A la paz de Dios:
Nuevo cambio de registro. Lucas capítulo quince. Una de esas páginas antológicas. La profundidad del corazón de Dios.
Se acercan a escucharle publicanos y pecadores. Los fariseos critican y murmuran. ¡El mundo al revés! Esto es nuevo: resulta que quienes tenían vetado el acceso a Dios se acercan a escucharle y los teóricos especialistas en los asuntos de Dios murmuran. El lenguaje de las parábolas es comprensible por todos. Jesús no es sólo un simpático contador de historias. Usa un lenguaje sobre Dios que todos entienden.
Habla de ovejas y monedas. Si se pierde una de diez (o una de cien) esa es la más importante. Dios no entiende ni de matemáticas ni de porcentajes. Esa una se convierte en única. Como nosotros: uno de únicos.
El texto nos habla de la alegría de la vuelta a casa. Cuando el papa Francisco nos habla de la misericordia a eso se refiere.
Éste es el momento para decirle a Jesucristo: «Señor, me he dejado engañar, de mil maneras escapé de tu amor, pero aquí estoy otra vez para renovar mi alianza contigo. Te necesito. Rescátame de nuevo, Señor, acéptame una vez más entre tus brazos redentores». ¡Nos hace tanto bien volver a Él cuando nos hemos perdido! Insisto una vez más: Dios no se cansa nunca de perdonar, somos nosotros los que nos cansamos de acudir a su misericordia. Aquel que nos invitó a perdonar «setenta veces siete» (Mt 18,22) nos da ejemplo: Él perdona setenta veces siete. Nos vuelve a cargar sobre sus hombros una y otra vez. Nadie podrá quitarnos la dignidad que nos otorga este amor infinito e inquebrantable. Él nos permite levantar la cabeza y volver a empezar, con una ternura que nunca nos desilusiona y que siempre puede devolvernos la alegría. No huyamos de la resurrección de Jesús, nunca nos declaremos muertos, pase lo que pase. ¡Que nada pueda más que su vida que nos lanza hacia adelante! (EG 3).
Vuestro hermano y amigo
Óscar Romano, cmf.
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