27 febrero 2016

Liberarse del miedo

La cuaresma es clásicamente considerada un tiempo de penitencia. Pero el evangelio nos libera de una estrecha y opresiva manera de entender el pecado y sus consecuencias.
Pecar es no dar fruto
El texto de Lucas se refiere a episodios históricos que desconocemos. El diálogo que sostiene Jesús sobre ellos nos hace ver, sin embargo, cuánto su enseñanza se ligaba a hechos diversos de la vida de su pueblo. El anuncio de la buena nueva no puede hacerse sin una atención cercana a lo que sucede; el Reino no es algo paralelo a la historia, la interpela y la interpreta. A su vez los hechos de nuestra vida nos permiten comprender mejor el alcance del mensaje.
Aquí, el Señor se sirve de estos dos asuntos para subrayar un punto importante de su mensaje: no hay relación entre el pecado y las desgracias que puedan ocurrir ya sea por mano humana (Pilato, cf. Lc 13, 1) ya sea por accidente (cf. v. 4). Con esta afirmación Jesús va contra una idea muy presente en su tiempo, según la cual enfermedad, infortunio, pobreza son consecuencia de las faltas cometidas por quien sufre esas situaciones. Aun en nuestro tiempo hay restos de esa mentalidad, de este modo el pobre y el enfermo añaden a sus duras condiciones de vida un penoso sentido de culpa.

El Señor nos libera de esa concepción que por un lado impide enfrentar las verdaderas causas de los males que nos ocurren, remitiéndolos a una especie de fatalidad que nos hunde en la pasividad.
Y que de otro lado, presenta una imagen equivocada del Dios de amor y vida. Pecar es no dar fruto, nos precisa la parábola que Jesús refiere enseguida (cf. v. 6-9). Además, se nos advierte que con paciencia y dedicación Dios espera nuestras obras. Es un Dios de amor, no de castigo.
Yo soy la vida
Pablo nos da un importante principio de interpretación del antiguo testamento: lo que en él se cuenta no es algo que pertenezca sólo al pasado, acarrea un mensaje para nosotros hoy (cf. 1 Cor 10, 11). El texto del Exodo nos relata el momento en que el Señor encarga a Moisés la liberación de su pueblo. Le confía esa tarea porque es sensible al clamor de los que padecen opresión y desea llevarlos a una tierra en la que puedan forjar una sociedad justa (cf. 3, 7-8).
Ese es el contexto inmediato de la revelación de su nombre: Yahvé, traducido con frecuencia por «yo soy el que soy». Otra posible significación del término nos resulta particularmente interesante. La vida en clave bíblica implica «vivir con», «vivir para», «estar presente ante los otros», es decir, significa comunión. La muerte es lo opuesto: la soledad absoluta. Es probable que el término Yahvé se halle en esta línea y quiera decir precisamente: «Yo soy el que está con vosotros, yo soy la vida». Se trata de una presencia creadora y liberadora.
Gustavo Gutiérrez

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