Estamos en la segunda parte de la narración del viaje a Jerusalén, sección que se cierra con una serie de recomendaciones: la advertencia contra el escándalo (17, 1-3a), la actitud de perdón fraterno (17, 3b-4) y el texto de este domingo sobre el poder de la fe (17, 5-6) y los límites y condicionamientos del servicio cristiano (17, 7-10).
Cuando abrimos un comentario exegético del evangelio de Lucas se analizan por separado los vv.5-6 y los vv.7-10; así que, si la liturgia nos presenta ambos textos en una unidad, debemos poner toda nuestra atención.
En esta narración lucana del viaje, los apóstoles -sin previo aviso ni nada que prepare al lector- piden a Jesús, el Señor, que aumente su fe. La respuesta que Lucas pone en boca de Jesús es una máxima sobre la fe tomada de la llamada fuente Q y que tiene un objetivo puramente didáctico: “Si tuvierais fe como un grano de mostaza...”
El mensaje es claro: lo importante no es la cantidad, sino la calidad; y la calidad en la fe viene expresada en el grado de autenticidad del creyente. La fe es dinámica y tiene unas posibilidades ilimitadas. Si uno tiene una fe auténtica, será capaz de realizar las cosas más insospechadas.
Esta recomendación sobre el poder de la fe se completa con una breve parábola o semejanza (vv.7-9) y su aplicación (v.10), dirigida a los apóstoles. El discípulo es siervo y su misión es llevar adelante aquello a lo que Dios le llama. Y eso no es todo: el discípulo realiza la tarea desde la humildad y su fidelidad a lo encomendado no tiene recompensa, todo es por pura gracia.
¡Cuántas veces exigimos a Dios ser reconocidos por nuestra entrega por el Reino! ¡Cuánto de ponernos medallas por los logros en la misión, que ni tan siquiera nos pertenece! ¡Cuánto sentimiento de creernos imprescindibles! Si tuviéramos más fe, mejor dicho, si tuviéramos una fe más auténtica, diríamos como San Agustín: “rezar como si todo dependiera de Dios y trabajar como si todo dependiera de nosotros”.
Ana Unzurrunzaga
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