Hoy es 4 de agosto, lunes de la XVIII semana de Tiempo Ordinario.
Gracias Señor por este día nuevo que me has dado. Por poder compartir contigo este rato, un día más. Por poder hablarte y contarte de mi vida. Por poder abrir mi corazón a ti y a tu palabra y dejar que ella me vaya haciendo a tu modo y manera. Gracias Señor, por estar aquí y ahora conmigo.
La lectura de hoy es del evangelio de Mateo (Mt 14, 13-21):
En aquel tiempo, al enterarse Jesús de la muerte de Juan el Bautista, se marchó de allí en barca a un sitio tranquilo y apartado. Al saberlo la gente, lo siguió por tierra desde los pueblos. Al desembarcar vio Jesús el gentío, le dio lástima y curó a los enfermos. Como se hizo tarde, se acercaron los discípulos a decirle: Estamos en despoblado y es muy tarde, despide a la multitud para que vayan a las aldeas y se compren de comer. Jesús les replicó: No hace falta que vayan, dadles vosotros de comer. Ellos le replicaron: Si aquí no tenemos más que cinco panes y dos peces. Les dijo: Traédmelos. Mandó a la gente que se recostara en la hierba y, tomando los cinco panes y los dos peces, alzó la mirada al cielo, pronunció la bendición, partió los panes y se los dio a los discípulos; los discípulos se los dieron a la gente. Comieron todos hasta quedar satisfechos y recogieron doce cestos llenos de sobras. Comieron unos cinco mil hombres, sin contar mujeres y niños.
Al enterarse de la muerte de Juan, Jesús se embarca y se va a un lugar apartado. Pero hubo gente que lo siguió por tierra. Y cuando desembarcó, se encontró con un gran gentío. Buscan a Jesús. Se sienten insatisfechos, y necesitan que alguien les tienda la mano y los saque de su postración y levante su esperanza. Al ver a la gente, Jesús siente lástima de ellos, y comienza a curar a los enfermos. Y es que Jesús siempre responde a las necesidades de los que le buscan. ¿No andamos nosotros también insatisfechos, necesitados de alguien que cubra nuestras insatisfacciones y llene nuestra vida de esperanza y de sentido? A veces creemos conseguirlo en el tener más, en el triunfo, en una mejor posición social; pero, una vez conseguido, advertimos que todo fue un espejismo. Sí, se ha resuelto algún problema, o se ha cubierto alguna insatisfacción, pero pronto llegan otros problemas y otras insatisfacciones. Y seguimos buscando. ¿No cambiarían de verdad las cosas si, como aquéllos, buscáramos con ansia a Jesús, que sí puede curarnos y saciarnos?
Al meditar el evangelio de hoy, no podemos quedarnos en admirar el corazón bueno y generoso de Jesús, y la respuesta que da a las personas necesitadas. Hemos de ir más allá y pasar a imitarlo. La multiplicación de los panes, es como anticipación de la eucaristía. En ella rezamos el Padrenuestro y pedimos "el pan nuestro de cada día", es decir, el pan de la subsistencia del que carecen tantos millones de hermanos nuestros en esta sociedad de bienestar. Pero también somos invitados a comer el Pan Vivo que es el mismo Señor Resucitado, que se ha hecho alimento celeste para todos. Y este gesto de compartir el Pan del cielo denuncia el egoísmo de nuestro mundo y nos llama a compartir también el pan de la tierra. Cuando los discípulos, ante la multitud hambrienta, piden a Jesús que despida a la gente para que se busquen comida, Jesús les dice: “Dadles vosotros de comer". Es decir, buscad la solución vosotros, compartid con ellos lo vuestro. Y cuando sacaron de la bolsa los cinco panes y los dos peces que tenían, es cuando actuó Jesús e hizo el milagro. Y es que el Señor quiere que nosotros hagamos primero lo que podemos, que compartamos con el hambriento nuestra comida, y después él hará lo que nosotros no podemos.
Lo mismo nos dice a los cristianos de hoy ante el hambre de las multitudes de hoy. A veces nos preguntamos: ¿Qué podemos hacer nosotros ante este problema que nos desborda? Y Jesús nos responde: “Dadle vosotros de comer.” Es decir, buscad cómo solucionar el problema, compartid lo que tengáis, invitad a los hambrientos a sentarse a vuestra mesa. Los discípulos tenían poco, pero ese “poco” lo partieron y lo pusieron sobre la mesa común. También nosotros tenemos poco; pero compartámoslo, que el Señor hará lo demás… Hoy preguntémonos: ¿Qué necesidades tienen los que me rodean? ¿Qué gestos de solidaridad me pide el Señor que haga con ellos…, porque puedo, si quiero?... Señor, enséñame a ver en cada necesidad lo que puedo compartir con los necesitados. Que cada día diga: “Hoy, Señor, hago esto que puedo y con estas personas. Mañana ya dirás qué y con quién.”.
Gracias Señor por este rato. También yo puedo afirmar lo mismo que los discípulos: ¡Qué bien se está aquí contigo! ¡Qué bien se está en tu compañía! Y aunque los problemas o tareas no se solucionan mágicamente, salgo de estos encuentros más decidido, más lúcido y confortado para afrontarlos en su realidad y dificultad. Por eso quiero darte infinitas gracias.
Padre nuestro,
que estás en el cielo,
santificado sea tu Nombre;
venga a nosotros tu reino;
hágase tu voluntad
en la tierra como en el cielo.
Danos hoy nuestro pan de cada día;
perdona nuestras ofensas,
como también nosotros perdonamos
a los que nos ofenden;
no nos dejes caer en la tentación,
y líbranos del mal.
Amén.
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