho que muchos vuelvan su mirada de nuevo a la Iglesia, está marcando estilo en sentido positivo. ¿Sabremos nosotros imitar su ejemplo?
2.- “Jesucristo es “el que vive”. En el Apocalipsis tenemos una enumeración de los diversos aspectos de la condición cristiana, que se encuadra como escatológica: la tribulación o la persecución, la prueba inaugurada por el conflicto escatológico de la cruz; la realeza y asociación a la soberanía de Cristo, vencedor de la muerte y de las potencias; la perseverancia o fidelidad en medio de la prueba y de la tentación. Junto a la tribulación y prueba que supone la cruz y el creer en Jesús, está la soberanía, la gloria de saberse vencedores con el resucitado. Para creer esto, en medio de una sociedad no creyente, es preciso mantener viva la fe y la esperanza en el triunfo del Señor. La expresión "el primero y el último" es atribuida a Dios mismo. Aquí se le aplica a Cristo. El título de "el que vive" tiene la misma orientación porque sólo Dios es "el viviente", por oposición a los ídolos que no tienen vida. Con estas expresiones se quiere patentizar la realeza de Jesús, el dominio sobre la muerte, la veracidad de su programa. El que se afilia al grupo de Jesús comprueba que lo ocurrido en el maestro se realiza también en el discípulo. La comunidad confiesa con estas expresiones su fe en la resurrección. Ni el dinero, ni el poder, ni la opresión, ni la tortura podrán nunca hacer desaparecer del corazón del cristiano la seguridad de que Cristo es "el que vive'.
3.- Hoy Jesucristo resucitado nos dice: "Dichosos los que crean sin haber visto". Tomás vio y creyó, pero, como dice San Agustín, "quería creer con los dedos". Tiene que meter sus dedos en las cicatrices para creer. El santo obispo de Hipona se pregunta: ¿y si hubiera resucitado sin las cicatrices? Entonces.....Tomás no hubiera creído, "pero si no hubiera conservado las cicatrices en su cuerpo, no hubiera sanado las heridas de nuestro corazón". Jesús alaba a los que creen sin haber visto por encima de los que creen porque han visto y hasta han podido tocar. Sin embargo Tomás nos resulta cercano porque se parece mucho a nosotros, hombres del siglo XXI tecnificado: queremos comprobar las cosas antes de creerlas. Sin embargo, hay muchas personas que se fían de Jesús, todo ese pueblo sencillo y humilde de las procesiones de Semana Santa nos da ejemplo de confianza, porque creer es fiarse de Aquél que nunca nos falla. Pero, para que nuestra fe sea auténtica, es necesario dar un paso más. No vale sólo con vivir las emociones de un momento. La fe nos compromete y nos anima a seguir a Jesús y a poner en práctica su mensaje, pues "la fe sin obras es una fe muerta", nos dice Santiago en su Carta.
4.- El mensaje de Jesús en este segundo domingo de Pascua es doble: la paz y la misericordia. En primer lugar nos trae la paz: "Paz a vosotros". Es la paz que no puede regalarnos nadie más en la vida, la paz interior, la paz que da sentido a nuestra vida y la plenifica. Por eso, los discípulos "se llenaron de alegría al ver al Señor". Hay algo que todavía no tenemos asumido los que nos decimos seguidores de Jesús: tenemos que ser misericordiosos. Jesús nos envía a perdonar no a condenar, es el evangelio de la misericordia lo que nos trae. Lo ha recordado el Papa Francisco: “Dios no se cansa de perdonar”. Nos ha dicho, además, que tenemos que anunciar la misericordia de Dios. Nosotros tenemos que ser mensajeros de perdón, aprender a perdonarnos primero a nosotros mismos y ser instrumentos de perdón y reconciliación para todos. Este es el Evangelio auténtico. Quizá muchos no dan el paso de entrar en nuestras celebraciones desde la calle después de las procesiones porque no ven en nosotros esos signos evangélicos de paz, misericordia y alegría. Hoy es el día de la "Divina misericordia". Que la celebración de este día nos ayude a ser misericordiosos y compasivos todo el año.
4.- DICHOSOS LOS QUE CREAN SIN HABER VISTO
Por Antonio García-Moreno
1.- LA SOMBRA DE PEDRO.- Yo estaré con vosotros hasta la consumación de los siglos. Eso les había prometido el Señor. Por unos momentos, en tres días, habían pensado que todo había sido un sueño, la ilusión de un hombre maravilloso que había terminado sus días en una cruz. Pero aquella pesadilla se acabó y al tercer día Jesús había vuelto de la región tenebrosa de la muerte. Cristo había resucitado. Su promesa se había cumplido.
Por eso caminan seguros por todos los caminos de la tierra, por los intrincados vericuetos de todos los tiempos. Van decididos, hablando con libertad y audacia, con parresía (“la franqueza intrépida de la fe”). Refrendando sus palabras con prodigios, hechos contundentes, indiscutibles. Su mensaje es insólito, una doctrina jamás oída, unas exigencias insospechadas, unas promesas inéditas, unos horizontes infinitos.
La pequeña semilla del grano de mostaza agarró muy bien en la tierra, nació la planta, creció y se hizo árbol frondoso, refugio de miles, millones de almas sedientas de amor y de verdad... Hoy también, a pesar de los pesares, los apóstoles marchan decididos, generosos, intrépidos y audaces. Rematando sus palabras con una vida íntegra. Sí, Cristo sigue vivo, fuerte, influyendo, arrastrando, quemando con el fuego de su amor a este nuestro frío mundo. Y nosotros hemos de estar también encendidos, incandescentes. Ser brasas vivas que siguen expandiendo la contagiosa locura de la fe.
Pedro fue el primero, el cabeza, el vicario de Cristo. Pedro, el pescador de Galilea, el hombre de mar, el del corazón abierto, el de la espontaneidad desbordante. Pedro, la piedra base, el fundamento de la
Iglesia. Cristo se había fijado en él, había rogado por él, para que estuviera finalmente firme en la fe, para ser apoyo sólido de los demás.
Pedro asume esa misión con toda la generosidad de su grande y sencillo corazón. Dios está cerca, Dios le acompaña, cumple su palabra, aquella que les había dicho afirmando que harían prodigios, más grandes aunque los que él mismo hiciera. Efectivamente, sólo la sombra de Pedro era suficiente para aliviar a los enfermos.
Pedro, piedra viva que sigue firme e inconmovible. El vicario de Cristo continúa hablando con audacia, proclamando a todos los vientos el mensaje extraordinario, divino, que Cristo trajo a los hombres... Jesús, Señor, vencedor de la muerte, mi Dios vivo, prosigue junto a Pedro, el pobre Pedro que forcejea a brazo partido contra viento y marea, intentando con denuedo llevar la barca, tu Iglesia, a buen puerto.
2.- DICHOSOS LOS QUE CREEN.- Era al anochecer, en esos momentos en los que es más fácil el ataque de los enemigos, cuando la luz comienza a huir y las tinieblas avanzan medrosas, propicias a la emboscada. Los discípulos seguían asustados, reunidos todos en aquella casa, con las puertas cerradas, atentos al menor ruido que pudiera anunciar la proximidad de los que habían crucificado al Maestro. La aventura se había terminado, las locas ilusiones de un reino mesiánico, en el que ellos ocuparan los primeros puestos se habían desvanecido en poco tiempo. Ahora sólo quedaba esperar el momento propicio para iniciar la dispersión, huyendo cada uno por su lado, sin llamar la atención; marcharse como si nunca hubieran tenido nada que ver con aquel Rabí que se llamó Jesús de Nazaret.
Y de pronto el silencio temeroso queda roto. Allí, junto a ellos, estaba el Maestro, radiante, vivo, más fascinante aún que antes. Se quedaron atónitos, sin dar crédito a lo que sus ojos estaban viendo, pensando en el fondo de sus corazones, sin decir nada, que eran presa de una alucinación. Pero la voz de Jesús resuena con la misma entrañable cordialidad de siempre, les saluda deseándoles la paz. Sin embargo, no acaban de reaccionar, de salir de su asombro. El Señor les enseña la huella de sus heridas, sus manos traspasadas, su costado abierto. Entonces comenzaron a comprender que era verdad, Jesús había vuelto de las regiones tenebrosas del sepulcro, y la gozosa aventura del Reino de Dios no había terminado, todo comenzaba de nuevo con perspectivas inusitadas y gloriosas.
Paz a vosotros –repite el Maestro-. Como el Padre me ha enviado, así también os envío yo. Sí, era él, eran sus palabras. Les hablaba del Padre y de una misión excelsa, la de marchar por todos los caminos del mundo proclamando las maravillas de un Dios que es Padre de todos los hombres, que ama hasta el perdón sin límites, hasta entregar por amor al Hijo Unigénito. También les habla, como tantas otras veces, del Espíritu Santo, esa fuerza divina que sopla donde quiere y quema y purifica y transforma y eleva y hace renacer de nuevo al hombre con una vida distinta, divina.
Ya es de noche y, sin embargo, en aquellos corazones luce la más esplendente luminosidad. Cuando llega Tomás, todos le cuentan, atropellándose, que el Señor ha resucitado, que está vivo, que lo han visto y oído, que les ha vuelto a decir cosas magníficas e inefables. Pero Tomás no les cree, piensa que están medio locos, poseídos por el deseo de lo imposible. Sólo luego, cuando Jesús vuelve y le toma de la mano, sólo entonces, se rendirá el apóstol incrédulo. Pero gracias a él, Jesús pensó en nosotros y exclamó: Dichosos los que crean sin haber visto.
5.- PERSONAS “NUEVAS”, HUMANIDAD “NUEVA”, COMUNIDAD CRISTIANA “NUEVA”
Por Pedro Juan Díaz
1.- Con las sensaciones aún frescas de las celebraciones de la Semana Santa, en medio de esta Octava de Pascua (que repite durante una semana el acontecimiento de la resurrección que celebramos en la Vigilia Pascual), ahora emprendemos el largo y gozoso camino de la Pascua, el tiempo de la Iglesia, de los sacramentos, de la comunidad, de los Hechos de los Apóstoles, el tiempo del Espíritu Santo. Toda la vida de la Iglesia es Pascua. Toda la vida de un cristiano ha de ser vivida en esta clave pascual y de resurrección. Si no, es que seguimos de luto y no hemos pasado la página del viernes santo.
2.- La fe en Jesús resucitado nos convierte en hombres y mujeres “nuevos”. Esa es la gran experiencia de la Pascua. Los discípulos van viviendo la experiencia de encontrarse con un Jesús al que creían muerto y que está VIVO. Este acontecimiento va a transformar sus vidas para siempre. Los que antes estaban escondidos, ahora predican públicamente, en la puerta del templo. Los que tenían las puertas cerradas por miedo, ahora salen a la calle y forman una comunidad nueva y misionera. Porque la experiencia de encuentro con Jesús la viven en comunidad. Y transmiten es experiencia invitando a vivir de manera nueva, a formar una humanidad “nueva”, la Iglesia.
3.- Los discípulos dan testimonio de Jesús resucitado y “crecía el número de los creyentes, hombres y mujeres, que se adherían al Señor”. Ese era el milagro de los milagros: CREER. Y eso era posible al descubrir a Jesús resucitado “en medio” de la comunidad. A Tomás le cuesta porque no está con la comunidad. ¿Y a nosotros? A veces nos resulta más fácil el “si no lo veo, no lo creo”, que el “dichosos los que crean sin haber visto”, que propone el evangelio hoy. Cuando Tomás vuelve a la comunidad deja de ser incrédulo, para ser creyente. ¿Cuándo daremos nosotros ese paso? ¡Es Pascua, volvamos a la comunidad! Vivamos nuestra fe junto a nuestros hermanos.
4.- El libro de los Hechos de los Apóstoles (una lectura muy recomendada para este tiempo pascual) nos cuenta como poco a poco se va formando la comunidad cristiana, con la fuerza y el impulso del Espíritu Santo. El lugar sagrado ya no es el templo, sino la propia comunidad, ya que es en ella donde se descubre la presencia del resucitado. Jesús resucitado es el centro de la comunidad, su fuente de vida, su punto de referencia, el factor de unidad, de confianza y seguridad. La comunidad cristiana “nueva” nace a la luz de esta experiencia.
5.- Lo original de la vida y del actuar del cristiano y de la comunidad cristiana es la presencia de la persona de Cristo vivo por la acción del espíritu en el cristiano, en la comunidad y en la vida de los hombres. La comunidad cristiana nace de la experiencia del encuentro con el resucitado, “para que, creyendo, tengáis vida en su nombre”. Si no partimos de la certeza de que Jesús está “en medio” de nosotros, no podremos construir una comunidad cristiana. Si no creemos que el Espíritu Santo es el que saca adelante todo esto, nos daremos contra la pared una y otra vez. Si no nos convencemos de que la vida cristiana es esencialmente comunitaria, no dejaremos de tropezar con nuestros propios fracasos personales.
6.- La Pascua es el tiempo de sentirnos Iglesia, comunidad de hermanos que celebran y viven con gozo la experiencia de un Jesús que está vivo y en medio de nosotros, que acompaña nuestras vidas y las llena de su presencia, que convierte la vida cotidiana en un “kairós”, en un acontecimiento de salvación. Y el día que se convierte en referencial es el domingo, “el primero de la semana”, porque es el día de la resurrección.
7.- Cada domingo nos reunimos como Iglesia, como comunidad cristiana “nueva”, a celebrar nuestra fe en el Señor resucitado. Nos reunimos con la certeza de que Él está en medio de nosotros. Venimos a encontrarnos con Él, a que Él sea el motor de nuestra vida. Y lo hacemos en comunidad. Que esta Pascua dejemos nuestros individualismos a un lado y optemos por ser hombres y mujeres “nuevos”, una humanidad “nueva”, una comunidad cristiana “nueva” a la luz de Cristo Resucitado.
6.- EL PODER DE LOS SIGNOS
Por Gabriel González del Estal
1.- Muchos otros signos, que no están escritos en este libro, hizo Jesús a la vista de los discípulos. El evangelista San Juan casi siempre llama signos a lo que los otros evangelistas llaman milagros. No porque san Juan crea que los de Jesús no son acciones portentosas y milagrosas, sino porque al evangelista Juan lo que más le interesa de estas acciones portentosas es el mensaje que Jesús quiere transmitirnos a través de ellos. Todo signo significa algo y lo más importante del signo es lo que significa. En el caso concreto del relato evangélico de este domingo, lo que Jesús pretende, a través de su entrada y presencia milagrosa en una casa con las puertas cerradas, fue indudablemente fortalecer la fe vacilante y desconcertada de sus discípulos y, de una manera especial, la fe del apóstol Tomás. A través de este Jesús consiguió que hasta el recalcitrante Tomás terminara reconociendo a Jesús como su Dios y Señor: < ¡Señor mío y Dios mío!>. Pues bien, lo que yo quiero recalcar ahora es la importancia que tienen los signos, nuestros signos, en la transmisión de nuestra fe. También nuestro mundo es recalcitrante y hasta, en muchos casos, hostil a la fe católica en Jesús de Nazaret. Los predicadores de esta fe, todos los cristianos, debemos cuidar muy mucho la forma y los signos mediante los que anunciamos nuestra fe. Es evidente que no me refiero a acciones portentosas, o milagrosas, sino a las acciones ordinarias y habituales que hacemos los cristianos cuando queremos convencer a los demás de la verdad de lo que predicamos. En este sentido, me parece importante que nos fijemos en los signos que está empleando nuestro Papa, Francisco I, cuando habla y trata con las personas. Son los signos de la humildad, de la sencillez, de la cercanía, del amor universal a los más desfavorecidos. Ha dicho que quiere una Iglesia pobre y para los pobres. ¿Le ayudaremos nosotros, los cristianos, a que este deseo pueda hacerse algún día realidad? Busquemos todos y pongamos en práctica los signos que creamos más adecuados para conseguirlo. El poder de los signos es muy grande.
2.- Los apóstoles hacían muchos signos y prodigios en medio del pueblo. Entre estos muchos signos y prodigios que hacían los apóstoles estaban también la curación de enfermos y poseídos de espíritus inmundos. La salud física y psíquica de una persona es, sin duda, el mayor de sus bienes temporales y los apóstoles eran muy sensibles a las enfermedades de las personas. Atender a las personas que padecían alguna enfermedad era para los apóstoles una obligación, puesto que habían visto que así lo había hecho siempre su Maestro. También los cristianos de hoy debemos ser personas especialmente sensibles y atentas ante cualquier persona enferma. Visitar a los enfermos y llevarles consuelo y ayuda debe ser una de las cualidades de todo buen cristiano. La atención a los enfermos debe ser un signo de nuestra condición de buenos cristianos. Además de este signo del que nos habla hoy el libro de los Hechos de los Apóstoles, san Lucas nos dice en este mismo libro que el signo cristiano que más impresionaba a la gente era el signo del amor mutuo que se profesaban entre ellos. Nos dice Lucas que la gente, ante el comportamiento de los cristianos, decían admirados: mirad cómo se aman. Nosotros podemos visitar y consolar a las personas que padecen alguna enfermedad, pero, desgraciadamente, no siempre podemos curar la enfermedad. Sin embargo, el signo de nuestro amor mutuo sí podemos manifestarlo siempre. El cristianismo es una religión de amor a Dios y al prójimo, preferentemente al prójimo más necesitado; el signo de nuestro amor mutuo debe ser siempre el signo más visible que demuestre nuestra condición de cristianos. Así parecen querer decirnos estos primeros signos que está haciendo ante el mundo nuestro recién estrenado Papa, Francisco.
7. - LA HISTORIA DE LA IGLESIA
Por Ángel Gómez Escorial
1. - Entre ese "primer final" de su Evangelio, y el "segundo principio" de su libro del Apocalipsis, el Apóstol San Juan marca un periodo ya muy importante dentro de la vida de la Iglesia. Juan, ya anciano, escribe en Patmos el libro profético de una Iglesia que lucha y triunfa. Y así, la escena de la aparición del Señor en medio del lugar cerrado "por miedo a los judíos", con el episodio de la "conversión fuerte" de Tomás, es principio de un periplo prodigioso y, si se quiere, muy rápido de la Iglesia de Cristo. Tomás, a su vez, va a dejar a la Iglesia un legado importante: la oración eucarística más expresiva: "¡Señor mío y Dios mío!" y de ancestral uso. El párrafo del Apocalipsis incluye testimonios de la Resurrección y las apariciones de Jesús a los Apóstoles --narradas en el Evangelio con el protagonismo obligado y táctil de Tomás-- centran el relato de este Segundo Domingo del Tiempo Pascual, pero también añaden ese arco histórico de ya muchos años en la primitiva vida de la Iglesia. Del cenáculo lleno de hombres temerosos iba a salir, gracias a Espíritu, el fermento, fuerte e ilustrado, de una Iglesia pujante, eficaz y perseguida.
2. - La mejor clave para adorar y meditar la Resurrección de Jesús está en el efecto de ese prodigio en los Apóstoles. Primero --de una vez-- creyeron que Él era Dios; y, entonces, ellos se convirtieron en seguidores conscientes de una actitud y de un camino de indudable trascendencia: de la divinidad y humanidad de Cristo y del camino por Él marcado. Antes de la Cruz y de la Resurrección, los Doce y sus acompañantes no eran otra cosa que una banda irregular de seguidores llenos de dudas. Para que no existan lagunas en el "discurso litúrgico" de esa transformación, bien claro está el contenido del Libro de los Hechos de los Apóstoles y de la velocidad en el crecimiento del número de fieles. Pedro ya está constituido como primado de esa naciente Iglesia y no sólo lo establece su autoridad humana, porque la autoridad divina le llega en su capacidad -y en la de su sombra- para curar a los enfermos y a los poseídos.
3. - Cuando Juan escribe en la Isla de Patmos, la Iglesia ya está establecida en todo el mundo conocido de entonces. Tiene problemas de heterodoxia y persecuciones durísimas, con la fuerza terrible del Estado --el romano-- más poderoso de la tierra. Ha pasado mucho tiempo y muchas cosas. Y el episodio --muy importante, muy notable-- que completa el citado "discurso litúrgico", va desde la alegría por la Aparición del cenáculo hasta el testimonio singular y maravilloso de un anciano que nos dice que sigue disfrutando de la misma juventud interior que en los días --ya lejanos-- de la Resurrección gloriosa de Jesús, el Maestro.
4. - De esa evolución de los hombres de la primitiva Iglesia es autor el Espíritu Santo. Por tanto no hay duda de la excelencia intelectual de los antiguos pescadores de Galilea. Es el Espíritu quien les ha enseñado. Algunos tratadistas, por ello, suelen dudar de la autenticidad de las autorías de los libros de San Juan o de las Cartas de Pedro. No admiten esa evolución. Es posible que existan razones lógicas para pensar eso. Sin embargo, no se cuenta con la acción del Espíritu. Y es lo que nosotros ahora esperamos, en el camino de Pentecostés. Tenemos que pedir y esperar que el Espíritu Santo nos cambie. Y si le dejamos entrar en nosotros, nuestra sabiduría servirá para ayudar y convertir a los hermanos, y lógicamente, sin apenas mérito nuestro, crecerá de manera insospechada.
5.- Y en este ambiente que trae la Pascua de que todo se hace nuevo se incrusta de fuerte manera la presencia y personalidad del Papa Francisco. Ha asumido las celebraciones del Triduo Pascual con énfasis en la sencillez y en la humildad. Sin duda, está abriendo una nueva y muy especial etapa. Tiempo de amor y de esperanza.
LA HOMILÍA MÁS JOVEN
DEMOSTRACIONES SENSORIALES O CIENTÍFICAS
Por Pedrojosé Ynaraja
1.- Me parece que os lo contaba no hace mucho, mis queridos jóvenes lectores. En la década de los cuarenta del pasado siglo, oí por primera vez hablar de la radiestesia. Fue por la radio y lo escuche con el interés que ponía en todo lo nuevo que saliera. Pasaron los años y péndulos o varitas flexibles, según me contaban, eran instrumentos en manos de ciertas personas, que permitían descubrir agua subterránea, por ejemplo. Bastante más tarde, personas de confianza, y precisamente refiriéndose a lugares concretos de Tierra Santa, o junto a mi lado en Petra, contemplando los interesantes lugares de culto cananeo de alguna de sus cimas, observé el fenómeno del movimiento que, según quien lo sostenía, daba señales de que allí se concentraba una energía espiritual determinada.
2.- Después de estas experiencias, sentí una cierta curiosidad por el fenómeno. Un domingo, deseando descansar un rato del esfuerzo mental que supone la redacción de estos mensajes que os dirijo, se me ocurrió atar una sencilla cadenita a un trozo de cuarzo-amatista. Ninguna de las dos cosas tenía un especial precio, ni composición misteriosa. Me concentré, alargué el brazo y lo mantuve inmóvil. Asombrado entonces, observe que se ponía a girar en sentido opuesto al de las agujas del reloj. Quedé anonadado. De inmediato dudé y repetí la experiencia en otros lugares, el péndulo no se movía. Repetí la experiencia en otros lugares. Os lo aseguro, allí donde existe un contenido espiritual, sea religioso, por ejemplo reliquias de santos o, en otro caso, una figurita que sin ningún valor comercial me regaló con mucho cariño mi madre y que encontré recientemente, en todas las pruebas de diversos sentidos, mi péndulo se pone a girar siempre en el mismo sentido. Si fuera joven, os lo aseguro, me dedicaría a estudiar esta cualidad de zahorí que parece poseo. Me contento de saberlo y hacer, de cuando en cuando, hago pruebas ante los demás, y para demostrármelo a mí mismo, que algo existe realmente, que ni cromatógrafos, refractómetros o colorímetros son capaces de captar.
3.- ¿Y qué relación tiene todo esto que os vengo contando con el evangelio de la misa de hoy, me preguntareis, mis queridos jóvenes lectores? A Santo Tomás me gusta llamarle con cierto humor, el apóstol científico. Exigía pruebas para creer. Pruebas sensoriales: tocar, introducir. Si fuera ahora, se le ocurriría acudir a los aparatos de laboratorio que os citaba. O hasta acudir a estudios de ADN. Llegado el momento y ofreciéndose el Maestro a que comprobase su identidad, Tomás parece que no llegó a efectuar ningún ensayo con sus dedos. Algo en su interior le evidenció que se trataba del Señor. Y a continuación reconoció que Él era mucho más de lo que esperaba: era su Señor y su Dios. Seguramente sentiría algo semejante a lo que reconocieron los discípulos de Emaús cuando se decían. ¿No ardía nuestro corazón…?
4.- El instrumental de laboratorio no es suficiente para los conocimientos trascendentes, no alcanza a detectarlos, mucho menos nuestros sentidos que con facilidad se equivocan. Además no se trata de comprobar la veracidad de nuestra Fe como quien verifica el teorema de Pitágoras y se queda tan satisfecho de ello, continuando su vida sin inmutarse. Reconocer a Jesús supone y exige un cambio radical de vida. Vivir adentrado en la Esperanza. Empezar a gozar de la inconmensurable felicidad eterna, mientras se lucha y vive la aventura de la vida, encarcelado en el espacio y en el tiempo.
5.- No quiero dejar mi encuentro con vosotros, mis queridos jóvenes lectores, sin recordaros lo que en la primera parte del fragmento de hoy dice el Señor: habla del perdón del pecado. Realidad humana ésta que se nos adentra y que novemos olvidar. Como ocurre con bacterias y parásitos, todos tenemos algún tropiezo con la maldad o el vicio. Jesús nos ofrece la purificación, la absolución. Una vida sana espiritualmente, solo podremos obtenerla acudiendo a la desinfección periódica de nuestra alma. Y esta remisión se nos ofrece gratuitamente, no os la perdáis.
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