Reunidos aquí en tu presencia, en torno a tu palabra y a tu mesa, con el corazón henchido del amor que nos tienes, te pedimos:
ACEPTA LA OFRENDA DE NUESTRO POBRE CORAZÓN
• No todo es de todos, ni todo lo necesario alcanza a todos los seres humanos. Pero no quiero quedarme en el lamento, sino en el compromiso de repartir lo que tengo y lo que soy con los que estén en mi entorno.
• No están todos, todavía, en esta Iglesia que quiere mostrar tu rostro a este mundo. Tal vez si se hace más pobre, mirando a ese pesebre en el que Tú naciste, todos, los de cerca y los de lejos, se sientan invitados sin que nadie sobre o moleste.
• No todos estamos despiertos y abiertos a tu palabra y a tu llamada. Son muchas las cosas y los hábitos que nos adormecen, nos distraen y vuelven sordos a tu voz y ciegos a tu presencia. Limpia el parabrisas de nuestros ojos y la cera de nuestros oídos para que podamos verte, escucharte y adorarte.
• No siempre estamos dispuestos a abandonar nuestra zona de confort por una estrella o corazonada que atisbemos. ¡Cuántas cosas e intereses nos retienen! Suelta y libera nuestro corazón, dale coraje y valentía para arriesgar lo conseguido y apostarlo al sueño de un camino que pueda llevarnos hasta a ti o hasta otros que nos necesiten.
• No quieres mis cosas, ni mis títulos, ni mis méritos, no necesitas que me presente ante ti limpio y sin reproche… En ese pobre pesebre en el que habitas, cualquiera es bienvenido si se presenta con el corazón en la mano y ante lo que contempla sonríe y deja que la imaginación se le pueble de sueños de esperanza y de futuro.
Gracias Señor por acoger un día más nuestra oración. Nace de la confianza, no en nuestras fuerzas, sino en tu amor y generosidad, capaz de derribar cualquier muro que le pongamos. Por Jesucristo nuestro Señor.
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