C.R.
Queridos amigos:
El relato de la muerte de Esteban es escalofriante. Cae destrozado por las piedras. A diferencia de lo que sucedió con la mujer adúltera, en esta ocasión no está Jesús para pronunciar las palabras salvadoras: El que esté libre de pecado, que tire la primera piedra. Lo que aquí sucede es que los pecados de todos se convierten en piedras arrojadas sobre Esteban. Él acepta la muerte como la aceptó Jesús: perdonando a sus verdugos (Señor, no les tengas en cuenta este pecado) y entregando su vida a Aquel por el que ha aceptado el suplicio (Señor Jesús, recibe mi espíritu).
La muerte de Esteban se sigue reproduciendo en hermanos y hermanas próximos a nosotros en el tiempo. Existen muchos, y la mayoría no saltan a los medios de comunicación. Todos, encabezados por Jesús, entregan su vida, convierten la muerte en una ofrenda eucarística, como si, muriendo, se convirtieran en pan para los demás.
¿No supone esta forma de morir una propuesta liberadora en nuestra cultura? Hacemos lo imposible para no morirnos, cuando, en realidad, quien se entrega cada día a los demás, está anticipando su muerte y llenando de sentido y eternidad cada minuto gastado . El momento postrero no será ninguna traición sino la conclusión de una vida entregada.
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