En la primera lectura de hoy San Pablo hace una afirmación inicial interesante: "aspirar al cargo de obispo es aspirar a una excelente función". Es algo bueno pues lejos de ser un honor se trata de una vocación de servicio y de entrega a la vida y misión de la Iglesia. Resuenan en nosotros el título de un libro del Papa Francisco cuando era aún arzobispo de Buenos AIres: "El verdadero poder es el servicio", algo que sabemos y que nos cuesta mucho comprender y vivir. A continuación Pablo desgrana la cualidades que deben tener los obispos y los diáconos. Tanto el obispo como el diácono, ministerios de relevancia en el seno de la comunidad cristiana, tienen que ser persona de altura moral, personas coherentes con el que predican. Esa coherencia de vida es lo que da autoridad a su palabra, lo que hace que sean verdaderos guías de la comunidad. Cuando entendemos nuestra vida como servicio, no es más sencillo entender y sentir el dolor ajeno como propio y hacenos solidarios con él. Es lo que hace Jesús en el relato de evangelio de hoy.
El relato del evangelio de Lucas nos presenta a Jesús como "dador de vida". A Jesús le "da lástima" el dolor de una viuda que ha perdido a su hijo único. Una pobre mujer que lo ha perdido todo en la vida, su marido, incluso su único hijo. Jesús se hace sensible a su dolor y lo que era una comitiva de muerte se convierte repentinamente en una fiesta de vida. Todos se admiran del poder de Jesús y lo proclaman profeta, y confiesan "Dios ha visitado a su pueblo".
Hay una cosa que me sorprende en este relato y es que es Jesús quien se adelanta a hacer el milagro. En otras narraciones de milagros normalmente hay un petición, un ruego de por medio. Jesús se muestra especialmente sensible ante el dolor de esta mujer. Es como si en esa viuda estuviera viendo premonitoriamente el dolor de su propia Madre, María. Devolver la vida al muchacho es ... anticipar su propio y definitivo triunfo. Y el nuestro.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Deja tu comentario