El comienzo de un nuevo año suele traernos normalmente una subida de precios (impuestos, luz, gas, tasas…), pero una de las subidas más temidas es la subida de la luz, porque dependemos mucho de ella, y esa subida afecta a todas las áreas de nuestra vida. Además, nuestras viviendas y hogares están adaptados con mayor número de electrodomésticos y aparatos electrónicos y, cada vez necesitamos contratar más potencia para que puedan funcionar, ya que sin los cuales ya no concebimos nuestra vida. Sería una alegría para todos que nos dijeran que este año no va a subir la luz.
Sin embargo este Domingo II después de Navidad nos está hablando precisamente de que “ha subido la luz”, y además, que debemos alegrarnos por ello. Porque en Navidad lo que estamos celebrando es que ha subido la intensidad, la potencia de la Luz, con mayúsculas. Y además esto no significa que tengamos que pagar un alto precio por ello, al contrario, esa subida se nos regala a todos. Así lo hemos escuchado en el Evangelio: En la Palabra había vida, y la vida era la luz de los hombres… La Palabra era la luz verdadera que alumbra a todo hombre.
Gracias a esta “subida de la luz”, como decimos en el Prefacio I de Navidad, gracias al misterio de la Palabra hecha carne, la luz de tu gloria brilló ante nuestros ojos con nuevo resplandor. Y eso tiene repercusiones en toda nuestra vida, como continúa el Prefacio, para que, conociendo a Dios visiblemente, Él nos lleve al amor de lo invisible.
Por tanto, hoy debemos alegrarnos de que haya subido la Luz, y acoger este regalo. Por supuesto, podemos rechazarlo, como también hemos escuchado en el Evangelio: Vino a su casa y los suyos no la recibieron. Podemos seguir con una vida mediocre, “a media luz”, de escasa potencia, que sólo nos permite una mera supervivencia biológica, sin poder desarrollar nuestras capacidades.
Pero si acogemos la subida de la Luz, las consecuencias serán inimaginables, porque como también decía el Evangelio: a cuantos la recibieron les da poder para ser hijos de Dios, si creen en su nombre. Podemos ser hijos de Dios si acogemos la subida de la Luz; por eso decía san Pablo en la 2a lectura que ilumine los ojos de vuestro corazón para que comprendáis cuál es la esperanza a la que os llama y cuál la riqueza de gloria que da en herencia a los santos. Nunca agotaremos todas las posibilidades, toda la esperanza y riqueza que esto conlleva para nuestra vida, para nuestro día a día.
Y si vamos comprendiendo en qué consiste acoger la subida de la Luz, nos sentiremos llamados a compartirlo con otros, como Juan el Bau- tista: éste venía como testigo para dar testimonio de la luz. Se nos tiene que notar la subida de la Luz que hemos tenido esta Navidad, ya que sin la Luz no concebimos nuestra vida.
¿Soy consciente de que ha subido la Luz desde Nochebuena? ¿Cómo he recibido esta subida? ¿Experimento que dispongo de una mayor potencia para mi vida cotidiana? ¿Comprendo mejor cuál es la esperanza a la que Dios nos llama? ¿Soy buen testigo de la luz?
En la oración colecta hemos pedido: que la tierra se llene de tu gloria y que te reconozcan los pueblos por el esplendor de tu luz. Hoy nos alegramos de que haya subido la Luz, porque la necesitamos, porque nuestra vida depende de esa Luz, porque esa Luz repercute en todas las dimensiones de nuestra vida, y sobre todo, porque ya no podemos concebir nuestra vida sin la Luz que es Cristo, la Palabra de Vida que se ha hecho carne y ha acampado entre nosotros.
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