JUICIO
Daniel 13,1-9.15-17.19-30.33-62. Era muy bella. Se llamaba Susana, que significa «Lirio». Casada con un hombre muy rico y esposa fiel, fue falsamente acusada de adulterio por dos ancianos a quienes la meditación de la Ley no había logrado calmar sus sentidos. El tribunal la condenó a muerte, según la ley. Pero, cuando iba al suplicio, apareció un chiquillo llamado Daniel («Dios-juzga»), que estaba lleno del Espíritu. El pretendido crimen es juzgado de nuevo, y todos se dan cuenta de que Yahvé es el Dios fiel y verdadero.
El salmo 22 es uno de los más bellos cantos de confianza de la Biblia. Su autor sabe que Yahvé le librará de todos sus males y se apresura a ofrecerle un sacrificio de acción de gracias.
Juan 8,1-11 (años A y B); 8,12-20 (año C). La perícopa de la mujer adúltera no pertenece al cuarto evangelio; es una tradición independiente, introducida con posterioridad. Sorprendida en flagrante adulterio, la mujer debe pagar: es la ley. ¿Y qué hace la ley una vez que ha denunciado el pecado? Dejar inerme al culpable, que se convierte en hombre muerto.
Jesús deja que la arena se deslice silenciosamente entre sus dedos. No dice que la mujer haya actuado bien, ni juzga a los que la han traído ante él, sino que hace lo que la ley no podía hacer: libera a la mujer, la anima y le indica un nuevo camino, el camino de la vida. «Anda, y en adelante no peques más».
«Yo soy la luz del mundo». Los judíos se oponen a esta afirmación de Jesús. ¿Qué pruebas tiene, aparte de su palabra? El testimonio de un hombre no basta para salvar su propia causa. Sin embargo, Jesús replicará que su palabra es suficiente. ¿Acaso no es el único de entre los hombres que sabe de dónde viene y adonde va?… Los judíos no aceptarán su testimonio ni el de su Padre y condenarán al ciego a quien Jesús había dado la luz.
El valor del árbol se conoce por sus frutos. Es en los momentos difíciles de la vida es cuando se puede calibrar a un hombre. La oposición ha cerrado filas alrededor de Jesús, y en cualquier momento la tenaza puede cerrarse en torno a él. La hora de su juicio comienza con el proceso incoado contra la pecadora pública.
Mirad a esta desgraciada arrojada a los pies de Jesús para que él ratifique la sentencia pronunciada contra ella. Ha perdido su aire altivo y no se atreve ni a levantar la cabeza. Ha pecado; ha transgredido la ley, y la ley no puede hacer ya nada por ella. La ley puede denunciar el pecado, pero no puede hacer nada por el pecador. La mujer ya está muerta, pues todos esos hombres, que la desnudan con la mirada, sólo ven en ella a la esposa adúltera. Se la reduce a su pecado, y ya no puede vivir.
Mirad también a Jesús. Denuncia el juicio. Su astucia reside en abordar a los fariseos no en el terreno donde ellos atacan, sino en el de su propia conducta. «Mujer, ¿ninguno te ha condenado? Tampoco yo te condeno». Hasta entonces, nadie le había hablado. Se había hablado de ella, de su pecado. Ahora alguien le dirige la palabra sin identificarla con su falta: «Mujer». No es excusado su propio pecado; no se actúa «como si»; simplemente se la llama «Mujer».
El proceso de Jesús ha comenzado ya. No se salva la vida de otros sin dar la propia. Cuando rehabilita a la acusada, Jesús ya está en el monte de los Olivos. De hecho, el juicio ya está pronunciado: matar al liberador mientras abre el camino de la salvación y el perdón.
Hermanos, la Pascua está próxima. Es la fiesta del juicio, ya que el juicio de Dios es la victoria de la Pascua. Cuando el pasado se abre a la renovación; cuando el pecado queda en el fondo del sepulcro y nos levantamos para mirar el futuro. Escucha a Cristo que te dice: «Tampoco yo te condeno». No te quedes en el polvo, con los ojos vueltos hacia tu pecado, pues Dios te llama. Sobre el Gólgota, ya ha sido pronunciado el juicio de tu vida: Dios se ha reconciliado contigo para siempre, sea cual sea tu pecado.
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