08 septiembre 2022

Ecos de la Palabra: EL NOMBRE DE DIOS ES MISERICORDIA

 



Por Javier Castillo, sj

¿Cómo es Dios? Es probable que, con estas u otras palabras, hayamos escuchado de labios de los niños esta pregunta en la catequesis de primera comunión, en la clase de religión o en alguna distendida conversación en el hogar. Las respuestas pueden ir desde una reflexión sobre los contenidos centrales de la fe expresados en el credo hasta el recurso, tantas veces utilizado por Jesús, de las parábolas y las imágenes. El trozo del evangelio de Lucas que la Iglesia nos propone para este domingo es, precisamente, una de las imágenes más bellas que nos describe cómo es Dios: Dios es misericordia. El Papa Francisco, en la bula con la que convocó en 2015 el Año de la Misericordia, alude a esta imagen con estas palabras: “Jesucristo es el rostro de la misericordia del Padre. El misterio de la fe cristiana parece encontrar su síntesis en esta palabra. Ella se ha vuelto viva, visible y ha alcanzado su culmen en Jesús de Nazaret. (…) Jesús de Nazaret con su palabra, con sus gestos y con toda su persona revela la misericordia de Dios. (MV 1)

Siguiendo el pincel del evangelista Lucas, especialmente en la parábola del hijo pródigo, os propongo algunos de los trazos que describen al Dios de la Misericordia.

Un Dios que respeta la libertad de sus hijos… El Padre revelado por Jesús no niega nada a sus hijos, al contrario, haciendo una opción valiente y arriesgada, respeta totalmente su libertad pues no quiere respuestas impuestas sino las que surgen del amor y de la convicción. El Padre sabía que lo que pedía su hijo menor no era lo mejor para él, sin embargo, le concede lo que le pide para que sea él, desde su libertad, quien tome la última decisión. Dios, definitivamente, se la jugó haciéndonos hombres y mujeres libres. El respeto a la libertad y la discreción de Dios se ven enriquecidos con la fidelidad y la misericordia que se manifiestan bellamente en la vigilancia y la espera de la vuelta del hijo para que, llegado ese momento, las puertas de la acogida y del perdón estén siempre abiertas.

Un Dios amoroso y tierno… El Padre, que ha estado vigilante durante la ausencia de su hijo menor, alcanza a intuir en la lejanía su imagen y, sin hacer caso de los protocolos o de las cuentas que habría que pedirle, sale a su encuentro con un gozo inenarrable. Es la alegría por la vuelta a casa de su hijo y por eso no duda ni un instante para ofrecerle el abrazo y el beso del perdón, el abrazo y el beso de la acogida. ¡Dios no lleva cuenta de nuestros delitos! La misericordia y el perdón de Dios nos permiten volver a empezar, de ahí la expresión de Lucas: este hijo estaba muerto y ha vuelto a la vida, estaba perdido y lo hemos encontrado. El hermano mayor, desafortunadamente, no ha entendido esta desmesura del amor porque se ha llenado de facturas y de cuentas de cobro a Dios. Qué bonito es cuando la Iglesia, con las puertas abiertas para el perdón, abandona los protocolos y corre a abrazar a los hermanos que vuelven para, juntos, volver a empezar.

¡Cuántas personas quieren entrar de nuevo en la casa del Padre y por el “respeto” a los protocolos se quedan fuera! ¡Cuántas sospechas de parte de los hermanos mayores siguen frenando la acción misericordiosa de la Iglesia!

Un Dios amigo de la vida… El rostro del Padre está radiante porque los enemigos de la vida ya no tienen la última palabra. Su hijo querido, liberado por el amor, la ternura y el perdón ya no tendrá que comer comida de cerdos. La misericordia se expresa también en la calidad de vida de sus hijos. El amigo de la vida se vuelca de manera preferencial en aquellos que son víctimas de la “no vida”, de los que, como dice Jon Sobrino, no tienen en la vida nada “por supuesto”: por supuesto no tienen salud, no tienen alimentos, no tienen techo, no tienen educación. El hijo menor es el rostro de los empobrecidos y el Padre sufre con los que sufren, se hace solidario y por eso se vuelca en su favor. Optar por la misericordia que se traduce en vida digna para todos es recorrer el camino de Dios.

Un Dios que invita a esperar… El último rasgo del Padre que quisiera invitaros a reflexionar es el de la esperanza. Los hijos menores, los que alguna vez hemos pedido la herencia y la hemos dilapidado, tenemos la certeza de que cuando volvamos, la casa de nuestro Padre siempre estará abierta. Esa acogida sin límite hace que la esperanza, aunque estemos viviendo días aciagos, no se derrumbe.

Cuatro pinceladas para describir cómo es Dios. Seguro que cada uno de vosotros tiene, desde su experiencia, muchas más. Os invito a llevarlas al corazón y con toda la humanidad decir: ¡Gracias Padre misericordioso!

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