“El pensamiento moral
de la importancia que tiene la vida de una persona, el deseo de aliviar un poco
las torturas de tantos desdichados, o de reavivar su ánimo abatido, la forzada
o incesante actividad que uno se impone en circunstancias tales, dan una nueva
y suprema energía que produce algo semejante a una sed de socorrer al mayor
número posible de nuestros prójimos; ya no se inmuta uno ante las mil escenas
de esta formidable y augusta tragedia, se pasa con indiferencia por delante de
los más horriblemente desfigurados cadáveres; se miran casi con frialdad,
aunque la pluma se niega categóricamente a describirlos, cuadros incluso
todavía más horribles que los aquí pergeñados; pero, a veces, se parte de
repente el corazón, como fulminado por una amarga e invencible tristeza, a la
vista de un simple incidente, de un hecho aislado, de un detalle imprevisto,
que llega más directamente al alma, que gana nuestra simpatía y que sacude las
fibras más sensibles de nuestro ser.” (Henry Dunant)
Cuando
se acorta el horizonte,
la
incertidumbre acampa
a
la puerta de casa
con
afán de colarse dentro
a
través de hechos consumados,
aprovechando
el momento,
disfrutando
de la persecución y sus muertos,
recortando
gracias al miedo de estar arrinconados.
Necesidad
de horizontes,
aunque
suene a poco, hilvanar
unos
retales de esperanza
con
flecos de hechos concretos
donde
la dignidad no entienda de ajustes
y
no existan
Organizaciónes
No
Generadoras
de
amparo;
desenterrar
los recovecos
de
esa misericordia
que
rasga la fibra de las almas
más
desalmadas,
de
las conciencias
más
adormecidas.
Sed
de horizontes
cercanos
a las necesidades
del
prójimo,
el
auxilio más próximo.
(Antonio
Martínez. Barrio de Delicias, Valladolid)
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