Muchos de los refranes que el evangelio acaba de ofrecernos los hemos dicho nosotros quizá repetidas veces. ¿No hemos justificado ciertos males diciendo que “el que la hace la paga”? ¿No hemos dicho más de una vez, para explicar ciertos enriquecimientos, que “dinero llama dinero” o que “al que tiene se le dará”?
Jesús se inculturó plenamente en su pueblo y usó los mismos aforismos que sus contemporáneos. Para nosotros el problema consiste en no saber, en muchos casos, en qué situación concreta pronunció esos dichos de sabiduría popular, y por tanto, qué sentido quiso darles. Es incluso posible que los haya dicho más de una vez y con sentido diferente, según oyentes y circunstancias. De hecho, algunos de esos refranes los encontramos en los evangelios varias veces y para ilustrar enseñanzas diversas; el dicho de “lo oculto que se manifestará” lo usa Marcos para indicar que Jesús aclara las parábolas a sus discípulos, mientras que en Lucas significa que es inútil el esfuerzo de los hipócritas por fingir, pues la verdad acabará sabiéndose (Lc 12,2); Mateo, por su parte, lo utiliza para exhortar a los discípulos a la predicación a pesar de las posibles persecuciones que pueda suscitar (cf. Mt 10,26).
Por lo que se refiere al evangelio de hoy, que es una colección de cuatro refranes, podemos captar el sentido que les da el evangelista Marcos por el contexto en que los incluye. En el bloque precedente, que comentábamos ayer, se nos muestra cómo Jesús explica a los discípulos el sentido de la parábola del sembrado; se trata justamente de que la luz no quede oculta, sino que alumbre a todos. La comprensión de la palabra de Jesús no debe quedar reservada a un grupo esotérico; todo creyente está llamado a crecer en su comprensión, y, una vez que la ha comprendido, a comunicarla a otros; la luz no debe taparse con un cajón. Jesús, el primero de los heraldos del Reino de Dios, quiere que su acción sea prolongada por nosotros.
La correspondencia de medidas nos habla de una cierta ley de la retribución. A los discípulos de Jesús, por estar abiertos a él, se les comunica el misterio del Reino; son los que tienen, y a ellos se les da todavía más, son los que tienen receptividad, “apertura” , y a ellos se les “abre” el secreto del Reino de Dios. En cambio, a los que se cierran o endurecen, como consecuencia de ese endurecimiento, todo les resulta un enigma; se cierran a la palabra y a ellos se les cierra el contenido de la misma; hasta lo poco que sabían se les va a olvidar.
En conjunto hay una advertencia y una promesa. Advertencia: cuidado con actitudes autosuficientes, escépticas, o hipercríticas; nos empobrecerán. Promesa: tenemos posibilidades de crecer en la comprensión de lo divino; cuanta más hambre tengamos de ello, más alimento se nos dará. La sabiduría dice de sí misma: “los que de mí comen tienen más hambre de mí, y más sed de mí los que de mí beben” (Eclesiástico 24,21). Y la penetración en lo divino nunca concluye, pues, como decía San Juan de la Cruz, “hay mucho que ahondar en Cristo, porque es como una abundante mina con muchos senos de tesoros, que por más que los santos doctores y las almas santas ahonden, nunca les hallan fin ni término”.
Severiano Blanco cmf