Monición de entrada:
(A)
Hace muchos años apareció un gran profeta en Judea; Juan el Bautista, un descontento, un rebelde que se arriesgaba a llamar «raza de víboras» a los saduceos y fariseos. Y gritaba: «Arrepentíos porque el Reino de Dios está cerca». Al comenzar esta Eucaristía que supone descubrir la cercanía de Jesús que pasa junto a nosotros, vamos a reflexionar, qué rincones de nuestra vida necesitan una revisión a fondo.
(B)
¿Ha venido ya Jesucristo, o está todavía por venir? Para muchos todavía no ha venido, ya que la mayoría de las personas del mundo ni le conocen ni le siguen. Incluso entre sus seguidores, muchos no viven de la forma que él nos enseñó. Él quería que nosotros construyésemos un mundo mejor, pero por desgracia eso es todavía un sueño del futuro, no una realidad presente. ¿Qué vamos a hacer al respecto? Primero tenemos que transformarnos nosotros mismos, y entonces nuestro mundo cambiará. En esta eucaristía pediremos al Señor Jesús que sepamos preparar su venida a nosotros.
“Alguien llama a tu puerta”, era el tema del primer domingo de Adviento, y el amigo que llama a tu puerta es Jesús, que busca cobijo como en la primera Navidad. Sin embargo, a 2010 años de su primera venida otros intereses le van quitando el sitio poco a poco y Jesús se puede encontrar, de nuevo, sin cobijo, sólo y marginado, como en la primera Navidad.
Se va a encontrar con la triste noticia de que el mundo, a dos mil un años de su venida, sigue siendo de los ricos, igual que en su tiempo, y todavía sigue sin haber sitio para los pobres. Pero, también, se va a encontrar con la grata sorpresa de que, nuestro grupo, le va a preparar un hueco acogedor en nuestra Parroquia, en nuestras casas, pero, sobre todo, en nuestro corazón. Se lo vamos a anunciar con una canción que se la dedicamos con la mayor alegría desde el fondo de nuestro corazón…
(D)
En el segundo domingo de Adviento, vamos a escuchar una llamada a la conversión por parte de Juan Bautista.
Viene a decirnos algo así: “Comienza un tiempo nuevo. Se acerca Dios. No quiere dejaros solos frente a vuestros problemas y conflictos. Os quiere ver compartiendo la vida como hermanos. Acoged a Dios como Padre de todos. No olvidéis que estáis llamados a una Fiesta final en torno a su mesa”.
Sin duda, una Buena Noticia con la que iniciamos la Eucaristía, puestos en pie…
Pedimos perdón
(A)
Nos creemos que no nos merecemos tu amor,
nos imaginamos que tendríamos que ser mejores
para que tú nos puedas querer.
Nos queremos ganar tu misericordia;
no aceptamos que eres Dios de misericordia,
no aceptamos tu salvación.
SEÑOR, TEN PIEDAD…
CRISTO, TEN PIEDAD…
SEÑOR, TEN PIEDAD…
(B)
Venimos con el fardo de nuestra historia,
con el peso de nuestra debilidad,
con el cansancio de un camino torcido,
con el miedo de ver tu rostro,
con la fatiga de llevar tu ley a cuestas,
con la desconfianza de una vida descosida.
SEÑOR, TEN PIEDAD…
CRISTO, TEN PIEDAD…
SEÑOR, TEN PIEDAD…
(C)
Pidamos al Señor que nos perdone, porque hemos fracasado,
al no hacer presentes a Jesús y a su mensaje, a un mundo que aún le está esperando.
• Señor Jesús, porque no hemos preparado adecuadamente el camino para tu venida a nuestro mundo: Señor, ten piedad …
• Cristo Jesús, porque decimos con gozo que somos cristianos, pero no siempre hemos seguido tu vida y tu evangelio: Cristo, ten piedad …
• Señor Jesús, porque hemos recibido el Espíritu Santo, pero su fuego no está ardiendo con fuerza en nosotros: Señor, ten piedad …
(D)
En medio de nuestra sociedad apática y de “bienestar” sólo para unos pocos, nos cuesta mantener la lucidez y apostar día tras día por el bien personal y social. Pidamos perdón de nuestros pecados:
Tú, Señor, que nos llamas a no sentenciar de oídas, a no juzgar por apariencias. Señor, ten piedad.
Tú, Señor, que nos llamas a vivir buscando armonía entre las personas y la naturaleza. Cristo, ten piedad.
Tú, Señor, que nos llamas a convertirnos y a dar frutos de amor, de justicia y de vida. Señor, ten piedad.
Perdona, Señor, nuestros pecados y haz que la justicia sea ceñidor de nuestros lomos y la fidelidad ceñidor de nuestra cintura. Por Jesucristo nuestro Señor
Escuchamos la Palabra
Monición a la Lectura
No nos cansamos de escuchar estos magníficos poemas de los profetas. Son las utopías que tanto necesitamos. Un paraíso donde se renueva todo.
Todo es posible porque “los vientos del Espíritu”, principio de vida, soplarán sobre un viejo tronco que florecerá. Él llevará a cabo la renovación de los pueblos y lo sembrará todo de ciencia, de paz y de justicia.
(B)
Las palabras del profeta Isaías nos recuerdan el empeño de Dios en hacer posible un futuro de justicia y de paz para este mundo. Es una promesa que ya se ha cumplido en la persona de Jesucristo y que tiene que seguir actualizándose entre nosotros. Pero sólo se hará realidad si, además de vivir con paciencia y esperanza, damos el fruto que pide la conversión
Lectura del profeta Isaías
En aquel día brotará un renuevo del tronco de Jesé, un vástago florecerá de su raíz. Sobre él se posará el espíritu del Señor: espíritu de ciencia y discernimiento, espíritu de consejo y valor, espíritu de piedad y temor del Señor. Le inspirará el temor del Señor. No juzgará por apariencias, ni sentenciará de oídas; defenderá con justicia al desamparado, con equidad dará sentencia al pobre.
Herirá al violento con el látigo de su boca, con el soplo de sus labios matará al impío. Será la justicia ceñidor de sus lomos; la fidelidad, ceñidor de su cintura.
Habitará el lobo con el cordero, la pantera se tumbará con el cabrito, el novillo y el león pacerán juntos: un muchacho pequeño los pastoreará. La vaca pastará con el oso, sus crías se tumbarán juntas; el león comerá paja con el buey. El niño jugará con la hura del áspid, la criatura meterá la mano en el escondrijo de la serpiente. No hará daño ni estrago por todo mi monte santo: porque está lleno el país de la ciencia del Señor, como las aguas colman el mar.
Aquel día la raíz de Jesé se erguirá como enseña de los pueblos: la buscarán los gentiles, y será gloriosa su morada.
Palabra de Dios
Salmo 71: Que en sus días florezca la justicia y la paz abunde eternamente.
Monición al Evangelio
El poderoso mensaje de Juan el Bautista produjo una conmoción general. Lo que anuncia es nada menos que la proximidad del Reino de Dios y la llegada del Mesías. No cabe un mensaje más esperado y a la vez más sorprendente. El Reino de Dios está próximo. Por eso Juan predicaba, exigía también un cambio, una conversión a fondo.
+ Lectura del santo evangelio según san Mateo
Por aquel tiempo, Juan Bautista se presentó en el desierto de Judea predicando: – Convertíos, porque está cerca el Reino de los cielos.
Este es el que anunció el profeta Isaías diciendo: Una voz grita en el desierto: Preparad el camino del Señor, allanad sus senderos.
Juan llevaba un vestido de piel de camello, con una correa de cuero a la cintura, y se alimentaba de saltamontes y miel silvestre.
Y acudía a él toda la gente de Jerusalén, de Judea y del valle del Jordán; confesaban sus pecados y él los bautizaba en el Jordán.
Al ver que muchos fariseos y saduceos venían a que los bautizara, les dijo: – Raza de víboras, ¿quién os ha enseñado a escapar de la ira inminente?
Dad el fruto que pide la conversión.
Y no os hagáis ilusiones pensando: “Abrahán es nuestro padre”, pues os digo que Dios es capaz de sacar hijos de Abrahán de estas piedras.
Ya toca el hacha la base de los árboles, y el árbol que no da buen fruto será talado y echado al fuego.
Yo os bautizo con agua para que os convirtáis; pero el que viene detrás de mí puede más que yo, y no merezco ni llevarle las sandalias.
Él os bautizará con Espíritu Santo y fuego.
El tiene el bieldo en la mano: aventará su parva, reunirá su trigo en el granero y quemara la paja en una hoguera que no se apaga.
Palabra del Señor
Homilías:
(A)
Hoy la liturgia da un paso más y las lecturas a través del profeta Isaías y de Juan el Bautista añaden algunos datos interesantes sobre quién viene y para qué viene.
Apoyándose en dos bellas metáforas, Isaías nos dibuja el personaje que nace: “brotará un renuevo del tronco de Jesé y de su raíz florecerá un vástago”. Es decir, el profeta declara que del pueblo judío, un pueblo viejo, seco, desanimado florecerá, brotará una rama, un vástago, un tallo lleno de vida. Este vástago será el Mesías, Jesús nacido en Belén. El cual no juzgará por apariencias, no será fuerte con los débiles y débil con los fuertes, sino que defenderá con justicia al pobre. Impulsará la paz, expresada con la imagen del lobo habitando con el cordero y de la pantera tumbada junto al cabrito.
Hoy, para manifestar lo mismo diríamos que el palestino convive pacíficamente con el judío. Y pensando o soñando en nuestra tierra, comentaríamos que ciudadanos de posiciones políticas radicalmente dispares son capaces de respetarse. Un ejemplo de lo que no debe ser lo tenemos en lo ocurrido en el sur de Francia el sábado pasado, 1 de diciembre, el atentado saldado (cuando escribo estas líneas) con un muerto y un herido gravísimo y las reacciones posteriores. Esto choca frontalmente con el mensaje navideño, que nos reta a que aún en situaciones-límite la paz es posible. Me he centrado en el aspecto político, pero podríamos referirnos igualmente al mundo de la familia, de las relaciones familiares, que también pueden estar necesitadas de paz.
Pero el principal personaje, que interviene en el escenario de hoy es Juan el Bautista, un personaje original, austero, importante. También nos habla de quién viene y para qué viene. A lo primero responde que “puede más que yo y no merezco ni llevarle las sandalias. Él os bautizará con Espíritu Santo y con fuego”. En segundo lugar, el para qué o recado ante su venida es claro y directo: ”convertíos porque está cerca el reino de Dios. Dad el fruto que pide la conversión”.
El Bautista nos apremia a cambiar de vida. Una tarea no tan sencilla, ya que convertirse es cambiar de dirección, orientarse hacia Dios, lo cual supone girar brusca o suavemente e iniciar el camino con rumbo o sentido opuesto. Conversión que los frutos, los hechos se encargan de demostrar si es auténtica o falsa. Adjetivo que no depende de la categoría social, ni de los cargos, ni de los títulos, ni de las palabras, si no de las obras.
El escritor Anthony de Mello cuenta la historia de un sufi llamado Bayazid:
“De joven yo era un revolucionario y mi oración consistía en decir a Dios:
“Señor, dame fuerzas para cambiar el mundo”.
A medida que fui haciéndome adulto, caí en la cuenta de que me había pasado media vida sin haber logrado cambiar a una sola alma, transformé mi oración y comencé a decir:
”Señor, dame la gracia de transformar a cuantos entran en contacto conmigo. Aunque solo sea a mi familia y a mis amigos. Con eso me doy por satisfecho”.
Ahora que soy un viejo y tengo los días contados, he empezado a comprender lo estúpido que yo he sido. Mi única oración es la siguiente:
“Señor, dame la gracia de cambiarme a mí mismo”.
Si yo hubiera orado de este modo desde el principio, no habría malgastado mi vida.
Y añade una coletilla: todo el mundo piensa en cambiar a la humanidad. Casi nadie proyecta cambiarse a sí mismo”.
En efecto, un modo de cambiar, de mejorar el mundo, de ir construyendo, creando el Reino de Dios es convertirnos cada uno de nosotros. Será también la forma más eficaz de llegar a los demás. Por ello acojamos el grito de Juan el Bautista: “preparad el camino del Señor”.
Ven, Señor, que te esperamos, ven, Señor, no tardes, ven pronto, Señor.
(B)
Un político nos cuenta lo siguiente: «Estaba yo en una asamblea echando un discurso. Cuando acabé, creí que iba a ser aplaudido por la mayoría de los dos mil camaradas que hasta el día anterior habían sido mis amigos. Yo sabía que muchos de ellos estaban de acuerdo conmigo; y, sin embargo, nadie se había atrevido a darme su apoyo. Cuando se levantó la sesión, se apartaron de mí como de un leproso. Mi cuerpo se paralizó como si fuera de piedra.
Me pregunté hacia dónde debía dirigirme: no quería entrar en mi casa llevando toda aquella tristeza a mis hijos, a mi familia. Eran casi las dos de la tarde. Me puse en camino y, sin saber bien adónde iba, me encontré ante la casa de mi primera esposa, con la que me casé en 1937, cuando ella se disponía a ser monja, y a la que yo había abandonado en 1945, hacía ya 25 años.
Subí las escaleras como si fuese un sonámbulo. Apenas llamé, se abrió la puerta cual si una mano estuviese al pestillo. Y me encontré ante una mesa con dos cubiertos. Di un paso atrás.
-Perdona, ¿esperabas a alguien? -pregunté. -Sí -me contestó-. Te esperaba a ti. He escuchado tu discurso por la radio y el silencio de todos cuando terminaste. Entonces estuve segura de que vendrías aquí. Entra y observa: creo que no he olvidado el vino que te gusta, el que te gustaba hace 25 años, ni he olvidado el pan de centeno.
Cuando, una hora después, me fui tras haber besado su frente, todo había cambiado en mi vida: el milagro de amor de aquella espera venía a ser el triunfo de la vida sobre la muerte. La existencia de una persona como mi primera esposa bien puede compensar el abandono de parte de millares de seres humanos. Todavía valía la pena vivir».
Hermanas y hermanos: esta esposa con un amor que espera sin límites es todo un reflejo del amor de Dios, que nos espera sin límites.
Precisamente porque Dios nos ama quiere que nos convirtamos de nuestros pecados, porque el pecado causa
mucho sufrimiento en el mundo y, además, nos impide ser la persona que Dios quiere que seamos. Mirad: la mayor alabanza que podemos hacer de alguien es afirmar de él que es toda una persona.
Por todo esto, san Juan Bautista nos dice en el Evangelio de hoy: «Convertíos» (Mt 3,2).
La conversión es cambio, y todo cambia en el mundo. Cada uno de nosotros somos siempre fulano de tal, pero si tenemos un álbum en nuestras casas vemos cómo vamos cambiando a través de los años. La conversión es cambio de conducta y, para eso, tiene que haber un cambio en nuestro interior. Tenemos que poner a Dios en el centro de nuestro corazón; de lo contrario tendremos el corazón vacío aunque tengamos el estómago lleno.
San Juan Bautista llama a los judíos raza de víboras porque las víboras cambian de piel, pero en su interior hay siempre veneno. No seamos nosotros como las víboras.
Si aquel político fue al encuentro de su esposa, que lo esperaba desde hacía 25 años, vayamos nosotros al encuentro de Dios, que desde siempre nos espera con los brazos abiertos.
(C)
Dios está muy cerca. Es lo que te quiero comunicar hoy. Pueden parecer palabras de siempre, pero es la realidad más grande del mundo. Lo repito: Dios está muy cerca.
No sé si me entiendes; no sé si esto se puede explicar. Sé que es difícil comprenderlo. Pero Dios está muy cerca.
En esto consiste la predicación de Juan Bautista: anunciar que Dios está cerca. Por cierto, Mateo nos describe la forma de vestir y de comer Juan. Vestido austero. Comida austera, frugal. Vida de silencio en el desierto. Y ya está. Juan Bautista toca lo esencial, dice la verdad, anuncia la novedad. Hay cosas muy sencillas al alcance de la mano: ser capaces de vivir en austeridad en medio de un mundo de consumo; ser capaces de no dejarse revestir de cosas, de no cosificarnos. La verdad tiene sus exigencias e impone un modo de vivir también externo.
A veces nos quedamos mirando hacia dentro y contemplamos nuestros sueños más íntimos: ¡Cómo desearía…! ¡Sería feliz si…! Enseguida añadimos: pero no puedo salir… no puedo cortar…, no puedo dejar mi realidad. Portamos dentro un paraíso, un ideal que, de entrada, damos por descartado. ¿Razón? No podemos mover ni cambiar la realidad que nos envuelve. Juan Bautista apunta una pista: no manda cambiar la sociedad; proclama que hay un paso previo: la conversión personal.
Me sorprende mucho que hoy hombres y mujeres que se llaman creyentes en el Dios de Jesús no sienten la necesidad de conversión. Creen que ya son “buenas personas”. ¿De qué me voy a convertir yo si no hago esto ni lo otro ni…? Creernos buenos nos está impidiendo ser nuevos, descubrir la necesidad de conversión. Creernos buenos es la postura de los fariseos y saduceos a los que Juan dispara los dardos más feroces de su predicación hasta llamarles “raza de víboras”. no es que no seas bueno; lo malo es que no seas mejor, que te contentes con la meta alcanzada. No es que no seas bueno, es que no escuchas a Dios que te pide nueva conversión. No es que no seas bueno, es que no dejas que el Espíritu te lleve donde Él quiere.
El Mesías no necesita gente buena, necesita personas que se sientan pecadoras, personas urgidas a la conversión. El Mesías no viene para los que ya se sienten intocables y perfectos. Con ésos el Mesías no tiene nada que hacer. Toda esa gente no necesita nada ni a nadie, menos al Mesías. El Mesías necesita personas que cuando escuchan las palabras del profeta, convertíos, el corazón se les estremezca y reconozcan su necesidad de cambio de vida. El Mesías necesita personas que se acerquen al desierto o que sientan desierto en su corazón. Él trae palabras que sólo se pueden entender si se está en el desierto, no en el ruido o en el pozo de la abundancia.
Dios está cerca. Sí. Dios está muy cerca de todos aquellos que viven desierto o se sienten pecadores. Dios está muy cerca de todos aquellos que anhelan algo nuevo en su vida. No es posible que Dios esté lejos del corazón que quiere florecer. Dios está muy cerca de todos aquellos que se agachan para tender la mano a sus hermanos. Una cosa: Dios está cerca sólo significa eso, que está cerca; pero todavía hay una barrera de distancia. Cuando sea el tiempo oportuno tendremos que cambiar la frase Dios está cerca por otra: Dios está en mí, dentro de mí. No obstante, que esté cerca ya es una gran cosa.
Sabrás que Dios está dentro de ti cuando seas capaz de convivir con el que te hace la guerra y te pone zancadillas… Ese día proclamarás que el Espíritu del Mesías te ha lavado en agua y en fuego.
¡Qué bueno es Dios que no busca justos sino pecadores! Pues a disfrutar de este Dios que nos viene como Mesías.
(D)
Este mundo no nos gusta. Todos hemos sentido alguna vez la tentación del escapismo. “Que se pare el mundo que yo me bajo”.
Y no es que el pasado fuera mejor. Nadie que conozca el pasado puede decir que el pasado fuera mejor. Lo que pasa es que ahora somos más conscientes de la complejidad y la fealdad de la vida. Ahora conocemos mejor la vejez del mundo.
Este mundo nuestro es magnífico. No podemos dejar de admirar tantas realizaciones, conquistas y logros. Vivimos tiempos felices y divertidos.
Y sin embargo no hace falta tener demasiado ojo clínico para detectar síntomas de un mal profundo y progresivo.
Yo creo que lo que le falta al mundo es el alma. Tenemos un cuerpo precioso, pero le falta el alma. Presentamos un escaparate fascinante, pero vacío por dentro.
Mecanismos financieros y sociales que funcionan automáticamente, pero sin alma. Sistemas complejos, tecnológicamente avanzados, organizados, pero sin alma. Un mundo lleno de cosas, pero sin “la cosa”, sin corazón.
Nuestro mundo está ciego. Hombres inteligentes como somos, y no sabemos resolver los principales problemas que nos afectan. “Hemos aprendido a nadar como los peces y a volar como las aves, pero no sabemos el sencillo arte de vivir unidos como hermanos”. Prevalece una cultura de muerte. Piensa no sólo en las armas, sino en la destrucción de la naturaleza, de las especies, en el deterioro del planeta. ¿Es egoísmo ciego o ceguera interesada?
Nuestro mundo es hipócrita. Nos manifestamos como no somos, decimos lo que no sentimos, presumimos de lo que no tenemos…
Las cosas no pueden seguir así. El mundo se seca por falta de Espíritu.
Si nos quedáramos en una visión amargada y apocalíptica de este mundo, no podríamos seguir celebrando el Adviento. Los hombres de Adviento se abren a una visión esperanzada. Precisamente hoy escuchamos textos vitalistas: “Brotará un renuevo del tronco de Jesé”… “Sobre él se posará el espíritu del Señor”… “Habitará el lobo con el cordero”… “Defenderá con justicia al desamparado”…”Está lleno el país de la ciencia del Señor”…
El mundo está ahí, y nosotros estamos en el mundo, no para condenarlo, sino para amarlo y salvarlo. El mundo está ahí y huele a podrido pero tú estás llamado a ser “el buen olor de Cristo”. El mundo está ahí y se siente viejo, pero tú debes renovarlo y hacer que florezca. El mundo está ahí y le falta espíritu, pero tú tienes que ser el alma del mundo.
El hombre de adviento no puede limitarse a entonar lamentaciones o a esperar soluciones bajadas del cielo. El mundo está ahí para que entre todos lo renovemos y lo salvemos.
Si el mundo sigue corrompido, ¿no será porque nuestra sal se ha vuelto sosa? Si el mundo sigue viejo, ¿no será porque nos falta a nosotros juventud? Si al mundo le falta alma, ¿no será porque también nos falta a nosotros Espíritu? Recordémoslo una vez más: el cristiano está llamado a ser “alma del mundo”.
Recordemos que el profeta, el testigo, el creyente, es “el hombre de Dios en el mundo del hombre”.
(E)
El templo es el espacio de los sacerdotes. El desierto es el espacio de los profetas.
Los sacerdotes son los encargados de mantener firmes las estructuras y el cumplimiento de la ley.
Los profetas son los encargados de despertar las conciencias y anunciar las novedades de Dios. El profeta difícilmente encaja en las estructuras y en la ley. Por eso, el profeta tampoco encaja en el Templo. Es el hombre de la libertad de espíritu. Es el que habla al pueblo y habla a los sacerdotes, los fariseos y los letrados pegados al templo.
Esa fue la misión de Juan. Aparece en el desierto no como un sacerdote que invita al culto, sino como un profeta que proclama
el cambio, la conversión, la apertura a la novedad del que está llegando. Es una voz que clama en el desierto. Pero Juan es mucho más que una palabra. Juan es toda una vida hecha palabra. O mejor, es la palabra hecha vida, revestida de vida. En los profetas habla la voz pero sobre todo habla la vida.
Lo curioso de Juan está en que no es el profeta que habla a los de “a fuera”, a los que no creen, a los paganos, a los que están lejos. Al contrario, Juan es de los que habla a los “de dentro”, a los que “se creen buenos”, a los que dicen cumplir con la ley, a los que se respaldan a sí mismos creyéndose “hijos de Abrahám”.
Es fácil ser profeta para los que están fuera.
Es fácil ser profeta para los religiosamente marginados.
Es fácil ser profeta para los que no creen.
Lo difícil es ser profeta: Para los de dentro. Para los de casa. Para los que dicen llamarse cristianos. Para los que dicen estar bautizados.
Juan se presenta como el profeta que anuncia y proclama “que el reino de los cielos está cerca”. Y que hay que “preparar los caminos del Señor, para allanar los senderos”, mediante el cambio y la conversión.
Lo difícil es ser profeta dentro de la Iglesia.
Lo difícil es anunciar el cambio en la Iglesia.
Lo difícil es proclamar los cambios que el Espíritu está pidiendo a la Iglesia.
Además es fácil anunciar el cambio a la gente sencilla que acudía a él y lo escuchaba y se dejaba bautizar en expresión del cambio.
Lo difícil es anunciar el cambio de los que se creen buenos, porque están bautizados.
Lo difícil es anunciar a los de arriba la necesidad de cambiar lo que el Espíritu pide hoy a la Iglesia para responder a las necesidades e interrogantes del hombre de hoy.
Todos nos sentimos profetas frente al Pueblo de Dios siempre que sea para mantener las cosas como han sido siempre. Pero ¿quién se atreve a proclamar que necesitamos de una Iglesia distinta, diferente, una Iglesia más comprometida con los que se han ido o se resisten a entrar porque no ven en ella la verdad que buscan y que necesitan?
¿Quién se atreve a ser hoy el profeta del cambio?
¿Quién se atreve a ser hoy profeta que habla a los jefes, a los de arriba, cuando se corre el riesgo se ser declarado “persona no grata” o simplemente “sospechosa” como lo fue el mismo Juan?
Me admira la figura de Juan que es capaz de proclamar al pueblo sencillo la “conversión” y a los “fariseos y saduceos, es decir, a los jefes, llamarlos “raza de víboras”.
No resulta fácil hoy ser profeta con los que están arriba, y decirles que es preciso nuevos cambios en las estructuras eclesiales. Que es preciso cambiar la Curia Romana de la que tanto se viene hablando y criticando. Que es preciso cambiar el estilo de nombramiento de los Obispos, que tantos problemas está creando. Que es preciso cambiar de estilo de Pastoral y de celebración litúrgica.
La Iglesia necesita profetas dentro de la misma Iglesia. Los profetas de Israel no profetizaban contra los de a fuera. Profetizaban contra el pueblo y sus autoridades.
La Iglesia necesita profetas que escuchen la voz de Dios en los “signos de los tiempos”.
Necesita profetas que, en nombre de Dios, hablen de la necesidad de cambios que todos esperamos pero que encuentran grandes resistencias. Juan tuvo la valentía de llamar a los jefes religiosos de aquel entonces “raza de víboras”. ¿Alguien se atreve a hablar así hoy? ¿Cómo decirlo hoy?
Me ha impresionado lo que escribe el Cardenal Martini: “Nuestra Iglesia es hoy un poco temerosa a la hora de ayudar a quienes se alejan. Es precisa en el establecimiento de los límites, pero no es tan valerosa para extender la mano a quien está fuera de los límites” (En alas de la libertad pág. 33)
Alguien ha escrito que “hoy se necesitan menos sacerdotes y más profetas”. Sin embargo todos estamos más preocupados de las vocaciones sacerdotales que de las vocaciones proféticas. Los profetas son personas “no bienvenidas”. Son “peligrosas”. Sin embargo, en el Adviento, una de las figuras centrales es precisamente la de Juan el Bautista. El profeta del desierto. El profeta que cayó muy mal a los Jefes del Templo.
Oración de los fieles:
(A)
Desde lo más profundo de nuestro corazón acudimos a Dios, nuestro Padre y sintiendo la necesidad de su gracia, le decimos:
VEN, SEÑOR, Y AYÚDANOS
Para que tu Palabra ilumine nuestras vidas.
VEN, SEÑOR, Y AYÚDANOS
Para que nos convirtamos a Ti de todo corazón.
VEN, SEÑOR, Y AYÚDANOS
Para que sepamos reconocer siempre nuestros pecados.
VEN, SEÑOR, y AYÚDANOS
Para que tu gracia cambie nuestros corazones.
VEN, SEÑOR, Y AYÚDANOS
Oremos: Te damos gracias, Señor, por tu infinita misericordia con nosotros y te pedimos tu luz, tu fuerza y tu protección.
(B)
Te presentamos, Señor, nuestros dolores y esperanzas, los dolores y las esperanzas del mundo.
A cada petición decimos: VENGA A NOSOTROS TU REINO.
– Mira, Señor, a los pobres y haz que sientan cercano el Reino de Dios. Oremos…
– Mira, Señor, a los humildes y marginados, y haz que seamos solidarios con ellos. Oremos…
– Mira, Señor, a los que sufren y lloran, y haz que sean consolados. Oremos…
– Mira, Señor, a los hambrientos y haz que sean saciados. Oremos…
– Mira, Señor, a los que son víctimas del terrorismo, las guerras y todo tipo de violencias, y haz que sean liberados y pacificados. Oremos…
– Mira, Señor, a los enfermos y haz que obtengan la salud que necesitan. Oremos…
– Mira, Señor, a los ancianos y a los que se sienten solos, y haz que nos sintamos cercanos. Oremos…
– Míranos, Señor, a todos nosotros y danos la fuerza y la juventud espiritual que necesitamos. Oremos…
Míranos, Señor y ten compasión de todos nosotros. Por JNS…
Presentación de ofrendas
ENCENDER la SEGUNDA VELA de la CORONA de ADVIENTO
Padre nuestro: el camino de Adviento se ha llenado, hoy, de sueños y bellas utopías, de ésas que hacen avanzar a nuestro cansado pueblo. Al fondo de la historia, en tu Reino, hemos adivinado un mundo de paz y de justicia. Haz, Señor, que, al encender esta segunda vela de la Corona de Adviento, podamos ver que esos sueños se acercan a nuestra realidad y que van prendiendo, entre nosotros, los valores que rigen tu Reino.
CUNA VACÍA…
Hemos entrado en la Iglesia y nos hemos encontrado con un signo novedoso… Seguro que a todos nos ha sorprendido y desde esa sorpresa este signo nos ha hablado….
UNA CUNA VACÍA… ¿Qué te dice a Ti esta cuna vacía?
¡Estad en vela! Es uno de los gritos más repetidos del Adviento… No nos debemos de dormir en los laureles, tenemos que ponernos manos a la obra para estar bien dispuestos para cuando Dios venga. Tenemos que prepararle la cuna. ¿Cómo? “Convertíos” nos ha dicho Juan Bautista… Sorprende que la mayor parte de los creyentes ya no sentimos necesidad de conversión. Creemos que somos buenas personas… ¿De qué me voy a convertir si yo no hago ni esto… ni lo otro, ni…? Creernos buenos nos está impidiendo ser mejores…
No es que no seamos buenos, lo malo es que no seamos mejores, que nos contentemos con las metas alcanzadas…
No es que no seamos buenos, lo malo es que no escuchamos a Dios que nos pide que seamos nuevas personas… Dios no sólo quiere estar cerca de Ti, sino dentro de Ti y para ello es necesario que prepares mejor tu corazón….
Liturgia Eucarística
El pan que hacemos,
el pan que damos con justicia,
y también el pan de la injusticia,
el pan que se roba y crea el hambre de otros…,
nuestro pan.
El vino que produce alegría y felicidad,
y también el que crea borracheras de lo que sea,
el vino que tomamos como somnífero
que nos aletarga o con el que aletargamos…,
el vino que es sangre chupada a los sencillos…
nuestro vino.
Con esto nos presentamos,
pobres y necesitados.
Con este pan y vino nos presentamos
para que tú los transformes
en pan y bebida de salvación.
Oración sobre las ofrendas
Somos pobres, Señor, sobre todo cuanto más ricos somos y cuanto mayor es nuestro afán de poseer. Descúbrenos nuestra propia pobreza, porque sólo desde ella podremos sentir la necesidad de tu presencia y caminaremos por caminos de solidaridad al encuentro de Jesús. Que vive y reina por los siglos de los siglos. Amén.
Prefacio
Es justo alabarte siempre,
y en este tiempo de espera y de venida silenciosa
proclamar la obra de tu amor.
Estábamos perdidos,
y has salido a nuestro encuentro.
Estábamos como ovejas sin pastor,
y te has puesto al frente de tu pueblo.
Estábamos caminando a ninguna parte,
y has venido a mostrarnos el camino de la vida.
Dios de entrañas de misericordia,
cómo podremos silenciar
que eres un Dios de amor,
un Dios que no busca la venganza,
un Dios entrañable y lento a la cólera,
un Dios que deja las noventa y nueve
y sale a buscar a la oveja perdida…
Con todo los que te encuentran
proclamamos ahora y siempre tu gloria…
Santo, Santo, Santo…
Padrenuestro
Bello cambio el que hoy se nos propone: los hijos de Dios viviendo en unión con todos los hombres, compartiendo el pan de cada día. Pidámosle a Dios, Padre, con la oración de Jesús, que sepamos hacerlo realidad:
Padre nuestro…
Gesto de paz
Es verdad que vivimos en medio de contradicciones y que, en nuestras relaciones, las tensiones y los enfrentamientos empañan nuestra convivencia de cada día. Sin embargo, queremos ser testigos de la paz de tu Reino e instrumentos de tu paz en la tierra.
Por eso, amigos, que la paz del Señor llene vuestros corazones…
Démonos fraternalmente la paz..
Oración
Mandas profetas, Señor
Como hiciste con Juan Bautista,
continuamente nos estás avisando cómo tenemos que vivir.
Vas poniéndonos personas que acompañan nuestra vida,
como una lección de austeridad, de profundidad y de coherencia. Nosotros preferimos andar despistados,
distraídos en lo que llamamos las cosas importantes de la vida,
pero que sabemos muy bien que nada tienen que ver con lo esencial, que son nuestras rutinas y nuestros hábitos
pero que no siempre son la forma de vivir a tu manera
ni de construir tu reino.
Nos mandas profetas, te las ingenias para recordarnos,
con su hacer o su palabra,
que quizá nuestra vida no es del todo fecunda,
que podríamos dar más fruto,
que los demás no se están beneficiando de todas las cualidades que poseemos,
que no nos regalamos bastante en la familia, en el trabajo,
en el entorno, en la vida social,
y en este mundo que nos necesita
para llenarlo de justicia y buen reparto.
Y tú, Padre, nos hablas al corazón, en vivo en la oración
y a través de otros hermanos que disfrutan de una comunicación más intensa contigo.
Nos recuerdas que no nos quieres fariseos, presuntuosos, seguros, que nos quieres frágiles y disponibles,
entregados y libres al mismo tiempo,
dispuestos a vivir a tu amorosa manera,
construyendo relaciones de igualdad,
atentos a todo aquello que le ocurre al otro.
Y, sobre todo, nos invitas a vivir comprometidos
en transformar este mundo nuestro
en esa tierra nueva donde todas las personas
nos tratemos como hermanos.
Sigue mandándonos profetas, sigue despertándonos el corazón, No nos dejes pasar nos la vida sesteando
en una mediocridad que nada tiene que ver contigo.
Frena el hacha que está dispuesta a cortar nuestro árbol de la vida porque no da frutos
y vuelve a darnos otra oportunidad
para vivir una vida más fecunda, feliz y plena.
Solos no podemos, no sabemos…,
pero contigo al lado todo nos es posible.
Bendición
Dios viene a ti y tú huyes de Él, pero la verdad es que estás huyendo de ti mismo. Dios está cerca, pero tú te alejas. NO huyas tanto, que Dios corre más. Dios quiere entrar en tu casa y quedarse contigo. No pide tus méritos, sino tu fe, tu hospitalidad. Abre confiadamente todas tus puertas a Dios. No temas. Dios viene con agua, con fuego y con Espíritu. Es lo que necesitas para llenarte de vida. Conviértete. Báñate en Dios y serás un hombre o una mujer nuevos.
Para ello que la bendición de Dios Todopoderoso Padre, Hijo y Espíritu Santo descienda sobre vosotros. Amén.
Del Blog de Juan Jáuregui
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