En este relato breve del evangelio de Lucas, Jesús ya adulto, acude al Jordán a escuchar la predicación de Juan y vive una experiencia que va a marcar ya su vida. Es un episodio enormemente significativo, de las pocos de la vida de Jesús que recogen los cuatro evangelistas; nos invita a pensar hoy en este momento de su vida.
Jesús, dice Lucas, en la fila de los pecadores, se acerca a ser bautizado por el Bautista; al salir del agua hace oración. Lucas nos ha presentado la escena con unos signos extraordinarios. Una voz de lo alto: “Eres mi hijo amado, mi predilecto”. Jesús no puede dudar, se siente especialmente amado por Dios. Descubre el pleno sentido de la misión que ha de realizar de parte de Dios Padre, recibe todo su apoyo y el respaldo.
Jesús no se queda con el Bautista, ni va a continuar ya su vida de Nazaret. Hombre, adulto, “había crecido en edad, gracia y sabiduría ante Dios y ante los hombres” (Lc.2,52). A los pocos días en la Sinagoga de Nazaret Jesús proclamará: “el Espíritu del Señor está sobre mi, porque el Señor me ha ungido para que presente la buena noticia a los pobres, para vendar los corazones desgarrados, acercarme a los que sufren, para anunciar la libertad a los cautivos, y a los prisioneros la libertad” (Lc.4,17-21).
Comienza a vivir con los problemas y sufrimientos de las gentes, a recorrer los caminos de Galilea, a hablar en parábolas del Dios que acoge a los perdidos. Cura enfermos, defiende a los pobres, toca leprosos, acoge en la mesa a pecadores y prostitutas, abraza a niños en la calle, se dedica a hacer gestos de bondad. Él solo sabe salvar, no viene a condenar. Jesús siente como suyos los problemas de sus semejantes, soluciona en cuanto puede sus penas, se hace presente y pone amor en su pobreza, en sus enfermedades, en su más triste carencia de medios de vida, Jesús, consuela, acompaña.
Lo hemos oído hoy a Lucas en la segunda lectura: “Jesús de Nazaret, ungido por Dios con la fuerza del Espíritu Santo, pasó haciendo el bien y curando a los oprimidos, porque Dios estaba con él.” Fue así su vida. Sentirse amado por el Padre significó poner su vida por sus hermanos. Es el Maestro bueno al que siguen las gentes.
En la vida de su Hijo, Dios se acerca a la humanidad, a cada uno de nosotros, nunca nos abandonará a un destino ciego, a la impiedad de gentes de este mundo. Este es el sentido, del misterio de la encarnación, del nacimiento de Jesús que acabamos de celebrar, y que recibe su plena ratificación en este episodio que vive Jesús en la ribera el Jordán, nuestro Dios, autor de la vida, nos quiere comunicar su salvación a todos por su Hijo, fue su vida. Nos llama a ser sus seguidores.
El Bautista lo dijo y habló de Jesús con total claridad: “yo os bautizo con agua, pero esto no basta, hay que acoger en nuestra vida a otro más fuerte, que está ya entre nosotros, está lleno del Espíritu de Dios, Él os bautizara con Espíritu Santo”.
Sabemos que nuestro bautismo es también para nosotros un momento fundamental de nuestra vida cristiana. No habrá habido voz que se haya oído sonar desde los cielos, pero recibimos el Espíritu. Nos comprometimos a ser cristianos, seguidores de Cristo. Sabemos también que al recibir el bautismo tan pequeños, nuestro encuentro consciente, plenamente humano con Jesús, nuestro compromiso con él, lo que prometieron en nuestro nombre nuestros padres y padrinos, es un proceso largo y costoso en el que todos nos encontramos durante nuestra vida, en él Dios nos acompaña. Vamos siendo cristianos en la medida en que vamos siendo capaces de vivir con libertad los problemas, alegrías, sufrimientos y aspiraciones de todos nuestros semejantes.
Jesús cambió la manera de vivir la religión, la relación con Dios, no es ya sentirse oprimidos por la Ley, sino liberados por su amor. Lo que agrada a Dios no son ya unos ritos vacíos fríos, sino que vivamos el amor en verdad, Jesús nos dijo que es la única y verdadera manera de seguirle, llamó a sus seguidores a poner amor, compasión en nuestra persona, en nuestra vida.
Él dijo: “aquel que ama, el Padre y yo vendremos y haremos morada en él”. El asumir estas palabras nos abre a comprender que Jesús sigue presente en nuestra vida, vive con nosotros, junto a nosotros, que podemos aspirar a vivir identificados con Él, que nuestro quehacer de cristianos, es vivir como Jesús nos dijo, amando, es nuestra única manera digna de vivir, porque quien trate de hablar de un Dios bueno y no haga gestos de bondad, como Jesús hacía, desacredita su mensaje.
Decía Pablo: “no apaguéis el Espíritu que está presente en vosotros, un creyente apagado no puede vivir ni comunicar la Nueva Noticia”. Estas palabras nos pueden ayudar a comprender lo que significa la presencia del Espíritu para un cristiano, ser los seguidores de Jesús, compasivos, con amor, con coraje ante la vida de nuestros hermanos.
No podemos olvidarlo, en este tiempo en que muchos entre nosotros viven atravesados con verdaderos sufrimientos para realizar su vida con dignidad humana, para poder encontrar trabajo, para poder cubrir sus gastos necesarios para su vida, hemos de vivir abiertos a descubrir lo que Dios nos está pidiendo para ser fieles con el Espíritu que Él ha depositado en nosotros. Es tarea nuestra, la que Dios un día nos encomendó, el organizar nuestro mundo, hacer cada uno cuanto podamos para que todos sus hijos vivan con dignidad. Pensémoslo.
Hermanos, éste es el verdadero sentido de la celebración de esta fiesta del Bautismo del Señor en la que recordamos que nosotros en nuestro bautismo hemos recibido también su Espíritu que no nos abandona. Seamos dignos de Él, viviendo con Él, amando.
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