Hoy debemos comenzar aclarando un malentendido procedente de un equívoco en la lengua original del evangelio. No es creíble que Jesús hable en parábolas –género didáctico sencillo y aclarador- para que no le entiendan y así no se abran a la salvación; él no afirma que “a los de fuera se les habla en parábolas”, sino que a quienes optan por mantenerse a distancia y no seguirle “todo les resulta un enigma”. Y ese “todo” abarca por igual los dichos y los comportamientos y acciones de Jesús; hace un par de días veíamos cómo los escribas, orgullosamente distanciados, malinterpretaban las curaciones realizadas por él y las atribuían al poder de Beelzebú. Para entender a Jesús no basta la fría inteligencia, sino que se requiere cercanía afectiva, actitud de comunión (en realidad nos sucede también con las demás personas; si no hay cercanía humana, acabamos constatando que “hablamos distinto lenguaje”). A los adeptos a Jesús, entusiasmados por su persona, “se les abre el misterio” del Reino de Dios.
Esta interesante llamada a la “cercanía afectiva” nos la ofrece el evangelio de hoy flanqueada por una parábola y su aplicación a la vida de la iglesia. La parábola de la semilla nos es muy conocida, aunque quizá no la leamos normalmente en el sentido que Jesús quiso darle. Los expertos en exégesis bíblica la designan como “la parábola del sembrador impertérrito”. En efecto, nos habla de una serie de sementeras frustradas y de un sembrador que no se rinde, que mantiene la ilusión; finalmente su afán tiene éxito, un éxito muy superior al esperado. Al parecer, en las tierras áridas de Palestina no solía contarse con una cosecha del sesenta o ciento por uno. Esto Jesús lo refiere al Reino de Dios, realidad que él nunca define pero de la que afirma que superará con creces las más optimistas expectativas humanas; lo que Dios realiza es siempre pasmoso. Ningún fracaso tiene derecho a marchitar nuestras ilusiones; el que cree de verdad en Dios Padre vive necesariamente en la esperanza, siempre abierto a la sorpresa deslumbradora.
Esta debió de ser una lección muy necesaria a los seguidores de Jesús, que se fijaban demasiado en las limitaciones de lo humano y a quienes el Maestro tuvo que llamar repetidas veces “gente de poca fe” y reprocharles su cobardía. Quizá hoy nos reprocharía también a nosotros la facilidad con que tiramos la toalla y contagiamos desencanto con frases irónicas, burlescas y asesinas.
La explicación detallada de la parábola parece haberse originado en otro momento, y con finalidad moralizante más bien que como llamada a la esperanza. En el caminar del creyente la Palabra le sigue llegando en el día a día; nos sigue llegando. Son nuevas llamadas que van dando forma a la llamada inicial al seguimiento de Jesús; y son llamadas que pueden ser acogidas o acalladas, conservadas u olvidadas rápidamente. Los ejemplos del texto evangélico son sumamente prácticos y actuales: la superficialidad, el engaño del dinero fácil, la cobardía ante la persecución o menosprecio, etc son otras tantas contraindicaciones para que la Palabra del Señor dé forma a nuestro vivir y a nuestro hacer. Que el señor nos conceda vivir con los ojos abiertos frente a esos enemigos de nuestro crecimiento espiritual.
Severiano Blanco cmf