La Basílica de San Juan de Letrán
Según una tradición que arranca del siglo XII, se celebra el día de hoy el aniversario de la dedicación de la basílica construida por el emperador Constantino. La Basílica de Letrán es la iglesia-madre de Roma, dedicada a San Juan Bautista. Esta celebración fue primero una fiesta de la ciudad de Roma; más tarde se extendió a toda la Iglesia de rito romano, con el fin de honrar aquella basílica, en señal de amor y de unidad para con la cátedra de Pedro. Es la “catedral del papa”, que tiene en ella su “sede”, como la tienen otros obispos en sus diócesis.
La catedral es, pues, un templo, aunque un templo especial que, como otros “grandes” templos, recibe el nombre de “basílica”, que significa “regia”. Llama la atención, hoy en día, la “grandeza” de este templo, que contrasta con la sencillez del papa actual, Francisco. Hoy es un día, pues, para dar gracias a Dios por el papa. Y es un día, además, para recordar el sentido que puede tener un “templo” como éste, cargado de historia, desde donde el papa, como obispo de Roma, preside las demás iglesias y templos del mundo.
El templo de Cristo resucitado
La carta de Pablo a los Corintios, que leemos hoy en la liturgia, expresa con toda profundidad lo que es hoy el “templo” para nosotros los cristianos. Si el verdadero templo es, para nosotros, Cristo, pues en Él es donde reside la divinidad, nosotros, bautizados, estamos vinculados a ese templo como formando parte de Él, “el edificio que Dios construye”. En otros momentos Pablo utiliza la imagen del cuerpo: Cristo es la Cabeza y nosotros somos sus miembros: todos unidos formamos el Cuerpo de Cristo (1Cor 12, 27).
Y, tomando la imagen del edificio, Cristo es su cimiento y sobre ese cimiento nosotros vamos construyendo el edificio, porque el Espíritu Santo, presente en nosotros, le da la solidez total.
“Que cada uno mire cómo construye”, añade Pablo. Por eso, si los cristianos construimos edificios de piedra o de ladrillo, estos edificios no son templos, como los entendemos vulgarmente: son sobre todo casas destinadas a reunir la asamblea cristiana en oración.
En el pasaje del Evangelio de hoy, Jesús se enfrenta a los “mercaderes”, que han hecho del tem- plo un mercado. Y anuncia a todos que ese templo de piedra no es lo esencial: puede ser derribado, pero Él lo va a reconstruir en tres días, los tres días de la resurrección. De este modo el evangelista Juan, por boca de Jesús, anuncia que el verdadero templo es Cristo mismo resucitado.
Construir el templo de Cristo
A nosotros nos toca, pues, por el Espíritu Santo, “construir” ese templo vivo que es el “Pueblo de Dios” que somos todos los bautizados cuyo cimiento es Cristo. Porque en definitiva, unidos a Cristo, ese templo es la Iglesia, la comunidad de todos los creyentes, que debe ser sacramento y signo profético de lo que debe llegar a ser el mundo: una familia humana unida por los lazos de la fraternidad, que incluye la justicia.
Han pasado muchos siglos, y lo que en un principio fueron casas sencillas para reunirse y celebrar juntos la “fracción del pan”, la Eucaristía, se fueron transformando en templos y catedrales, incluso basílicas. La grandeza de esos edificios es ya un símbolo de otras “grandezas” que fueron penetrando también en la Iglesia, cambiando la sencillez del maestro a veces incluso en un auténtico “mercado”.
Por eso ahora, nosotros, somos llamados, con el papa Francisco, a reformar esta Iglesia (Evangelii Gaudium, 27). Son cosas bien conocidas ya del papa: una Iglesia de los pobres y una Iglesia pobre, en la que quienes quieran “trepar” se pongan unas botas y se vayan a hacer alpinismo…; una Iglesia que está mejor herida que guardada tras las puertas de un templo… Todas esas cosas no están dichas sólo para los sacerdotes y los obispos, sino para todos nosotros, para “miremos cómo construimos el edificio de la Iglesia” (2a lectura).
La basílica de San Juan de Letrán es la catedral del papa, que, desde Roma, preside las iglesias en la unidad desde la diferencia. La tarea del papa es crear unidad y comunión, y ésa es la tarea también de todos nosotros, que tenemos que aprender a vivirnos en Iglesia –en el “templo”- unidos y diferentes, desde no sólo el respeto sino desde la comunión, comenzando por nuestros mismos pastores, cuya responsabilidad es hacer las cosas de modo que no rompan la comunión ellos mismos.
Una Iglesia así construida, desde la misma base de nuestra comunidad cristiana, nuestra comunidad parroquial, es creadora de vida como ese río que, en la lectura de Ezequiel, baja desde el templo vivificando las laderas y sanando el agua hedionda. Que sea así también el templo de nuestra comunidad, que haga crear vida en nuestras familias, en nuestras amistades, en nuestros barrios y en nuestras ciudades: vida de justicia, de fraternidad, de misericordia y solidaridad.
José Luis Saborido Cursach, S.J
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