La Pascua cristiana es la fiesta por excelencia, la solemnidad de las solemnidades. La Pascua es el “paso del Señor”, el paso de las tinieblas a la luz, del pecado a la gracia, de la enfermedad a la salud, de la muerte a la vida, “de este mundo al Padre”.
La Cincuentena pascual prolonga la fiesta y sigue celebrando el gozoso encuentro y la comunión con el Cristo glorioso. Cincuenta días de fiesta en honor de Cristo resucitado que se celebran como un sólo o “gran domingo”. En este tiempo se abandona el ayuno y la oración de rodillas, pues orar en pie es postura de resucitado.
Ya desde la Cuaresma, nuestro canto de peregrinación hacia la Santa Montaña de la Pascua tiene resonancias pascuales. Una vez alcanzada la cumbre, al filo de la media noche, en la noche más bella del año, en la hermosa, bella y santa Vigilia Pascual, ¿cómo no va a estallar el júbilo, el aleluya que también resucita, el Gloria de los ángeles, el Regina coeli a la Madre del resucitado, el órgano y las campanas que llevan la noticia, el mensaje pascual a todo el universo?
Pascua es el tiempo de vivir en intensidad los sacramentos pascuales de la Iglesia: Primeras Comu- niones, Confirmaciones, Unción de los Enfermos, comulgar, al menos una vez al año, “por Pascua florida”…
En Pascua tenemos que conseguir que la liturgia, en su conjunto, suene y resuene como una gran obra sinfónica: la sinfonía de la nueva creación en Cristo, afinados y vibrantes todos sus instru- mentos. “Cantad al Señor un cántico nuevo. Resuene su alabanza en la asamblea” canta el salmista.
No podemos olvidar ni separar de la Pascua los cantos al Espíritu Santo. Pentecostés no es fies- ta aparte, sino plenitud y cumplimiento de lo inaugurado en la noche de Pascua: el Espíritu que resucitó a Jesús de entre los muertos. Es el culmen de la Pascua. Con las II Vísperas de Pentecostés se apaga formalmente el Cirio Pascual como final de la Pascua.
Así como el templo aparece con una decoración nueva – abundancia de flores, de color blanco preferentemente, gran iluminación, manteles blancos, murales, etc.- musicalmente también lo ambientamos con una música que nos hable de fiesta grande, de solemnidad, de majestuosidad, de triunfo, de victoria. Es muy importante tanto la imagen visual como auditiva que dé el templo donde nos reunimos para celebrar al que está vivo y presente entre nosotros. “Aquel a quien cantamos resucitado hará que vivamos reinando con Él para siempre” (San Agustín, Sermón Guelferbytano, 5,4).
En Pascua tenemos que cantar mucho y bien. No cualquier canto, no a palo seco, sino acompañándolo «al son de instrumentos, con clarines y al son de trompetas» (Salmo 97), «con platillos sonoros, con platillos vibrantes» porque es La Pascua, el paso del Señor. «Todo ser que alienta alabe al Señor» (Salmo 150).
Si la Cuaresma era un tiempo de austeridad y silencio musical, la Pascua es el tiempo de realce musical, de abundancia y florecimiento del canto. Es un tiempo de alegría y de gozo para entonar cantos de fiesta en honor de Cristo resucitado.
Una de las actividades principales de la comunidad cristiana durante el tiempo pascual es el canto al Señor resucitado, vivo y glorioso. «Sólo el hombre nuevo puede cantar el cántico nuevo» (san Agustín). La Pascua es la fiesta de las fiestas y «Cristo resucitado —nos dice san Atanasio— viene a animar una gran fiesta en lo más íntimo del hombre».
No podemos permitir ni aprobar que se gasten todas las energías en preparar bien la Cuaresma y que lleguemos a la Pascua cansados y agotados y la celebremos de cualquier manera, porque estamos cansados de tantas cosas como hemos preparado en Cuaresma.
La fiesta pascual no termina en la Vigilia ni en el Domingo de Resurrección sino que se alarga a toda la vida de la Iglesia. En la Vigilia hemos resucitado con Cristo a una vida más renovada y comprometida. La celebración del misterio pascual constituye el centro de la fe y de la vida de la Iglesia.
De los cantos pascuales modernos se han popularizado Resucitó, de Kiko Argüello, y Acuérdate de Jesucristo, de L. Deiss, pero son cantos que se han desgastado y quedan casi como obligatorios en celebraciones de exequias. La CEL de la CEE nos aporta un moderno canto de entrada para el Tiempo pascual: ¡Cristo resucitó. Aleluya!
En el tiempo pascual la Iglesia canta, ora, cree y vive el misterio de Cristo; contempla al Resucitado y experimenta su nueva presencia. En el canto pascual el cristiano eleva sus manos al Resucitado como la luz madrugadora se eleva hacia el mediodía y a Él se alza la llama del incienso perfumado.
Pascua y Pentecostés forman una unidad indivisible y así se debe considerar en la vida y pastoral de la Iglesia. La reforma litúrgica, promovida por el concilio Vaticano II, ha recuperado la cincuentena pascual cuando las Normas universales sobre el Año litúrgico, dice: «Los cincuenta días que van desde el domingo de Resurrección hasta el domingo de Pentecostés han de ser celebrados con alegría y exul- tación, como si se tratase de un solo y único día festivo, más aún, como un gran domingo…» ( nn. 22-24).
Cristo resucitado vive y está presente en la Iglesia. Nosotros somos, en el hoy del tiempo, la visibilidad terrestre del Cristo resucitado y glorioso en los cielos. El tiempo pascual celebra el nuevo modo de estar Cristo misteriosamente presente en la Iglesia. Lo que se manifestaba en el cuerpo visible de Cristo, ahora ha pasado a los sacramentos de la Iglesia. Cristo está presente en la Iglesia, vive en ella y en ella se da a los fieles.
Como los discípulos rodeaban a Jesús en su vida histórica, ahora los fieles se reúnen principalmente en torno a su Palabra y a la comunión del Pan eucarístico. Cristo es la Palabra viva y el Pan vivo. Escuchando y acogiendo su Palabra y partiendo y compartiendo el Pan, los cristianos descubrimos a Cristo entre ellos y experimentamos su presencia.
Antonio Alcalde Fernández
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