Hoy es miércoles, 2 de octubre.
Inicio esta oración marcando mi cuerpo con la señal de la cruz, evocando mi Dios que es Trinidad. Primero marco mi cabeza y nombro al Padre, fuente y principio de todo lo existente. Después, en el centro de mi cuerpo nombro al Hijo, plenitud de todo el Universo. Y por último con los dos hombros invoco al Espíritu Santo, fuerza de Dios que sostiene toda la creación. Con este gesto de saludo me dispongo a escuchar lo que el Señor quiera decirme hoy.
La lectura de hoy es del evangelio de Lucas (Lc 9, 57-62):
En aquel tiempo, mientras iban de camino Jesús y sus discípulos le dijo uno: «Te seguiré adonde vayas.»
Jesús le respondió: «Las zorras tienen madriguera, y los pájaros nido, pero el Hijo del hombre no tiene donde reclinar la cabeza.»
A otro le dijo: «Sígueme.»
Él respondió: «Déjame primero ir a enterrar a mi padre.»
Le contestó: «Deja que los muertos entierren a sus muertos; tú vete a anunciar el reino de Dios.»
Otro le dijo: «Te seguiré, Señor. Pero déjame primero despedirme de mi familia.»
Jesús le contestó: «El que echa mano al arado y sigue mirando atrás no vale para el reino de Dios.»
En este evangelio Jesús apela a mi coherencia. Digo que quiero seguirlo pero ¿estoy realmente dispuesto a hacerlo? Muchas veces mis intenciones y declaraciones van rápido que mis afectos y acciones. Le digo a Jesús, te seguiré a donde vayas, pero no siempre soy verdaderamente libre para hacerlo. Señor, hazme libre. Despójame de todo aquello que me impide ser coherente. Rompe las amarras que me esclavizan.
Señor, déjame primero ir a enterrar a mi padre. Estoy lleno de buenas razones para no entregarme al Señor. Siempre hay una buena excusa, razonable, poderosa para quedarme cómodo y tibio en mi rutina. Hoy leo este evangelio que me dice, basta de excusas. ¿Cuáles son las principales excusas que presento al Señor? ¿Qué argumentos esgrimo para quedarme donde estoy?
Las principales excusas que el evangelio consigna tienen que ver con la familia. Sin duda, la familia es un lugar de gracia y amor. Allí crecemos y nos desarrollamos. Pero el Señor me pone en alerta para que ella no se convierta en una dificultad para mi entrega. Reviso mis relaciones familiares. ¿Tengo lazos sanos? ¿Soy capaz de amar libremente, sin manipulación? ¿Soy libre de las expectativas que mis padres, mis hermanos o hijos tienen sobre mí?
Leo ahora el texto de una manera diferente.
«Señor, quiero seguirte, y claro que voy a hacerlo. Solo que ahora no es el momento, es que la vida está muy apretada. Es que mi agenda está sobrecargada. Es que ahora me debo a mis estudios, a mi trabajo, a mis aficiones, a mis amigos, a mi familia... Pero sí, algún día encontraré tiempo. Tiempo para rezar más, tiempo para profundizar en tu evangelio. Tiempo para cuidar la vida de sacramentos. Tiempo para los pobres. Tiempo para amar mejor... Algún día lo haré».
«No te engañes. Siempre habrá un ‘ahora’ que parece más urgente. Siempre habrá motivos para posponer los riesgos, para que se imponga el miedo, la comodidad o la seguridad. Tú sígueme ahora. Hoy. Sígueme a vivir en la intemperie vital, donde no todo es seguro, donde las preguntas muerden, donde el prójimo exige, donde el amor te complica. Ven, conmigo, hoy, ahora».
adaptación de Lc 9, 57-62, por José Mª Rodríguez Olaizola, sj
Señor Jesús, quiero ser libre para comprometerme. Dicen que implicarse en complicarse. Enséñame a implicarme en tu reino, aunque eso me complique la vida. Deseo complicarme por los más pobres y los que sufren. Deseo sentir que mi vida se pone en jaque por la causa de tu Padre Dios. Enséñame a implicarme y resistir. A perseverar en este camino plagado de tensiones y dificultades.
Tomad, Señor y recibid toda mi libertad, mi memoria, mi entendimiento, y toda mi voluntad. Todo mi haber y poseer. Vos me lo disteis, a vos, Señor, lo torno. Todo es vuestro, disponed a toda vuestra voluntad. Dadme vuestro amor y gracia, que esta me basta.
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