Hoy es martes, 7 de enero.
Hoy, en este rato de oración, que ahora comienzo, se me va a ofrecer un bonito regalo de reyes, una carta de amor. En el comienzo del nuevo año, escuchar esta declaración amorosa, es algo más que un breve texto. Es tan denso su contenido, que bien merece una escucha atenta y pausada. Preparo mi corazón en silencio, para recibir su mensaje. Dejo a un lado otras cartas, otros mensajes, otras preocupaciones y tareas. Y centro mi atención en este mensaje que puede sorprenderme.
La lectura de hoy es de la primera carta de Juan (1 Jn 3, 22–4,6):
Cuanto pedimos lo recibimos de Dios, porque guardamos sus mandamientos y hacemos lo que le agrada. Y éste es su mandamiento: que creamos en el nombre de su Hijo Jesucristo, y que nos amemos unos a otros, tal como nos lo mandó. Quien guarda sus mandamientos permanece en Dios, y Dios en él; en esto conocemos que permanece en nosotros: por el Espíritu que nos dio. Queridos: no os fiéis de cualquier espíritu, sino examinad si los espíritus vienen de Dios, pues muchos falsos profetas han salido al mundo. Podréis conocer en esto el espíritu de Dios: todo espíritu que confiesa a Jesucristo venido en carne es de Dios; y todo espíritu que no confiesa a Jesús no es de Dios: es del Anticristo. El cual habéis oído que iba a venir; pues bien, ya está en el mundo. Vosotros, hijos míos, sois de Dios y lo habéis vencido. Pues el que está en vosotros es más que el que está en el mundo. Ellos son del mundo; por eso hablan según el mundo y el mundo los escucha. Nosotros somos de Dios. Quien conoce a Dios nos escucha, quien no es de Dios no nos escucha. En esto conocemos el espíritu de la verdad y el espíritu del error.
Dios toma la iniciativa al regalarnos su amor. El amor no es algo para negociar. Y Dios no exige nada a cambio. Es un regalo, gratuito, primero. Me hago consciente de ese amor de Dios en mi vida. Y me pregunto qué significa para mí, en lo cotidiano, que Dios sea amor.
Juan también nos propone que nos amemos unos a otros. Pienso en las personas a las que amo, y en quienes me quieren. Trato de descubrir lo mejor de esos sentimientos, cómo sanan, cómo llenan de confianza, de alegría, de serenidad. Ese mismo amor, aprendido en Dios, está en nosotros.
Esta carta de amor es un recuerdo personal y la llevo conmigo. Quiero conservarla en el fondo de mi ser, pero no reservármela. Es para ser compartida, dando ese amor regalado a todos los que se cruzan en mi camino en un mundo donde hay desamor.
Si, la carta de Juan es un texto breve pero denso. Hago de nuevo su lectura. Sin duda alguna palabra o vivencia, ha quedado resonando en mi corazón. Me la repito despacio, una y otra vez. Saboreando su contenido, sin miedo de sus exigencias para mi vida. Sé que el Señor me ha amado primero. Él me invita a caminar por los senderos del amor. Esa es mi alegría y compromiso.
Me voy despidiendo del Señor, después de estos momentos con él. Agradezco este don maravilloso de su palabra, de su amor, de su vida que me ofrece tanta plenitud en la mía. Gracias, muchas gracias, Dios amor.
Alma de Cristo, santifícame,
Cuerpo de Cristo, sálvame,
Sangre de Cristo, embriágame,
Agua del costado de Cristo, lávame,
Pasión de Cristo, confórtame.
Oh buen Jesús, óyeme.
Dentro de tus llagas, escóndeme,
no permitas que me aparte de ti,
del maligno enemigo, defiéndeme.
y en la hora de mi muerte, llámame,
y mándame ir a ti, para que con tus santos te alabe
por los siglos de los siglos.
Amén.
Cuerpo de Cristo, sálvame,
Sangre de Cristo, embriágame,
Agua del costado de Cristo, lávame,
Pasión de Cristo, confórtame.
Oh buen Jesús, óyeme.
Dentro de tus llagas, escóndeme,
no permitas que me aparte de ti,
del maligno enemigo, defiéndeme.
y en la hora de mi muerte, llámame,
y mándame ir a ti, para que con tus santos te alabe
por los siglos de los siglos.
Amén.
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