¡QUIERO! ¡LO INTENTARÉ, SEÑOR!
Te escuché y me dije:
el Señor sólo me quiere a mí
Te seguí y pensé:
Jesús sólo pretende que camine yo con El
Te amé y grité:
¡Cristo, con mi amor, le basta y sobra!
Te miré y sonreí:
el crucificado tan sólo busca la luz de mis ojos
Ayudé al Señor y me enorgullecí:
¡nadie como yo puede hacerlo igual!
Conocí al Señor y concluí:
no es necesario que, los demás, lleguen hasta El
Dejé muchas cosas por Jesús y reflexioné:
con lo mío es más que suficiente
Encontré a Jesús en mi soledad, y recapacité:
lo quiero exclusivamente para mí.
Escuché su llamada, y soñé:
soy único e irrepetible,
no hace falta nadie más
Hasta que un día, no me acuerdo cuando fue,
me acerqué a la cruz y escuché la voz del Señor:
¿Qué has hecho por mí?
¿Por qué me quieres sólo para ti?
¿No hay lugar en tus caminos para los demás?
¿Qué has hecho con el amor que yo te he dado?
¿Por qué no me has visto en tus hermanos?
Desde aquella hora, mi reloj se quedó parado,
aprendí a no quedarme con Dios
y a ofrecerlo a los demás.
A no encerrar en mis caminos a Jesús,
y a recorrerlo y encontrarlo junto con los demás
A no retenerlo con mis propias fuerzas,
y anunciarlo desde la unión con los demás.
Mi oración, desde entonces, es la siguiente:
¡Te quiero, Señor! ¡Por Ti lo intentaré todo, Señor!
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