Domingo 4º Adviento Pagola: (Experiencia interior)
El evangelista Mateo
tiene un interés especial en decir a sus lectores que Jesús ha de ser llamado
también “Emmanuel”. Sabe muy bien que puede resultar chocante y extraño.
¿A quién se le puede llamar con un nombre que significa “Dios con nosotros”?
Sin embargo, este nombre encierra el núcleo de la fe cristiana y es el centro
de la celebración de la Navidad.
Ese misterio último
que nos rodea por todas partes y que los creyentes llamamos “Dios” no es
algo lejano y distante. Está con todos y cada uno de nosotros. ¿Cómo lo
puedo saber? ¿Es posible creer de manera razonable que Dios está conmigo, si yo
no tengo alguna experiencia personal por pequeña que sea?
De ordinario, a los
cristianos no se nos ha enseñado a percibir la presencia del misterio de Dios
en nuestro interior. Por eso, muchos lo imaginan en algún lugar indefinido
y abstracto del Universo. Otros lo buscan adorando a Cristo presente en la
eucaristía. Bastantes tratan de escucharlo en la Biblia. Para otros, el mejor
camino es Jesús.
El misterio de Dios
tiene, sin duda, sus caminos para hacerse presente en cada vida. Pero se puede
decir que, en la cultura actual, si no lo experimentamos de alguna manera
dentro de nosotros, difícilmente lo hallaremos fuera. Por el contrario, si
percibimos su presencia en nuestro interior, nos será más fácil rastrear su
misterio en nuestro entorno.
¿Es posible? El
secreto consiste, sobre todo, en saber estar con los ojos cerrados y en
silencio apacible, acogiendo con un corazón sencillo esa presencia misteriosa
que nos está alentando y sosteniendo. No se trata de pensar en eso, sino de estar
“acogiendo” la paz, la vida, el amor, el perdón... que nos llega desde lo más
íntimo de nuestro ser.
Es normal que, al
adentrarnos en nuestro propio misterio, nos encontremos con nuestros miedos y
preocupaciones, nuestras heridas y tristezas, nuestra mediocridad y nuestro
pecado. No hemos de inquietarnos, sino permanecer en el silencio. La presencia
amistosa que está en el fondo más íntimo de nosotros nos irá apaciguando,
liberando y sanando.
Karl Rahner, uno de
los teólogos más importantes del siglo veinte, afirma que, en medio de la
sociedad secular de nuestros días, “esta experiencia del corazón es la única
con la que se puede comprender el mensaje de fe de la Navidad: Dios se ha hecho
hombre”. El misterio último de la vida es un misterio de bondad, de perdón
y salvación, que está con nosotros: dentro de todos y cada uno de nosotros. Si
lo acogemos en silencio, conoceremos la alegría de la Navidad.
José Antonio Pagola
22 de diciembre de 2013
4 Adviento (A)
Mateo 1, 18-24
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