La cuaresma es un tiempo en el que nos disponemos para celebrar la resurrección. La escena de la Transfiguración parece ser un alto en el camino, pero ¿lo es en verdad?
Un éxodo
El contexto del pasaje en Lucas es el mismo que encontramos en Mateo y Marcos. Acompañan a Jesús aquellos que según san Pablo eran considerados «como columnas de la Iglesia» (cf. Gál 2, 9): Pedro, Juan y Santiago (cf. Lc 9, 28). Mateo y Marcos no nos indicaban el contenido de la conversación de Jesús con Moisés y Elías; Lucas, en cambio, nos refiere que hablaban de la «partida» de Jesús, de su muerte que tendrá lugar en Jerusalén (cf. v. 31). Significativamente Lucás emplea el término «éxodo» para hablar de la partida de Jesús. La palabra está cargada de sentido, es una salida que permite llegar a la vida, a la resurrección. Ese éxodo es la pascua, el paso, a la tierra prometida, signo del Reino. Llamar éxodo a la muerte quiere decir que ésta no es el fin del proyecto de Jesús; esa convicción debe sostener la esperanza de sus discípulos y la nuestra.
Como seguidores del Señor debemos anunciar un Reino de vida al que no escapa ningún rincón de la existencia humana. Pero ello supone también de nuestra parte un éxodo, una salida de todo aquello que no nos permite vivir plenamente en comunión con Dios y con los demás. En esa salida habrá aspectos dolorosos e inevitables, de ellos quiere escapar Pedro, fascinado por eI momento que vive (cf. v. 33).
Ciudadanos del cielo
Pedro se equivoca. No es posible detenerse en el camino de seguimiento de Jesús. No debemos buscar refugio en una tienda (cf. v. 33). De éxodo nos habla igualmente el texto del Génesis. El Señor pide a Abrahán que deje su mundo conocido y seguro. La fe que habita en el corazón de Abrahán hace que acepte la aventura. Pero se sale para entrar. Dios le promete ser padre de un pueblo numeroso (cf. v. 5) que vivirá en la tierra que él les dará (cf. v. 18).
Ser «ciudadanos del cielo» (Flp 3, 20) significa que debemos saber cuál es el criterio último de nuestro comportamiento cotidiano, terreno. San Pablo reprocha precisamente a sus amigos de Filipo que no vivan como él les enseñó (cf. v. 17-18), según el testimonio de Jesús y del mismo Pablo. Les pide por eso que se mantengan «firmes en el Señor» (4, 1).
El episodio de la transfiguración nos recuerda que nuestra condición de cristianos debe ser vivida en medio de los avatares y las dificultades de la historia. En ella acogemos el don del Reino y nos hacemos «ciudadanos del cielo», del Reino que llega desde ahora a nosotros.
Gustavo Gutiérrez
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