01 diciembre 2022

II Domingo de Adviento: ALLANAD LOS CAMINOS

 

II Domingo de Adviento: ALLANAD LOS CAMINOS

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SEGUNDO DOMINGO: . Mateo 3,1-12

La voz de los profetas
Dos profetas marcan el mensaje del domingo segundo de Adviento:
Isaías y Juan. Isaías, en un momento de decadencia de su pueblo, clama que «brotará un renuevo del tronco de Jesé», que «florecerá lo nuevo», que será posible la convivencia «del lobo junto con el cordero y el novillo y el león pastarán juntos». Lo que nadie se imagina como posible será posible; es la palabra del profeta cuando la estructura nacional del pueblo está aplastada.
Juan, en el desierto, anuncia la proximidad del Reino de Dios. Isaías alimenta la esperanza de lo nuevo. Juan invita a la conversión. La llegada de Dios tiene que ser preparada con un cambio interior, con una predisposición interior porque Dios viene a los corazones.
Con la predicación de Isaías estamos invitados a revisar las razones en las que sustentamos nuestra fe en el Señor. Es curioso que el futuro del Mesías se profetice en el peor momento de historia de Israel.
Los peores momentos se convierten en momentos proféticos. El Mesías no dependerá de que las cosas vayan bien, sino de que Dios es
Dios y cumple. La profesión de fe en el presente duro tiene una proyección de futuro y de futuro mejor, más abierto, donde se cumplirá lo que anhelamos y quizá nos parece de imposible realización. Los pesimismos, las miras pequeñas de nuestras vidas o las miras que solo ven lo negativo, demuestran sencillamente una fe pequeña, una fe sin esperanza, una fe que confía más en nuestras fuerzas que en la fuerza del Señor. «Elemento distintivo de los cristianos (es) el hecho de que ellos tienen un futuro: no es que conozcan los pormenores de lo que les espera, pero saben que su vida, en conjunto, no acaba en el vacío. Solo cuando el futuro es cierto como realidad positiva, se hace llevadero también el presente’».

Lugares de profecía
Isaías profetiza desde el destierro. Juan en el desierto proclama: «Convertíos porque se acerca el Reino de los cielos». El lugar elegido por Juan para predicar no es Jerusalén ni en el Templo, lugares de la presencia de Dios en medio de su pueblo. La voz de los profetas se sitúa en «otros escenarios» poco habituales, en lugares de «destierro» o de «desierto» donde no se vive y donde hay que ir de ex profeso. Escuchar la profecía ya pide un desplazamiento y un éxodo. Sin éxodo personal no hay escucha de novedad, ni de futuro, ni del Dios que viene.
La profecía viene de otros lugares (<<periferias» en el lenguaje de la
Evangelii gaudium). Hay que abandonar, al menos por unos momentos, lo ordinario y corriente para escuchar la novedad del Dios que viene. Quizá la rutina «del cada día» nos impermeabiliza para percibir al Señor que está y que viene. Ir al desierto, asomarse a los lugares «proféticos» nos exige un desplazamiento, un abandono del propio territorio «trillado» para volver a él renovados y, así, renovarlo.
La única razón de la conversión que Juan esgrime es la cercanía del Reino. El Reino, es decir, el estilo de vida y los valores que tienen como fuente a Dios mismo, y que no son fruto del consenso humano, son el motivo de la conversión. Lo de Dios no es solo para escucharlo. Lo de Dios toca el comportamiento personal y de la comunidad cristiana. «El mensaje cristiano no era solo “informativo”, sino “performativo”. Eso significa que el Evangelio no es solamente una comunicación de cosas que se pueden saber, sino una comunicación que comporta hechos y cambia la vida-“. La manera de esperar al Mesías que propone el profeta es ejercitarse en el cambio de vida. Lo que nos va a exigir la presencia de Dios entre nosotros es el entrenamiento que ya debemos iniciar como entrenamiento para saber acogerlo. Prepararse es entrenarse para hacer obras de reino ya en este presente.

Todos sin excepción
Sorprende que el evangelista subraye que acudía a escuchar a Juan mucha gente. Existía un ambiente generalizado de necesidad de cambio, un deseo de algo nuevo. De este deseo de cambio son excluidos los «religiosos oficiales» de su tiempo, los «fariseos y los saduceos», para quienes el profeta no se priva de utilizar palabras fuertes: «¡Raza de víboras!». La dureza de trato del profeta contra estos «religiosos» viene de sus excusas para no cambiar, de la justificación de sus posturas religiosas que les hacían sentirse al margen del movimiento renovador de conversión. Estos grupos eluden la perspectiva de cambio personal porque se sienten con razones suficientes, con títulos adquiridos, para no cambiar: «Somos hijos de Abrahán».
«No os hagáis ilusiones», replica Juan. El Reino es cuestión de obras visibles, como los buenos frutos son cuestión del árbol bueno. Nadie tiene razones suficientes para autoexcluirse de la preparación a la venida del «Reino de los cielos». Una manera eficaz de prepararse a la venida del Señor es sentir necesidad de Dios.

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