Al llegar a esta fecha, ya sentimos que han pasado las fiestas de Navidad. Queda el día de hoy y mañana “el día de Reyes”, y a partir del martes, volvemos a la vida “normal”: se desmontarán los belenes, y se apagarán las guirnaldas de luces que estos días han adornado hogares, calles y establecimientos. Externamente, desaparecerá todo rastro de la Navidad.
Sin embargo, este Domingo Segundo después de Navidad, el prólogo del Evangelio de hoy nos invita precisamente a lo contrario: a dejar rastro de la Navidad, a no “apagar” todas las luces, a dejar encendidas algunas guirnaldas. Vamos a pensar hoy con qué “bombillas” vamos a formar esa guirnalda de luz que debemos ser nosotros. Y la guirnalda por lo menos debe tener siete bombillas.
Según el diccionario, “luz” es Agente físico que hace visibles los objetos. La primera “bombilla” es seguir teniendo presente que no hemos estado celebrando algo abstracto, no ha sido un tiempo de buenos sentimientos (en algunos casos de sentimentalismo), sino que hemos celebrado a Alguien “físico”: que Jesús, el Hijo de Dios se hizo verdadero hombre, un “Tú” personal para nosotros.
Y siguiendo el Evangelio que hemos escuchado, encontraremos más “bombillas”:
En la Palabra había vida, y la vida era la luz de los hombres. La segunda “bombilla” ha de ser una fe “vital”, una fe que nos dé vida y que dé vida a otros. Aunque el “Año de la Fe ya lo clausuramos”, la fe la tenemos que seguir manteniendo viva.
La luz brilla en la tiniebla. La tercera “bombilla” ha de ser procurar que nuestra fe no ha de ser mortecina, no ha de tener “pocos watios”. Ha de ser como una luz con suficiente potencia: sin deslumbrar a nadie, pero sí debe brillar y servir de referencia a otros, como un faro en medio de la noche.
No era él la luz... La cuarta “bombilla” de la guirnalda que debemos ser ha de ser recordar que nosotros no somos los protagonistas, que aunque brillemos, no es por nosotros mismos, Jesús es el Sol de justicia que ha nacido de lo alto, nosotros somos como la Luna que reflejamos la luz del sol.
…sino testigo de la luz. La quinta “bombilla” es la del testimonio de vida, con coherencia, como hizo Juan el Bautista, unidad de vida en lo interior y en lo exterior, para resultar creíbles
como testigos.
como testigos.
La Palabra era la luz verdadera. La sexta “bombilla” ha de ser la Palabra de Dios, nuestra vida, en todas sus dimensiones, debe estar iluminada por esa Palabra para vivir en la verdad, debemos profundizar cada vez más en ella.
A cuantos la recibieron les da poder para ser hijos de Dios. La séptima “bombilla” es la conciencia de nuestra filiación, del regalo que hemos recibido: somos hijos de Dios, y con humildad pero sin complejos o de manera vergonzante, debemos “ser” hijos de Dios allí donde estemos. Quienes nos conozcan deben notar Quién es nuestro Padre, y cuál es nuestra familia, la Iglesia.¿Estoy ya pensando en que “las fiestas se acaban” y en volver a la normalidad? ¿Qué “rastro” ha dejado en mí esta Navidad? ¿Estoy dispuesto a ser guirnalda que continúe encendida? ¿Tengo las siete “bombillas”, o me falta alguna? ¿Cómo vivo el ser hijo de Dios? ¿Lo notan los demás?
La Navidad no es como las figuras del Belén, que las guardamos en una caja y no las volvemos a sacar hasta el año que viene. Si de verdad hemos recibido la Luz verdadera, ésta debe continuar encendida, y nosotros debemos ser las guirnaldas que la hagan visible.
Ajustémonos bien estas siete “bombillas” para que la Navidad siga brillando en nosotros y ser, como Juan el Bautista, buenos testigos de la luz que hemos recibido, a fin de que, como hemos escuchado en la 2ª lectura, el Dios de nuestro Señor Jesucristo, el Padre de la gloria, os dé espíritu de sabiduría y revelación para conocerlo, e ilumine los ojos de vuestro corazón, para que comprendáis cuál es la esperanza a la que os llama y cuál la riqueza de gloria que da en herencia a todos los santos, a todos los que hemos recibido su luz y somos verdaderos hijos de Dios.
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