Mucho se ha escrito sobre las bienaventuranzas, uno de los textos más sublimes de la literatura bíblica. Presentamos, telegráficamente, algunos rasgos de cada una de ellas.
La primera tiene un tono programático. Los pobres son los destinatarios primeros y primordiales del evangelio. La pobreza, en lenguaje bíblico, es una situación de carencia y dependencia absolutas, y, a la vez, de confianza plena en las manos de Dios. «Pobre de espíritu» es quien en su necesidad absoluta, confía y se abandona en Dios. Si el Reino es (presente) de los pobres, para encontrar a Dios hemos de ir, necesariamente, a los pobres.
La segunda habla de la tristeza y el sufrimiento de quien vive la distancia entre la realidad y la utopía del Reino. Sufre al expe- rimentar que Dios parece olvidar su promesa de salvación. El consuelo llegará al saber que este Dios nunca abandona, que se hace garante de la vida, en el presente y en el futuro.
La tercera está conectada con la primera: «pobres» y «sencillos» son categorías intercambiables. La sencillez es lo opuesto a la soberbia, al orgullo. Es el sometimiento a Dios, y la relación misericordiosa con los hombres. El mejor modelo lo encontramos en Jesús.
La cuarta introduce un concepto clave en el evangelio de Mateo: la justicia. Se entiende como el modo correcto de relacionarse con Dios y con los demás. ¿Quiénes «tienen hambre y sed de justicia»?: los que buscan el Reino de Dios en obediencia a su voluntad; y, los que en la relación con los otros actúan con misericordia.
La quinta. La misericordia se identifica con el actuar salvífico de Dios en la historia a favor de la humanidad sufriente. Ser misericordioso responde a una relación de fidelidad asociada siempre al hacer histórico-salvífico de Dios. El discípulo puede actuar con misericordia porque se sabe objeto de misericordia y perdón.
La sexta. En la mentalidad bíblica el corazón es el centro vital, el lugar donde se toman las decisiones más hondas. La «limpieza de corazón» es una dimensión ética en la relación con Dios y con los demás: decidirse operativamente por Dios, superando una relación farisaica, y por el prójimo, en una relación de misericordia.
La séptima conecta con el bien mesiánico por excelencia: la paz, que es plenitud de, vida, alegría, justicia... Ser «constructores de paz» es otro aspecto de la misericordia y el perdón, a imagen de Dios. La auténtica relación con los otros deriva de la relación con Dios. Ser «hacedores de paz» nos convierte en «hijos de Dios».
La octava recoge elementos de la primera y la cuarta, y es una “introducción” a la novena. En Mateo la persecución es una dimensión constitutiva del discipulado. En la relación de fidelidad a Dios es normal sufrir persecución. Lo importante es la motivación: «a causa de la justicia».
La novena rompe el ritmo del conjunto, profundizando lo ya dicho. Se ha hablado de persecución «a causa de la justicia» (fidelidad a Dios); ahora será «por ser mis discípulos» (fidelidad a Jesús). Anteriormente se dirigió a los discípulos en general (“ellos”); ahora se dirige a un “vosotros”, en el que todo discípulo está implicado directa y personalmente.
Óscar de la Fuente