La fe es el temadominante en este domingo. El justo por su fe vivirá (v. 2,4), nos dice la primera lectura. Fe y vida si no van unidas se derrumban. La primera lectura nos ofrece la experiencia del profeta Habacuc, un hombre de fe. En su entorno, no contempla más que violencia, crímenes, rapiña, discordia (Jerusalén había sido asediado por los caldeos el año 597 a. de C.). Y el profeta no habla al pueblo en esta ocasión, sino que habla con Dios y le interpela: ¿Por qué tanto sufrimiento?, ¿hasta cuándo le pedirá auxilio sin que le escuche? (v. 1,1). Dios no deja sin respuesta las quejas de Habacuc. Dios le invita a la confianza y le responde a sus inquietudes, pero no de manera inmediata. Dios tiene una fecha en sus designios. Al profeta, como a cada uno de nosotros, nos queda confiar y esperar pacientemente el “tiempo de Dios” de acuerdo con sus planes, desconocidos por el hombre. Dios intervendrá para castigar los crímenes, las opresiones, la violencia (1.3). Al hombre le corresponde fiarse de Dios, pues el altanero no vivirá (2,4), le dice el Señor al profeta.
La experiencia del profeta Habacuc, más o menos, en algún momento de la vida, es nuestra experiencia. Cuando los sufrimientos, las desgracias o las enfermedades se abalanzan sobre nosotros o sobre personas cercanas, surge la misma pregunta: ¿Por qué?, ¿por qué permite Dios…?, ¿vale la pena creer? Y nos encontramos con el silencio de Dios. Y más cuando vemos que triunfan los malvados y todo les sale bien… ¿Vale la pena seguir creyendo?… Muchas son las personas que abandonan la fe y sus prácticas religiosas por estos motivos. La Palabra de Dios nos recomienda saber esperar y anhelar el día en que se manifieste la justicia de Dios sobre este orden injusto. Dios nos ha dado una respuesta en su Hijo Jesucristo.
Diversa es la situación de los discípulos. Piden a Jesús aumento de fe (cfr. v.5). Y Jesús, una vez más, les desconcierta y desilusiona. Y es que las cosas en el Reino de Dios funcionan de manera distinta a nuestra manera de pensar. Los apóstoles piden aumento de fe, pero de nada les valdrá, porque lo que necesitan, como todos nosotros, es un poquito de la fe auténtica. Probablemente, ante las obras de Jesús, lo que le piden es una fe sensacionalista, capaz de hacer milagros, que les ahorre esfuerzos y les brinde grandes éxitos, una fe que les haga fáciles las cosas y evite el sufrimiento. Pero Jesús les desilusiona: si tuvierais fe como un granito de mostaza (v. 6). Si tuvieran un gramo de fe auténtica, aunque fuera como un grano de mostaza, su fe sería eficaz. Y Jesús les invita y nos invita a tomarnos realmente en serio esta semilla en cada uno de nosotros, por pequeña que nos parezca: a acogerla, a cultivarla, a convertirla en vida y compromiso. Lo importante no es la cantidad de fe que a uno le parece tener, sino la seriedad y responsabilidad con que uno vive la fe que sólo Dios conoce. La fe no es una doctrina, sino una experiencia radical de “confianza” en Dios. Lo importante no es que nuestra fe sea mucha o poca, sino que la tomemos en serio. La fe según la Palabra de Dios que hemos escuchado hoy debe ser:
Humilde: “No somos más que unos pobres siervos; sólo hemos hecho lo que teníamos que hacer” (v.10) ¿Qué es lo que tenemos que hacer? Servir a Dios y hacer su voluntad. Solemos enorgullecernos por nuestros logros o trabajos y el orgullo suele ir unido a la falta de fe; tal vez por ello fue por lo que los apóstoles suplican a Jesús: auméntanos la fe. S. Pablo, como hombre de fe, se sintió esclavo de Cristo. El buen servidor del evangelio no tiene más ilusión que la de servir.
La fe debe ser esperanzada. Los sufrimientos, las desgracias no pueden disminuir nuestra espera y nuestra esperanza en la intervención de Dios. No hay que dudar. La acción de Dios llegará. ¿Cuándo? ¿Cómo? Dios no permanece indiferente ante el mal en el mundo, y tiene su tiempo.
La fe debe ser también testimonial. La fe es un don que Dios nos da, y una tarea que nos encomienda. Y la fe tenemos que vivirla en las distintas circunstancias de cada día por difíciles que sean.
Ante la Palabra de Dios, debemos preguntarnos si vivimos por la fe y de la fe, si la fe mueve nuestra vida o si, por el contrario, pensamos que los demás deben estar agradecidos de nuestros trabajos o si necesitamos que nos alaben por ellos. ¿Cuál sería nuestra respuesta personal a estas preguntas? Lo primero que celebramos en la eucaristía es la muerte de Jesucristo, la mayor injusticia de la historia de la humanidad, y el mayor silencio de Dios ante la muerte injusta de su Hijo (Sí habló Dios, pero no en ese momento, sí días después y resucitando a su Hijo). Por muchos que sean nuestros problemas, podremos exigirle soluciones inmediatas o decirle como Jesucristo: Padre, si quieres aparta de mí este cáliz, pero que no se haga mi voluntad, sino la tuya (Lc 22,42).
Vicente Martín, OSA
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Deja tu comentario