Hoy es domingo, 5 de enero, II Domingo de Navidad.
Un día más vengo a encontrarme contigo, Señor. Estas últimas semanas han sido tiempo de contemplar el nacimiento, los misterios navideños. He podido contemplarte como Dios Niño, y también me he asomado a las incertidumbres de María y José, al testimonio de Juan Bautista, a la alegría de los pastores. Me siento ahora, parte de esa gran familia de fe. Parte de tantos nombres e historias. Tú cambias cada vida que tocas. Vengo a poner, también yo, mi vida en tus manos.
La lectura de hoy es de la carta de Pablo a los Efesios (Ef 1, 3-6.15-18):
Bendito sea Dios, Padre de nuestro Señor Jesucristo, que nos ha bendecido en la persona de Cristo con toda clase de bienes espirituales y celestiales. Él nos eligió en la persona de Cristo, antes de crear el mundo, para que fuésemos santos e irreprochables ante él por el amor. Él nos ha destinado en la persona de Cristo, por pura iniciativa suya, a ser sus hijos, para que la gloria de su gracia, que tan generosamente nos ha concedido en su querido Hijo, redunde en alabanza suya. Por eso yo, que he oído hablar de vuestra fe en el Señor Jesús y de vuestro amor a todos los santos, no ceso de dar gracias por vosotros, recordándoos en mi oración, a fin de que el Dios de nuestro Señor Jesucristo, el Padre de la gloria, os dé espíritu de sabiduría y revelación para conocerlo. Ilumine los ojos de vuestro corazón, para que comprendáis cuál es la esperanza a la que os llama, cuál la riqueza de gloria que da en herencia a los santos.
Pablo exclama a voz en grito: bendito sea Dios. Se da cuenta de todo lo bueno que Dios ha hecho y no puede callar. Es un grito apasionado, alegre, agradecido. Pienso ahora, también yo, en todo lo bueno que Dios ha hecho, en todas las posibilidades, oportunidades y dones que ha puesto en mi camino.
Dios nos ha elegido, bendecido y consagrado. También a mí me ha elegido. Cuenta conmigo, de algún modo me necesita para que sea sus manos, sus pies, su palabra.
Y Dios me bendice y me consagra, es decir, me desea lo mejor en ese camino. Me consagra al hacerme portador de su mensaje. Pienso en mi vida. A veces me siento poca cosa. Y sin embargo, hoy se me recuerda que he sido el ungido, bendecido y consagrado.
Voy a imaginarme ahora que estoy sentado con Pablo, charlando amigablemente. Tal vez compartiendo un café o un mate, o tan sólo una conversación tranquila. Él es un apóstol, un hombre al que admiro por su fe, por su coraje, por su convicción. Y entonces, en un momento, me mira a los ojos y me habla con entusiasmo, primero sobre Dios y después sobre mi propia vida.
¿Sabes lo que te digo? Que bendito sea Dios, el Padre de nuestro Señor Jesucristo. ¿Te das cuenta de cuánto bueno nos ha dado en Jesús? Dios nos ha elegido, a cada uno de nosotros, desde siempre, para que vivamos en el amor. Nos ha consagrado, es decir, que nos ha hecho capaces de transparentar al mismo Dios. Y en Jesús nos abrazó, para siempre... Dios sabe quién es cada uno de nosotros, sabe quién eres tú, y cree en ti profundamente.
Yo, su testigo, su apóstol, también me doy cuenta de quién eres, de cómo amas, de cómo peleas por la fe, de cómo a veces te bandeas en la tormenta, y te alegras en lo cotidiano. Sólo puedo darle gracias a Dios por ti, por tu vida. Rezo por ti, y pido que el Dios de Nuestro Señor Jesucristo, Padre de la Gloria, te conceda un espíritu de sabiduría y revelación, para que lo conozcas en lo profundo. Que te ilumine para que vivas desde la esperanza a la que te llama, y para que poseas la riqueza de quienes se consagran a su evangelio.
adaptación Ef 1, 3-6; 15-18, por José Mª Rodríguez Olaizola, sj
Ahora imagino que Pablo se despide. Me ha dejado un mensaje bonito y esperanzado. Y como sus palabras han sido de bendición, no podemos despedirnos de otra manera que bendiciéndonos. Que los caminos se abran a tu encuentro, que el viento sople siempre a tu espalda. Que el sol brille sobre tu rostro. Que la lluvia caiga suave sobre tus campos. Y hasta que nos encontremos de nuevo, que Dios te sostenga en la palma de su mano.
Voy repitiendo, al terminar la oración, esas palabras de Pablo sobre mi vida. Elegido, bendecido, consagrado. Así es como soy para Dios. Le hablo al Señor de lo que su elección suscita en mí y le doy gracias por lo que en mi vida hay de bendición. O con mis palabras, le ofrezco lo que soy. Que esta llamada te pueda acompañar a lo largo de la semana, repitiendo en tu interior, una y otra vez, esa promesa de Dios: Te he elegido, te he bendecido y te he consagrado. Te he elegido, te he bendecido y te he consagrado.
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