1.- LA ORACIÓN DEBE SER TRANSFORMADORA Y TRANSFIGURADORA
Por Gabriel González del Estal
1.- Mientras Jesús oraba, el aspecto de su rostro cambió, sus vestidos brillaban de blancos. ¡La oración de Jesús! Hay tantas clases de oración como personas orantes, aunque tradicionalmente hablemos de oración vocal y oración mental, oración de alabanza y oración de petición, oración comunitaria y oración personal, etc. La oración es la mejor manera que tenemos los humanos para comunicarnos con Dios y sin oración no hay propiamente religión, o mejor, expresión religiosa. Pero lo que queremos decir ahora, al comentar este texto evangélico de la transfiguración del Señor, es que la oración debe terminar siendo siempre un instrumento de transformación y transfiguración religiosa. Una oración que no nos cambie por dentro tiene poco sentido y poco valor. La oración debe ser siempre un acto de comunión y comunicación con Dios, porque en la oración de alguna manera somos habitados por Dios. No oramos tanto para que Dios nos escuche a nosotros, sino para que nosotros escuchemos a Dios.
En la oración debemos pedir transformarnos nosotros en Dios, no que Dios se transforme en nosotros. Oramos para que nosotros seamos capaces de aceptar y hacer la voluntad de Dios, no para que Dios se adapte y haga nuestra voluntad. Una persona orante debe, además, manifestar en su vida ante los demás que es una persona habitada por Dios, imagen de Dios, hijo de Dios. La oración, además de tener una función transformadora de nuestro yo personal, debe tener una función evangelizadora ante los demás. La oración, como venimos diciendo, debe transformarnos por dentro y transfigurarnos por fuera ante los demás. Así es como vieron los apóstoles a Jesús, cuando Jesús oraba en lo alto del monte Tabor. En el Tabor los tres apóstoles vieron a Jesús como el Hijo de Dios, al que hasta entonces sólo habían visto como el “hijo del hombre”.
2.- Maestro, qué bien se está aquí. Haremos tres tiendas: una para ti, otra para Moisés y otra para Elías. No sabía lo que decía. El deseo de Pedro era un deseo muy humano: si se estaba tan bien allí, ¿para qué iban a bajar al llano, a luchar contra tantas adversidades como les esperaban? Pero había que escuchar a Jesús, el amado del Padre, y Jesús les decía que había que bajar a la llanura y seguir camino hacia Jerusalén. Jesús sabía muy bien que en Jerusalén le esperaba la pasión y la muerte, pero también sabía que la pasión era el camino necesario para la resurrección. Por la cruz a la luz. Pedro y los demás apóstoles todavía no entendían esto, lo entenderían después. Aceptemos cada uno de nosotros nuestras pequeñas cruces, nuestro calvario y pasión, sabiendo que sólo de esta manera podremos escalar el monte de la resurrección gloriosa.
3.- Nosotros, por el contrario, somos ciudadanos del cielo, de donde aguardamos un Salvador: el Señor Jesucristo. San Pablo les dice a los primeros cristianos de Filipos que ellos no deben comportarse como hombres carnales, cuyo Dios es el vientre, sino en personas espirituales, a imagen de Jesucristo. Era difícil para ellos, los cristianos de Filipos, renunciar a las exigencias y tentaciones del cuerpo; también resulta difícil para nosotros. Pero esta es nuestra lucha, una lucha que durará mientras nuestro espíritu esté sometido a las tentaciones de la carne. Mientras vivimos en el cuerpo, el vivir como personas espirituales será siempre una meta a la que debemos aspirar, aunque sabiendo que no llegaremos a ella definitivamente hasta después de nuestra muerte. Es la virtud de la esperanza la que debe dar alas a nuestro espíritu, creyendo firmemente que también nosotros podremos participar definitivamente de la victoria de Cristo sobre el cuerpo y la muerte. Con esta esperanza vivimos los cristianos.
4.- El Señor es mi luz y mi salvación, ¿a quién temeré? Sin la luz de Cristo, sin la salvación que nos viene de Cristo, poco podríamos hacer nosotros con nuestras solas fuerzas. Pero dentro de nuestro corazón oímos una voz que nos dice: “buscad mi rostro”. Nuestra respuesta debe ser una súplica y una promesa: no me escondas tu rostro, Señor, yo buscaré tu rostro. Buscar durante toda nuestra vida el rostro de Dios, el rostro del Dios encarnado en Cristo, esta es nuestra tarea, nuestro camino espiritual, durante toda nuestra vida. Sólo así tendremos derecho a esperar gozar de la dicha del Señor en el país de la vida.
2.- “ESTE ES MI HIJO, EL ESCOGIDO, ESCUCHADLE”
Por Antonio García-Moreno
HACE FALTA FE VIVA. "En aquellos días, Dios sacó afuera a Abrahán y le dijo: Mira al cielo, cuenta las estrellas si puedes. Y añadió: Así será tu descendencia" (Gn 15, 5). Abrahán era ya mayor, sus días se terminaban. Y todo ese acabar de las cosas, todo ese sentirse cada vez más torpe, todo ese presentimiento de la muerte cercana, todo ello le proporcionaba un vago sentimiento de nostalgia, de honda pena. Pero lo que más le pesaba era el envejecer sin hijos, el contemplar el gran amor de Sara totalmente baldío, sin un hijo tan siquiera que perpetuara su nombre.
Y aquella noche serena, tachonada de mil estrellas, la voz amiga de Yahveh se dejó oír. Abrahán se puso a la escucha con la misma fe de siempre: Mira al cielo, cuenta las estrellas si puedes. Y los ojos cansados del patriarca se perdían entre aquellos puntos luminosos sobre el oscuro cielo. Pues así será tu descendencia, concluyó el Señor.
La fe provocó de nuevo el prodigio. Sara, la estéril, y Abrahán, el anciano, tuvieron un hijo. De él brotaría el frondoso árbol del pueblo de Dios, renovado y engrandecido por Jesucristo. Y así, todos los que tienen fe en Jesús son descendientes de Abrahán. Miembros del pueblo santo, hijos de Dios, herederos de su gloria. Sí, la fe nos incorpora a la familia de Dios, nos injerta en Cristo, el primogénito. Pero hace falta que la fe sea viva, vibrante, consecuente, comprometida, amorosa, confiada, constante. Una fe con obras, que, aún sin quererlo, se note y atraiga. Señor, que nos empeñamos seriamente por ser coherentes en toda nuestra vida, la pública y la privada.
"Aquel día, el Señor hizo alianza con Abrahán en estos términos. A tus descendientes les daré esta tierra...” (Gn 15, 8). Yahveh le dio una prueba de que su palabra quedaría cumplida. Hizo un pacto al estilo del que hacían los hombres de aquel tiempo. Se puso a la altura de Abrahán, con la misma ternura que un padre se agacha hasta ponerse a la altura de su pequeño… Los animales del sacrificio estaban descuartizados según el rito usual. Por entre aquellos despojos habían de pasar los pactantes de la alianza, asumiendo así el serio compromiso de no violarla, so pena de ser descuartizados al igual que aquellas víctimas...
Abrahán esperaba, entre ansioso y atemorizado, la conclusión del rito. Y cuando el sol se ocultó y las tinieblas poblaron la tierra, una llama viva pasó como antorcha humeante por entre aquellos despojos. Yahvé no había faltado a su palabra. Nunca faltó Dios a su compromiso. A pesar de no tener ninguna obligación frente al hombre, de no deberle nada en absoluto, Dios permanecerá siempre fiel a su compromiso de amor. Seremos nosotros, los descendientes de Abrahán, los que nos empeñemos en romper el pacto que hicimos con el Señor... Perdónanos una vez más Señor. Y haz que el recuerdo de tu fidelidad nos ayude a ser siempre fieles, leales contigo, creyentes de verdad.
VISIÓN BEATÍFICA. "Y mientras oraba, el aspecto de su rostro cambió, sus vestidos brillaban de blancos" (Lc 9, 29).Los autores no coinciden al localizar el monte donde Jesús hizo ver a sus discípulos algo de su gloria. Unos dicen que fue el monte Hermón, pero la mayoría defienden que fue el monte Tabor. En el silencio impresionante de aquella altura, ante el panorama de las llanuras de Galilea con las aguas del Tiberíades en el horizonte, es comprensible que el Señor subiera allí para orar. Pedro, Juan y Santiago le acompañaban, lo mismo que le acompañarán cuando llegue la hora de las angustias en Getsemaní. Así vemos cómo los que participaron de su dolor participaron también en su gloria.
Es un pasaje único en los evangelios. Nunca Jesús aparece tan grandioso y magnífico como entonces. Un resquicio de su inmensa gloria se trasluce por unos momentos, ante los ojos atónitos de los discípulos preferidos. El rostro de Jesucristo adquiere un aspecto nuevo y sus vestidos cobran el resplandor de un blanco rutilante. A su lado otros dos personajes llenos de gloria hablan con Él de su muerte en Jerusalén. Parece una contradicción el que, precisamente en medio de aquella gloria, hablen de la pasión de Cristo. Pero en realidad se trata de algo lógico ya que después de esa pasión y muerte, incluso gracias a eso, Jesús resucitará glorioso y subirá luego con gran poder y majestad a los cielos.
De todos modos, parece que Pedro y sus compañeros no comprendieron entonces lo que estaban escuchando. Pedro lo único que desea es perpetuar ese momento, o al menos que dure lo más posible. Por eso quiere hacer un refugio para el Señor, Moisés y Elías, con el fin de que sigan allí ante su mirada extasiada de gozo, ausente de todo lo que le rodea, olvidado incluso de sí mismo, dispuesto a estar mirando aquella aparición celestial por toda la eternidad. Este sentimiento nos hace comprender en cierto modo, mejor quizá que muchas explicaciones, la dicha que supone la contemplación de la Gloria. Si esto, que no era más que un pálido resplandor de la majestad divina, fue suficiente para trastornar de dicha a Pedro, qué no será la contemplación de Dios en todo su esplendor.
Las palabras de Pedro rompieron el encanto de aquella visión. Una nube descendió sobre la cima del Tabor y los apóstoles se vieron de pronto envueltos por la niebla. La voz del Padre exclamó: Este es mi Hijo, el escogido, escuchadle. Palabras que han de resonar también en nuestros oídos y en nuestro corazón. Para que nuestra fe en Cristo aumente, y también nuestra esperanza. Con la persuasión de que el gozo de ver a Dios llenará de consuelo y felicidad todo nuestro ser, luchemos con afán por ser fieles al Señor, cueste lo que cueste y hasta el fin de nuestra vida.
3.- ESCUCHAR Y ACTUAR
Por José María Martín OSA
1.- De la cruz a la glorificación. El segundo domingo de Cuaresma nos presenta la Transfiguración del Señor. Superada la prueba del desierto, Jesús asciende a lo alto de una montaña para orar. Es éste un lugar donde se produce el encuentro con la divinidad: "su rostro cambió, sus vestidos brillaban de blancos". El rostro iluminado refleja la presencia de Dios. Algunos rostros dan a veces signos de esta iluminación, son como un reflejo de Dios. Son personas llenas de espiritualidad, que llevan a Dios dentro de sí y lo reflejan a los demás. Jesús no subió al monte solo. Le acompañan Pedro, Juan y Santiago, los mismos que están con él en el momento de la agonía en Getsemaní. Sólo aceptando la humillación de la cruz se puede llegar a la glorificación. En las dos ocasiones los apóstoles estaban "cargados de sueño". Este sueño simboliza nuestra pobre condición humana aferrada a las cosas terrenas, e incapaz de ver nuestra condición gloriosa. Estamos ciegos ante la grandeza y la bondad de Dios, no nos damos cuenta de la inmensidad de su amor. Tenemos que despertar para poder ver la gloria de Dios, que es "nuestra luz y nuestra salvación" (Salmo Responsorial).
2.- ¡Escuchadlo! Junto a Jesús aparecen Moisés y Elías, representantes de la Ley y los Profetas. Jesús está en continuidad con ellos, pero superándolos, dándoles la plenitud que ellos mismos desconocen, pues Él es el Hijo, el escogido. ¿Cuál debe ser nuestra actitud ante esta manifestación de la divinidad de Jesús? La voz que sale de la nube nos lo dice: ¡Escuchadlo! Abram escuchó la voz de Dios y creyó en su promesa: una descendencia como las estrellas del cielo y una tierra como posesión suya. Abrahán escuchó y aceptó la alianza con Dios. Era una costumbre sellar la alianza pasando entre las carnes sangrientas de los animales cortados en dos. Dios toma la iniciativa, pues sólo El, con el signo del fuego, pasa por entre las dos partes de los animales. Pero Abram escucha y acepta el plan de Dios. Desde ese momento transforma su nombre. Ya no será Abram, sino Abraham -padre de muchedumbres-.
3.- Creer, aceptar y vivir lo que Dios nos propone. La gran tentación es quedarse quieto, porque en la montaña "se está muy bien". Hay que bajar al llano, a la vida diaria, de lo contrario la experiencia de Dios no es auténtica. No podemos refugiarnos en un mero espiritualismo que se desentiende de la vida concreta. Somos ciudadanos del cielo, pero ahora vivimos en la tierra y es aquí donde debemos demostrar que Dios transforma nuestro cuerpo humilde y nos hace vivir como hombres nuevos y transformados.
4.- CAMINO DE ESPINAS
Por Javier Leoz
Recientemente, el Papa Francisco en su viaje a México, afirmaba: “La fe no es camino fácil pero cuando uno confía en Dios, Dios lo hace todo más fácil”. Inmersos de lleno en la Santa Cuaresma y al contemplar la cruz caemos en la cuenta de que, todo sendero que se emprende, tarde o temprano presenta alguna espina que otra. Jesús, en su camino hacia la gloria, les anuncia que esperan horas de dolor, sufrimiento, soledad y muerte. No lo entendieron y, por ello mismo, preferían vivir en una burbuja en lo más alto del Tabor a descender y encontrarse con la dura realidad.
1.- Hoy, con los apóstoles, reconocemos el señorío de Jesús. Su transfiguración, entre otras cosas, nos invita a ir más allá de lo superficial. Ser cristiano implica, además, ser fuerte con todas las consecuencias en la lucha de nuestros ideales hasta la misma muerte. Pero, como Pedro, Santiago o Juan, preferimos una fe entre algodones. Sin demasiadas exigencias. Y es que, con frecuencia, optamos por el camino fácil. Quisiéramos vivir en un permanente estado de felicidad y de ensueño. Jesús, que siempre nos devuelve a la realidad, se transfigura para que comprendamos que la fidelidad a Dios, el descubrimiento y el anhelo de su gloria, no están exentos de sufrimiento, de sacrificio, de pruebas o negación de uno mismo.
2.- Aquellos tres amigos que, se quedaron atónitos ante lo que estaban contemplando y viviendo, de repente empiezan a entender una gran verdad: Jesús es mucho más que un amigo. Es alguien que esconde una impresionante belleza interior. Ellos todavía conservaban en sus retinas y en su recuerdo los milagros o la llamada de Jesús al borde del lago. Pero ¿y esto? ¿Era previsible? Me imagino que no. Les pilló, la gloria del Señor, por sorpresa y además en Aquel que tanto querían, con el que tanto habían disfrutado y sufrido y por el cual habían dejado todo: JESUS EL TRANSFIGURADO SE LES MUESTRA. Mejor dicho, la gloria del Señor, se manifiesta en Jesús de Nazaret. Impensadamente, se dan cuenta, que el Misterio les envuelve. Que todo lo que han vivido en el llano no tiene nada que ver con lo que están disfrutando, con los ojos bien abiertos, en la cumbre del Tabor.
3.- Posiblemente, los tres discípulos, descendieron del Monte Tabor totalmente impresionados, cambiados, renovados por aquel acontecimiento.
-El amigo es más que amigo: es el Señor
-El rostro de Jesús es más que humano: es Divino
-El cuerpo de Jesús es más que carne y hueso: está penetrado por la Vida de Dios
4.- ¿Cómo lo entenderían? ¿Cómo lo explicarían todo esto al resto de sus compañeros? ¿No lo notarían aquellos, cuando descendieron de la altura y vieron que sus ojos todavía permanecían abiertos ante el ante tanto asombro vivido? Que este Año de la Misericordia nos ayude a descubrir el acto más sublime, prodigioso, radical y gratuito de Dios a la humanidad: Cristo. Aunque, seguirle, duela.
5.- TRANSFIGURAME, SEÑOR (Javier Leoz)
Con tu gracia, para entender tu muerte
Con tu poder, para contemplar tu rostro
Con tu majestad, para adorarte como Rey
Sí, Señor; transfigúrame con tu presencia
porque, en muchas ocasiones,
temo sólo verte como hombre y no como Dios
Sí, Señor; transfigúrame con tu mirada
porque, en el duro camino, tengo miedo a perderte
a no distinguirte en las colinas donde no alcanza mi vista
Sí, Señor; transfigúrame con tu amor
y, entonces, comprenda lo mucho que me quieres:
que me amas, hasta el extremo
que me amas, hasta dar tu vida por mí
que me amas, porque no quieres perderme
que me amas, porque Dios, es la fuente de tanto amor
Sí, Señor; transfigúrame con tu fuerza
porque me siento débil en la lucha
porque prefiero el dulce llano
a la cuesta que acaba la cumbre de tu gloria
Porque, siendo tu amigo como soy
no siempre descubro la gloria que Tú escondes.
Transfigúrame, Señor.
Para que, mi vida como la tuya,
sea un destello que desciende desde el mismo cielo.
Destello con sabor a Dios
Destello con sabor al inmenso amor que Dios me tiene.
Amén.
5.- Y SE NOS MOSTRÓ LA GLORIA…
Por Ángel Gómez Escorial
1.- No es que estemos viendo, todos los días, milagros y prodigios. Pero, sin embargo, hay muchas cosas extraordinarias que pasan ante nuestros ojos…Y, tal vez, nos impresionan de momento y luego las olvidamos porque nada tienen que ver con la rutina de nuestra existencia habitual. Habrá que reconocer que el prodigio del Monte de la Transfiguración tuvo que ser impresionante. Pero Pedro, Juan y Santiago lo olvidaron. Es llamativo ver como los apóstoles han de “esperar” a Pentecostés, a la llegada del Espíritu Santo, para, por fin, apercibirse de quien era, verdaderamente, el Señor Jesús. Los grandes comentaristas del Evangelio siempre quisieron ver en la Transfiguración un golpe de aliento dirigido a los apóstoles para cuando las cosas fueran mal. Algo que sirviera para mantener la fe y la entrega de los discípulos. Pero no fue así. Y eso que parece un fracaso para las intenciones del Señor, alinea, perfectamente, a los apóstoles con nosotros, con los ciudadanos corrientes insertos en esta segunda década del siglo XXI.
2.- Estoy convencido que, a lo largo de nuestra vida de fe, hay muchos hechos llamativos y hasta extraordinarios que nos llegan. De momento, los identificamos, vemos su especial contenido, nos sirven para resolver un asunto de fe o para llevar a cabo algún tipo de ayuda a los hermanos. En esos momentos en que aparecen tales hechos los entendemos como especiales, pero luego pasa el tiempo y se olvidan. E, incluso, es posible que volvamos a mendigar de Dios luces para entender aquello que solucionamos en su día y que se ha perdido, se ha olvidado.
3.- El relato de San Lucas sobre la Trasfiguración, no por conocido, deja de ser, siempre, subyugante. Jesús estaba en oración en lo alto del monte --es verdad que el Señor elegía sitios apartados y también altos para mantener su diálogo continuado con el Padre-- pero casi nunca se llevaba a nadie. Prefería quedar en soledad. En este caso son Pedro, Juan y Santiago quienes le acompañan. Y hemos de meditar un poco –o, al menos, no cerrarnos—a que Dios, en algunas ocasiones, decida mostrarnos señales o mojones en el camino para que no nos perdamos. Si no existiera esa forma de comunicación de Dios con nosotros, verdaderamente la fortaleza de la fe sería muy difícil. Y aquí la humildad y la perspicacia, sabiamente unidas, pueden ayudarnos. Lo que el Dios Hombre, Jesús de Nazaret, tenía previsto para Pedro, Juan y Santiago era muy importante, mucho. Tendrían que construir la base para la transmisión de la Palabra del Reino y dar los primeros pasos catequéticos y organizativos para que ello tuviera éxito. Eran columnas de la Iglesia como bien podría definirlos Pablo de Tarso. Necesitaban, pues, saber de la divinidad de Cristo y de la glorificación del cuerpo humano tras la resurrección.
4.- Pero no fue así. Pedro quiso perpetuar esa situación y trabajar, duro, al principio, construyendo tres tiendas, para, después, ya no hacer nada y vivir a la “sombra” de la gloria que se manifestaba. Pedro ejerció su libertad, un tanto ramplona y desenfocada, de acuerdo con lo que allí en el monte se mostraba, pero libertad al fin y al cabo. Dios muestra, pero no impone. No manipula la mente. Es de suponer que “una vez abiertos los ojos” de los apóstoles por el efecto del Espíritu Santo, la re-contemplación de innumerables escenas y momentos vividos en compañía de Jesús tuvo que ser una de las bases de su empuje y seguridad a la hora de transmitir el mensaje de Cristo. Eso mismo también puede pasarnos a nosotros. Cuando “nos caemos del burro”, cuando de sopetón se comprende algo que ya hemos vivido con todas sus claves y contenidos suele ser, ya, un argumento imbatible.
5.- Y de cara a nosotros, pues decir que la escena que narra Lucas también nos sirve y nos entrega un mensaje. La glorificación final del cuerpo humano. Terminar con el ciclo temporal de la existencia y dar una nueva dimensión de vida y pensamiento, es algo muy grande. La conversación del monte, sus imágenes, sus características, nos lo muestran. Moisés y Elías habían sido hombres como nosotros y ahora estaban en otro momento de existencia, en otra dimensión o como se quiera llamar. Es verdad, que la vivencia próxima de los apóstoles y de los primeros discípulos del Resucitado tuvo que servir para profundizar en ese futuro nuestro que se ofreció con toda claridad en el monte de la Transfiguración.
6.- La primera lectura, sacada del capítulo 15 del Libro del Génesis, nos ha mostrado la acción de Dios para confirmar su alianza con Abrahán. Y el relato es grandioso y un sobrecogedor. Abrahán prepara los animales para el sacrificio y los pone sobre el altar… Y es el poder de Dios quien completa el holocausto. “Un terror intenso y oscuro cayó sobre él…” Frase inquietante que, sin duda, refleja la soledad tremenda del hombre ante Dios. Es verdad que Jesús de Nazaret nos muestra la naturaleza de Dios. Desde que Él llega a la vida de los hombres la imagen de Dios es otra. Dios es un Padre amoroso y tierno con sus criaturas. Pero eso, a mi juicio, no contradice con el poder infinito de Dios que, sin duda, al ser humano produce temor por el poder y la grandeza de Dios al, inevitablemente, compararse con su pequeñez, pobreza y desvalimiento de criatura. Además, es la antorcha de Dios la que quema la ofrenda de Abrahán, pero, ¿por qué es el mismo Dios el que ejecuta el sacrificio? ¿No es un anticipo del sacrificio de su propio Hijo en lo alto del Gólgota? Abrahán entra en el sueño dentro de un gran terror. ¿No hay similitudes con el abandono de Jesús del Viernes Santo? Y, también, ¿no es terror lo que Pedro sufre cuando está en el patio de la casa del Sumo Sacerdote? La mirada de Jesús sobre Pedro le servirá al primer Papa de la Iglesia para no fallar definitivamente, para vencer su terror, dentro de esa noche oscura y tenebrosa en la que su amado Maestro, Jesús de Nazaret, se acercaba al sacrificio. Se abría, pues, una nueva Alianza en el medio de una noche difícil, como ocurrió igual es esa otra noche terrorífica en la que Dios pactó con Abrahán.
7.- Pablo en la Carta a los Filipenses consagra la doctrina de la resurrección gloriosa. Un día, de todos los humanos, al modo del cuerpo glorioso de Jesús, resucitaremos. La imagen se relaciona bien con el episodio de la Transfiguración. Y hace pensar que los discípulos, tras contemplar al Resucitado, y su capacidad para superar tiempo y espacio, lo relacionaron con la escena del monte. Y es lo que decía al principio: todas esas cuestiones –sin duda, difíciles y maravillosas—que Jesús fue enseñando a sus discípulos a lo largo de su vida pública, fueron, luego, sirviendo para mejor narrar la condición divina del Maestro. Pablo, sin duda, se inspiró en los testimonios directos de los primeros discípulos. Recuérdese como él reproduce las palabras de Jesús del Jueves Santo, en la Institución de la Eucaristía, durante la Cena, en uno de los textos más antiguos del evangelio: en el capítulo 11 de la Primera Carta a los Corintios.
8.- Reflexionemos en la quietud de nuestro hogar, en la intimidad de nuestro rato de oración, con lo que nos ofrecen las importantes lecturas de hoy. Hay ellas, en las tres, una conexión entre vida temporal y eternidad. Una cercanía entre Dios, omnipresente y eterno, y los hombres y mujeres de todos los tiempos que, aunque exhiben su poquedad, pueden acercarse al milagro de la glorificación final. Ello parece un poco lejano dentro de lo que vivimos nosotros, inmersos en la mediocridad de una época cada vez más material y chata. Pero se nos muestra en la Escritura. Conviene, pues, seguir preparándonos para lo sublime que contienen las celebraciones de Semana Santa y Pascua. La cuaresma es tiempo de amor y de preparación. No lo olvidemos.
LA HOMILIA MÁS JOVEN
DIOS EXCELSO
Por Pedrojosé Ynaraja
1.- Estamos acostumbrados a vitorear, o ver vitorear, a supuestos héroes, deslumbrantes artistas, prestigiosos políticos, admirados deportistas, etc. Situados en el podio o sobre la alfombra roja. Parece que no hay nadie que los gane en celebridad. Aplausos, bravos o vivas, se les dirigen sin parar. Hasta se mide la duración de dichos expresiones de elogio. Se ve y se escucha a unos, se olvidan pronto a casi todos. Pasan a ser personajes de libros de historia, que algunos leerán. Si esto ocurre así en el tipo de personas a los que me refería, no pasa lo mismo con los pertenecientes a la Historia de la Salvación. Es bueno, pues, mis queridos jóvenes lectores, que nos fijemos en los que aparecen en las lecturas de la misa de este domingo.
2.- En primer lugar hay que advertir que con dificultad, en el barullo cotidiano de la gran ciudad, en el ensordecedor ambiente de muchos recintos de fiesta o recreo, en el anonimato al que esclaviza y anula la singularidad personal que causa la asistencia a un estadio, en cualquiera de estas situaciones y de otras semejantes, con dificultad se podrá escuchar a Dios.
3.- Los escenarios de las lecturas de hoy, 1ª y 3ª, suponen soledad. El desierto la primera, la montaña la segunda. Abraham está en el desierto, que si imponente es de día, mucho más lo es de noche. Es un inmenso espacio cuya bóveda jalonan incontables estrellas mudas, que no deslumbran por muchas que sean, pero que iluminan tenuemente. Las dudas, las cuitas del Patriarca, corroen su interior. Le duele su esterilidad. Le preocupa la falta de continuidad de su familia. Tiene atractiva esposa, bien lo sabe, y extenso ganado, pero le falta descendencia. Se queja en su interior al Dios que en Siquem se le ha confiado y hecho amigo, al Dios que le ha sido fiel en la empresa que acaba de culminar: la salvación de su sobrino, secuestrado por gentes enemigas, que habitan en el país.
4.- Se le pide al Patriarca que salga de su jaima y mire hacia arriba, que trate de contar las estrellas, si es capaz, se le confía así nuevamente el Señor. Evidentemente, los astros son innumerables. Así será su descendencia pues, le dice Dios. Y él se lo cree, confía, aquí está el mérito. Su esperanza arriesga el futuro de su clan. El rito que a continuación se describe corresponde a antiguas costumbres. No tratéis de entenderlo. El Patriarca sigue el protocolo establecido por entonces, el propio de aquellas culturas. El relato, como tantos otros, nos ha llegado fragmentado, no tratéis, pues, de analizarlo y desentrañar su contenido. Contentaos con impregnaros de la atmosfera que envuelve al protagonista, del misterio que le envuelve.
5.- Queda suficientemente claro que se le anuncia un gran futuro, que debe sentirse el escogido entre los demás hombres, que no solo su descendencia biológica recibirá parabienes, que quien a él se acoja, también los heredará. Nosotros podremos serlo, aunque no se nos nombre. En el sentir de Dios sí que estamos incluidos. Alegrémonos hoy con Abraham. En la escena anterior solo aparecen Yahvé y su amigo. Se trata de una confidencia. Dios no es persona reservada, desconfiado interlocutor. Tampoco, siguiendo su obrar, debéis serlo vosotros, mis queridos jóvenes lectores.
6.- El acontecimiento de la Transfiguración, que ocupa la lectura evangélica de este domingo, se enmarca en la montaña llamada Tabor. No dice explícitamente que sea esta, pero la tradición así lo recoge He estado bastantes veces allí. Generalmente he ido acompañado y con itinerario programado. He podido algunas veces celebrar misa, sacar fotografías para poder compartir mejor mis vivencias con los demás, pero escaso de tiempo. La penúltima vez fue diferente. Llegamos poco después de las cinco de la tarde y la basílica y otros recintos, tal como es costumbre por aquellas tierras, estaba cerrada. No queríamos los cuatro viajeros importunar a nadie, tampoco estábamos demasiado interesados en ello. Aprovechamos la ocasión para desplazarnos sin rumbo por la cima alargada, incluso lo hicimos separados. No teníamos ninguna prisa. Dejamos que aquel bosque, a su aire, nos hablara.
7.- No faltan los pinos que abundan, me parece a mí, por casi todo el globo, tampoco algunos cipreses, ahora bien, los árboles dueños de aquel lugar, sus veteranos señores, son las encinas. Más concretamente, una peculiar del lugar que de allí toma nombre: Quercus ithaburensis. Se mueve uno a la escucha, dejando a la imaginación que nos gobierne para así sentirnos espectadores en primera fila de lo que allí ocurrió.
8.- Quiso el Señor que le acompañaran sus amigos predilectos. Seguramente que esto ocurrió durante los días que los judíos viven en cabañas, recordando la etapa del Sinaí que marcó su historia. Por lo que dice la lectura, debe suponerse que llegaron al atardecer y no tuvieron tiempo de levantar ningún abrigo con palos y ramaje. Dormir al raso no es ninguna proeza, os lo digo por experiencia. Dormirse o dormitar es lo más lógico después de tal subida a pie.
9.- En esas están. Asombrados ven al Señor trasformado y acompañado. Reconocen que quienes con Él están son Moisés y Elías. Asombro, en este caso, es cierto temor y mayor admiración. Pedro reconoce que ha olvidado levantar una cabaña y es lo primero, lo único que se le ocurre decir. Pero no cae en el ridículo, al menos nadie se ríe de él. La voz del Padre eterno se dirige a ellos: fijaos bien: “Es mi Hijo predilecto”, no un cualquiera. “Escuchadle”. No ignoro la importancia de este mensaje, mis queridos jóvenes lectores, pero os confío que para mí, últimamente, el acontecimiento me enseña otra verdad, que me consuela e ilumina.
10.- No dudo yo de la perennidad de mi ser espiritual. Lo intuyo con certeza. Pero mi corporeidad, ese 80% de agua que lo compone, tantas substancias que hoy están en mí, que se deterioran u ocupan la realidad de otras personas más tarde, todo ello ¿qué es? ¿Dónde reside lo que llamamos cuerpo?
11.- Meditando el relato pienso que corresponde, o sugiere, lo que dirá Pablo (I Cor 15, 42 ss.) Así también en la resurrección de los muertos: se siembra corrupción, resucita incorrupción; se siembra vileza, resucita gloria; se siembra debilidad, resucita fortaleza; se siembra un cuerpo natural, resucita un cuerpo espiritual…llevado la imagen del hombre terreno, llevaremos también la imagen del celeste. Y no hay que olvidar que Moisés y Elías hacía por aquel entonces unos cuantos siglos que habían fallecido. No olvidando, como no olvido, la misteriosa desaparición de Elías. Pero de la muerte de Moisés nos da buena cuenta el Pentateuco.
12.- La Transfiguración, pues, me proporciona la esperanza de la que tanta necesidad tengo. Deseo que también os sirva a vosotros, mis queridos jóvenes lectores. Nuestra corporeidad, la llamamos cuerpo, sin ser exactamente lo mismo, merece respeto y atención. La muerte y descomposición corporal que tememos, es el paso al cuerpo espiritual del que la presencia en el Tabor de Moisés y Elías es un buen y seguro testimonio.
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