DIOS EN FUGA
Hechos 6,8-15. La Iglesia crece; va a abrirse a los paganos. El Espíritu no tardará en suscitar a Pablo, pero el apóstol de los gentiles tiene un precursor en la persona de Esteban, hombre lleno de fervor y de entusiasmo. El primero, sin duda, en romper con su pasado judío.
Helenista, Esteban predica con preferencia en las sinagogas reservadas a los judíos de cultura griega. Sus palabras son claras, y se detectan en ellas los acentos del Maestro. Tanto para el discípulo como para Jesús, el Templo y la Ley están caducos. Esteban rechaza la devoción cuasi-supersticiosa al templo material. Del mismo modo, proclama que la ley está al servicio del hombre, y no a la inversa. Aquello conmociona a los judíos, y el predicador es detenido. Y, al igual que en el caso de Jesús, se encuentran falsos testigos.
De estructura alfabética, el salmo 118 es un himno en honor de la Palabra divina. La estrofa aquí empleada exalta la constancia del justo, incluso cuando «los nobles deliberan contra él».
Juan 6,22-29. La muchedumbre se pone a buscar a Jesús, pero ¿qué busca en realidad? ¡El escarnio! Todas esas gentes buscan al hombre que les ha dado de comer. Búsqueda de un beneficio inmediato, superstición; pero también miedo al mañana. La muchedumbre está inquieta y no sabe lo que quiere. La historia de la samaritana se repite: hay todo un mundo entre las expectativas de los judíos y la manera en que Jesús concibe su misión. El país quiere un rey, y Jesús se presenta como el enviado de Dios.
Pero sólo la fe permite reconocer la dignidad mesiánica de Jesús. A la muchedumbre que pregunta qué hay que hacer para trabajar en la obra de Dios, se le da una única respuesta: «la obra de Dios es que creáis en el que El ha enviado». Ahora es el momento de la confianza, pero también el del rechazo.
¡Buscaban a un panadero! Jamás se había visto nada igual: ¡había dado de comer a una muchedumbre! Se podía creer en él; sin duda, se le debería consagrar como rey…
Un Dios útil-utilizable: ¡eso es lo que moviliza a las gentes! Un Dios que sirva a nuestros pequeños intereses, un Dios-comerciante que distribuya sus beneficios cuando se ha gritado lo suficientemente fuerte: ¡ése es el Dios admisible en el que se puede creer!
¡Hay una imagen de Dios que es inadmisible! Si, cuando hablamos de Dios, se trata de encontrar una prolongación del hombre, entonces tienen razón los que ya le han enterrado. Están en lo cierto los que encuentran más digno y honroso quedarse solos, sin Dios. Si Dios fuese un déspota que nos hiciera vivir el juego atroz de la espera y la sed, sin nombrar nuestro verdadero deseo, deberíamos denunciarlo y procesarlo. Si Dios no fuese más que el eterno suplidor de las deficiencias humanas, si no pasara de ser un superhombre, si no fuera más que la prolongación infinitamente agrandada de nuestras nostalgias, entonces, sí, deberíamos matar a Dios.
¡Buscaban a un panadero! Decidme, ¿no nos confundimos de punto de partida cuando se trata de Dios? Un Dios al que encontramos en nuestros gemidos, cuando andamos a tientas en nuestros lamentos y en nuestras esperanzas frustradas… Un Dios a nuestra pequeña medida, para satisfacer nuestros pequeños deseos… «¡Me buscáis, no porque hayáis visto signos, sino porque habéis comido pan!».
«Me gustaría hablar de Dios no en los límites, sino en el centro; no en la debilidad, sino en la fuerza; no a propósito de la muerte y de la falta, sino de la vida y la bondad del hombre» (D. Bonhoeffer, Résistance et Soumission, p. 123). Véanse los signos: Jesús cura, hace andar a los paralíticos, limpia a los leprosos, perdona a los que ya no pueden soportar el peso de su pecado. Dios no se descubre en la debilidad del hombre, sino en su nobleza. Querían hacer de Jesús un Dios-panadero, y él huyó. El Dios de la fe está siempre en el silencio de la adoración, cuando su rostro se transparenta en las huellas de su presencia. Sólo Dios habla bien de Dios, y sólo Cristo es «el intérprete» del Padre: «Lo que tenéis que hacer es creer en el que El ha enviado». Jesús se fue de allí e invitó a que le siguieran. Nadie puede manejar a Dios.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Deja tu comentario