Publicado por Corazones en Red
Cada domingo, paso a paso, ha ido introduciéndonos en el misterio pascual de Cristo. Hoy, el signo del grano de trigo, nos recuerda y anticipa ya la muerte, sepultura y resurrección de Cristo. El simbolismo del grano de trigo invita a meditar y a profundizar en el misterio pascual.
El tema del grano de trigo, y el anuncio de su muerte, es introducido por Jesús con el episodio de aquellos griegos que se dirigen a los apóstoles para decirles, y en concreto a Felipe, y le dicen:”Señor, quisiéramos ver a Jesús”. ¡Qué oración más breve y más hermosa! No estaría mal que nosotros rezáramos esa breve oración, con verdadero deseo de que se haga realidad. Que veamos a Jesús, en los hombres, nuestros hermanos (los débiles, los pobres, los enfermos, los afligidos….) y en muchos de los acontecimientos a los que no encontramos sentido. ¿Acaso tenía sentido la flagelación, la corona de espinas, la mofa de los soldados…la Cruz? Todo eso es signo de muerte y destrucción. Pero la muerte nos lleva a la resurrección. Y así lo expresa Jesús. Para resucitar o alcanzar vida es preciso morir. Alguien ha dicho que: “no puede haber domingo de resurrección, sin tarde de viernes Santo”. “Saber morir es destruir las raíces de pecado que hay en el corazón; saber morir es enterrar el egoísmo y dejar marchitar el orgullo; saber morir es ser constructor de paz y desterrar la guerra y la violencia; saber morir es tener capacidad de servir generosamente a los demás; saber morir es amar a Dios con todo el corazón y a los hermanos; saber morir consiste en sonreír ante la adversidad y arrancar el pesimismo del corazón humano; saber morir es vivir en gracia y destruir el pecado; saber morir es dar la vida, como Cristo en la cruz, para salvar y redimir”. Empezamos a morir cuando nacemos. La vida es una carrera hacia la muerte. Pero la muerte es la puerta abierta que da acceso a la Resurrección. Lo fue en Jesucristo, y lo es para nosotros. Por eso San Pablo, al final de sus días, pudo decir:“He peleado la buena batalla, he acabado la carrera, he guardado la fe”. Y añadía:“Porque yo ya estoy para ser sacrificado, y el tiempo de mi partida está cercano”. Si el grano de trigo pudiese pensar, le aterraría el caer en tierra y pudrirse. Pero si supiese de antemano que va a dar una hermosa espiga con muchos granos, seguramente que aceptaría su muerte con alegría. Nosotros sí lo sabemos. Conocemos, por fe, que el final no es mera destrucción, no es la nada. Es la espiga de la glorificación. ¡Qué hermosa parábola la del grano de trigo, que nos abre a la esperanza, a desterrar el miedo a la muerte! Uno de los cantos que suelen cantarse en la Pascua es aquel que dice: ”La muerte, ¿dónde está la muerte, dónde está mi muerte, dónde su victoria?
La muerte es ya Vida, aunque parezca una paradoja. Y la victoria de la muerte no reside en la destrucción de la vida, sino en la consecución de la VIDA. Por algo, el sentido profundamente místico de Francisco de Asís, la llama “Hermana Muerte”; no es la imagen de la calavera y la guadaña que los artistas han plasmado en sus cuadros, o se dramatiza en algunos autos sacramentales, sino la Hermana que con amor fraterno nos conduce de la mano hacia el Padre. Digamos con San Francisco: ”Alabado sea mi Señor por la Hermana muerte”.
El tema del grano de trigo, y el anuncio de su muerte, es introducido por Jesús con el episodio de aquellos griegos que se dirigen a los apóstoles para decirles, y en concreto a Felipe, y le dicen:”Señor, quisiéramos ver a Jesús”. ¡Qué oración más breve y más hermosa! No estaría mal que nosotros rezáramos esa breve oración, con verdadero deseo de que se haga realidad. Que veamos a Jesús, en los hombres, nuestros hermanos (los débiles, los pobres, los enfermos, los afligidos….) y en muchos de los acontecimientos a los que no encontramos sentido. ¿Acaso tenía sentido la flagelación, la corona de espinas, la mofa de los soldados…la Cruz? Todo eso es signo de muerte y destrucción. Pero la muerte nos lleva a la resurrección. Y así lo expresa Jesús. Para resucitar o alcanzar vida es preciso morir. Alguien ha dicho que: “no puede haber domingo de resurrección, sin tarde de viernes Santo”. “Saber morir es destruir las raíces de pecado que hay en el corazón; saber morir es enterrar el egoísmo y dejar marchitar el orgullo; saber morir es ser constructor de paz y desterrar la guerra y la violencia; saber morir es tener capacidad de servir generosamente a los demás; saber morir es amar a Dios con todo el corazón y a los hermanos; saber morir consiste en sonreír ante la adversidad y arrancar el pesimismo del corazón humano; saber morir es vivir en gracia y destruir el pecado; saber morir es dar la vida, como Cristo en la cruz, para salvar y redimir”. Empezamos a morir cuando nacemos. La vida es una carrera hacia la muerte. Pero la muerte es la puerta abierta que da acceso a la Resurrección. Lo fue en Jesucristo, y lo es para nosotros. Por eso San Pablo, al final de sus días, pudo decir:“He peleado la buena batalla, he acabado la carrera, he guardado la fe”. Y añadía:“Porque yo ya estoy para ser sacrificado, y el tiempo de mi partida está cercano”. Si el grano de trigo pudiese pensar, le aterraría el caer en tierra y pudrirse. Pero si supiese de antemano que va a dar una hermosa espiga con muchos granos, seguramente que aceptaría su muerte con alegría. Nosotros sí lo sabemos. Conocemos, por fe, que el final no es mera destrucción, no es la nada. Es la espiga de la glorificación. ¡Qué hermosa parábola la del grano de trigo, que nos abre a la esperanza, a desterrar el miedo a la muerte! Uno de los cantos que suelen cantarse en la Pascua es aquel que dice: ”La muerte, ¿dónde está la muerte, dónde está mi muerte, dónde su victoria?
La muerte es ya Vida, aunque parezca una paradoja. Y la victoria de la muerte no reside en la destrucción de la vida, sino en la consecución de la VIDA. Por algo, el sentido profundamente místico de Francisco de Asís, la llama “Hermana Muerte”; no es la imagen de la calavera y la guadaña que los artistas han plasmado en sus cuadros, o se dramatiza en algunos autos sacramentales, sino la Hermana que con amor fraterno nos conduce de la mano hacia el Padre. Digamos con San Francisco: ”Alabado sea mi Señor por la Hermana muerte”.
Félix González