• La primera cuestión que plantea Jesús puede parecer que es sobre el valor de «la Ley y los Profetas» (17), es decir, el valor del Antiguo Testamento. Nos conviene que Él mismo, que a veces parece que lo relativice mucho, nos diga que «no he venido a abolirlos» (17).
• Que Jesús «da plenitud» al Antiguo Testamento (17) no significa simplemente que en Él se cumple todo lo que la Escritura anunciaba. Tampoco significa que Él lo perfeccione. Más bien nos está diciendo que la Escritura es significativa cuando se convierte en vida. Él es la Palabra hecha carne (Jn 1, 14).
• Lejos, pues, de desautorizar a la Escritura, Jesús la valora insistentemente. En lo que va diciendo en los vv. 18-19 podemos encontrar semejanzas en otros lugares del Evangelio de Mateo o del conjunto del Nuevo Testamento: Lc 16, 17; Mt 24, 34-35; Sant 2, 10; Ga 3, 10. pero lo que Jesús pretende no es ni cuestionar ni sobrevalorar la Escritura sino plantear qué hacemos con la vida: «Si no sois mejores…» o, literalmente, «si vuestra justicia no sobrepasa…» (20). Ser justo quiere decir cumplir fielmente la voluntad de Dios (Mt 3, 15; 5, 6-10). De lo que se trata es de hacer la voluntad de Dios. La Escritura nos ha sido dada para ayudarnos a descubrirlo. Pero no basta con cumplirla en la letra: hay que discernir, leyendo la letra y leyendo la vida, qué es lo que Dios quiere que yo haga.
• Anunciado este planteamiento, el Sermón de la Montaña plantea seis antítesis (vv. 21-47), cuya culminación propone que seamos perfectos como vuestro Padre celestial es perfecto (Mt 5, 48) y así indica claramente el objetivo de Jesús, del Evangelio. O, dicho de otro modo, el Padre del cielo es la referencia para la vida de todo discípulo de Jesús: los hijos e hijas de Dios deben ser y obrar tal como es y obra el Padre.
• En las antítesis Jesús contrapone algunas sentencias significativas de la Ley de Moisés con normas de actuación. De este modo pretende ayudarnos a descubrir cuál es el contenido de fondo de la Ley.
• La sentencia sobre el homicidio (21) cita Ex 20, 13 y Dt 5, 17, por lo que respecta al «no matarás» y Ex 21, 12; Lv 24, 17 y Nm 35, 16-18, por lo que respecta a la «condena».
• El v. 22, con los casos concretos que pone, quiere mostrar la gravedad del odio y de las desavenencias. Y los vv. 23-26 urgen a resolver los conflictos, a «hacer las paces», a «llegar a acuerdos» antes de que la situación no sea mucho peor y no tenga retorno. La reconciliación es muy importante, y urgente. La oración -la personal y la litúrgica- no será agradable a Dios si no sale de un corazón reconciliado.
• Sobre el adulterio (27) se cita Ex 20, 14; Dt 5, 11. Más explícitamente que en el caso del homicidio, Jesús sitúa la cuestión en el corazón (28). Es decir, no basta con la ley.
• En la mentalidad bíblica, el corazón no es tan sólo el lugar de los sentimientos, sino sobre todo del pensamiento y de la voluntad, y a menudo se identifica con la persona. Del corazón pueden salir sentimientos de alegría, de coraje, de angustia; puede plantear una acción y promoverla. Por eso Dios quiere poner su alianza en el corazón de la persona (Jr 31, 33). La rectitud del obrar sale del corazón (Mt 15, 18). Tanto el amor como el pecado, pues, radican en el corazón. Es Dios quien de verdad conoce el corazón de las personas (Lc 16, 15; Rm 8, 27; 1Te 2, 4).
• Jesús no propone la mutilación del cuerpo como solución a nada (29-30). Es evidente que si el pecado radica en el corazón, arrancando el ojo no extirpamos el pecado. Más bien, con una imagen fuerte y provocadora, quiere que nos demos cuenta de la gravedad del adulterio. Y, sobre todo, nos está diciendo que hay que ir a la raíz del pecado y tener la voluntad de extirparlo.
• Sobre el divorcio (31), Jesús cita Dt 24, 1. Se trata del derecho que tenía el marido de repudiar a la mujer, es decir, de hacerla marchar de casa y oficializar el divorcio. En cambio, según la Ley de Moisés, la mujer no tiene derecho a divorciarse de su marido.
• Jesús quiere ir a la raíz, no se contenta con resolver las cuestiones importantes de la vida por la vía legal, por más que la legislación también sea necesaria: Por lo tercos que sois os permitió Moisés divorciarnos de vuestras mujeres… (Mt 19, 8).
• La interpretación del v. 32 es muy discutida. En cualquier caso, Jesús antepone a todo la importancia del hecho y no deja de recordar las responsabilidades de los hombres, no tan contempladas en la Ley como las de las mujeres.
• La antítesis sobre los juramentos (33) hace referencia a Nm 30, 3; Dt 23, 22; Ex 20, 7 y Lv 19, 12.
• Los juramentos pretenden implicar a Dios en nuestras afirmaciones. Pueden ser, pues, una manipulación de Dios, cosa que la humanidad ha hecho y hace a menudo. Si se dice la verdad, el juramento es innecesario. Y las obras, el conjunto de la vida de la persona, son la verificación de lo que se dice. Malo cuando hemos de dar demasiadas explicaciones de lo que hacemos. La vida canta.
• Respecto a esta afirmación de Jesús, «lo que pasa de ahí…» (37), nos tiene que hacer pensar en el uso que hacemos del habla. Podemos ser factores de bendición -decir-el-bien o de maldición -decir-el-mal. Hacer el bien o hacer el mal. Igualmente hay que considerar lo que llamamos tirar de la lengua de alguien: podemos inducirle a decir-hacer mal. El Evangelio, la Buena Nueva, es bendición.
• En Jesús la palabra y los hechos siempre van unidos, indisolublemente. En Él contemplamos la Verdad que es Dios mismo (Jn 14, 6).
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