Dentro de poco comenzará un nuevo curso pastoral, tras el paréntesis del verano. Y es frecuente que los agentes de pastoral, al disponerse a iniciar las actividades, expresen un cierto cansancio. Como se comentó en una reunión de evaluación: “Las cosas se hacen porque hay que hacerlas, pero falta motivación. Se hace mucho esfuerzo pero hay mucha indiferencia. Uno se siente cansado, desmotivado, incluso enfadado. También te cuestionas qué es lo que estamos haciendo mal, o si es que no eres la persona adecuada para estar ahí. Dan ganas de “jubilarse” de todo esto”. Pero normalmente siguen ahí, aunque sin ánimo. Es lo que el Papa Francisco, en Evangelii gaudium 81-83, llama “acedia”, que según el diccionario se define como pereza, flojedad, tristeza, angustia.
Esa experiencia de los agentes de pastoral la recoge la 1ª lectura de hoy. El profeta Jeremías afirma: Me sedujiste, Señor, y me dejé seducir… Él se sintió cautivado por Dios y llevó adelante su misión, pero pronto comenzaron las dificultades con la gente: Yo era el hazmerreír todo el día, todos se burlaban de mí… La palabra del Señor se volvió para mí oprobio y desprecio todo el día. Y también siente deseos de “jubilarse”, de abandonar esa misión: Me dije: no me acordaré de él, no hablaré más en su nombre.
Es una realidad que debemos afrontar. En el material de reflexión “Ser y misión de la Acción Católica General” también se destaca esto (pg. 10): nos encontramos en medio de un ambiente predominante de pesimismo, de debilidad, de falta de entusiasmo y de pérdida de esperanza por parte de los cristianos. Se constata un menor pulso vital de nuestras parroquias, comunidades y diócesis, y sobre todo un menor celo apostólico. Esta falta de intensidad hace que se impregne en nosotros un estilo vago y de escaso compromiso. Nos conformamos con mantener lo que tenemos, quedando adormecida nuestra dimensión misionera.
Y no sólo son los factores externos los causantes de esta situación. El Papa indica al respecto: Cuando más necesitamos un dinamismo misionero que lleve sal y luz al mundo, muchos laicos sienten el temor de que alguien les invite a realizar alguna tarea apostólica (81). Y señala la raíz de esta situación: El problema no es siempre el exceso de actividades, sino sobre todo las actividades mal vividas, sin las motivaciones adecuadas, sin una espiritualidad que impregne la acción y la haga deseable. De ahí que las tareas cansen más de lo razonable, y a veces enfermen. No se trata de un cansancio feliz, sino tenso, pesado, insatisfecho y, en definitiva, no aceptado (82).
Pero esta acedia trae unas consecuencias: Se desarrolla la psicología de la tumba, que poco a poco convierte a los cristianos en momias de museo. Desilusionados con la realidad, con la Iglesia o consigo mismos, viven la constante tentación de apegarse a una tristeza dulzona, sin esperanza, que se apodera del corazón (83). Por eso el Papa exhorta: ¡No a la acedia! ¡No nos dejemos robar la alegría evangelizadora!
En la primera lectura, el Profeta Jeremías, a pesar de todos los problemas, sigue con su misión, porque la palabra era en mis entrañas fuego ardiente… intentaba contenerla, y no podía. Para superar la acedia, aunque esté justificada, Y en el evangelio, Jesús nos ha dicho: El que quiera venirse conmigo, que se niegue a sí mismo, que cargue con su cruz y me siga. No se trata de seguirle con tristeza o a regañadientes, “porque hay que hacerlo”, sino por Él y asumiendo la parte de cruz que conlleva su seguimiento. Y para encontrar las razones, nos invita a reflexionar: ¿De qué le sirve a un hombre ganar el mundo entero, si malogra su vida? Por eso en la 2ª lectura hemos escuchado: no os ajustéis a este mundo, sino transformaos por la renovación de la mente, para que sepáis discernir lo que es voluntad de Dios. Y esa renovación de la mente y ese discernimiento para asumir la cruz necesita que una espiritualidad cuidada y firme, que vertebre y sea el motor de toda nuestra acción.
¿Con qué ánimo voy a iniciar el curso pastoral? ¿Tengo ganas de “jubilarme”? ¿Me afecta la acedia, no sólo en lo referente a la Iglesia sino también a otros ámbitos? ¿Cuál es mi reacción? ¿Cómo cuido mi espiritualidad?
Para decir “¡No a la acedia!”, como nos exhorta el Papa, es necesario que reavivemos nuestra espiritualidad, porque ahí radica el problema. Por eso ofrecemos la Acción Católica General y su Proyecto “A vino nuevo, odres nuevos” como un instrumento para articular la pastoral parroquial y diocesana, porque la espiritualidad es el pilar sobre el que descansa este Proyecto, lo vertebra y le da consistencia. Y desde ahí hemos de vivir el momento actual con una actitud positiva y esperanzada. Para ello necesitamos, ante todo, situarnos correctamente ante la crisis. Necesitamos cambiar nuestro esquema mental y nuestra actitud vital. Lo primero no es plantearnos qué desafíos nos «amenazan», sino a qué retos hemos de enfrentarnos juntos los hombres y mujeres de hoy, y cómo podemos como Iglesia vivir y ofrecer el Evangelio, para que el cambio al que asistimos sea un paso adelante en el crecimiento en humanidad de todos los hombres y de todos los pueblos (pg. 24).
Vivida en positivo, la situación en la que nos encontramos nos debe impulsar a volver más intensamente a las fuentes de nuestra fe, a hacernos discípulos y testigos del Dios y Padre de Nuestro Señor Jesucristo de una forma más decidida y radical. Y esto desde una renovada experiencia de encuentro con Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo. Aquí radica el secreto de un cristianismo vivo, que no tiene motivos para temer el futuro, porque vuelve continuamente a sus fuentes y se regenera en ellas (pg. 25).
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